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3 de febrero 2025 - 10:55hs

*Esta nota fue publicada originalmente el 6/04/2024*

En la esquina de Nicaragua y Cuareim hay nueve meses de inverno y tres de infierno. Cuando sube la temperatura, el suelo de esa intersección de Montevideo, a escasas cuadras de la estación central de trenes, supera los 40 grados. Es una zona gris cemento, de árboles raquíticos, y techos de chapa de los galpones que otrora abastecían a la red ferroviaria. La angostura de las calles apenas da paso al viento. Y las máquinas de los talleres no hacen más que promover la gota gorda.

A menos de tres kilómetros —o solo 12 minutos en auto sin pasarse de los límites de velocidad— la temperatura promedio se desploma más de 20 grados. Porque en Gurí y 21 de Setiembre, en el llamado Barrio Jardín, la brisa se cuela entre los huecos de esas casas estilo art decó, los árboles dan sombra a ambas márgenes de las calles y la proximidad al Parque Rodó hace que, incluso en verano, corra un aire llevadero.

Esta misma dicotomía casi bíblica —entre el Edén y la tierra de Nod en la que se refugió Caín— se repite en distintas esquinas de la capital de Uruguay. Porque en Montevideo —como en toda ciudad— hay lo que los técnicos llaman “efecto islas de calor”: cuando la temperatura a nivel del suelo en algunas zonas de la urbe son muy superiores al promedio del área rural circundante, ese efecto es más intenso.

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El siguiente mapa interactivo muestra, calle a calle, el promedio anual de temperatura del suelo de Montevideo durante 2022 (el último año para el que existen datos públicos). Usted puede navegar, hacer zoom y, si lo prefiere, puede escribir una dirección concreta en la lupa del buscador. Los colores más cálidos revelan, valga la redundancia, temperaturas más cálidas. Los colores más fríos, al revés. Al acercarse a una zona y hacer clic puede ver la temperatura promedio concreta.

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Como se da a nivel del suelo —de ahí que se las nomine islas de calor urbanas superficiales— permiten comprender cómo la radiación solar y otros factores ambientales acaban calentando más o menos las distintas manzanas de una ciudad (y eso puede medirse con imágenes satelitales y repositorios abiertos que son gratuitos). De hecho, el mapa interactivo lo creó el Departamento de Planificación de la Intendencia de Montevideo en base a datos abiertos de una herramienta del Banco Interamericano de Desarrollo y el Centro para el Futuro de las Ciudades del Tecnológico de Monterrey.

¿Por qué al gobierno departamental le importan estos datos? “La ciudad es, en esencia, una gran isla de calor bajo la lógica de que el cemento aumenta la temperatura a nivel de la superficie. A través de este trabajo de datos, en que se identifican las islas de calor, es posible realizar políticas en base a evidencia: dónde arbolar más, limitación de alturas o lo que fuera necesario”, explicó a El Observador Guillermo Moncecchi, director de Desarrollo Ambiental de la IMM.

Cuando los meteorólogos anuncian el pronóstico del tiempo, dan una estimación que comprende un área tan grande que incluso involucra a más de un departamento de Uruguay, o bien luego informan la temperatura reportada en cada estación meteorológica.

Pero el mapa de efecto de islas de calor urbanas muestra que no en todas las partes de la ciudad se vive un día muy cálido con la misma intensidad que en otra esquina. De ahí que haya diferencias superiores a 20° en el promedio anual entre intersecciones de calles que se encuentran a pocos minutos de distancia.

Foto: Leonardo Carreño.

En Carrasco, por ejemplo, la intensidad es más leve que en pleno 18 de Julio. En la rambla el promedio de temperatura es más bajo que al lado de los talleres de AFE del barrio Peñarol. En los parques de Santa Catalina el efecto de isla de calor es menos potente que en la planchada de concreto del Club Deportivo Naval.

¿Por qué? Las áreas arboladas y los parques bajan la temperatura. Los techos de chapa u oscuros la incrementan. La cercanía al mar o a algún corredor de viento desciende algunos grados, mientras que el exceso de cemento y poca circulación de aire lo incrementa. En las avenidas en que hay mucha circulación de autos o máquinas (una estación de trenes, por ejemplo) agrava la intensidad de las islas de calor. También el exceso de equipos de calefacción, las calles estrechas o los edificios que forman un bloque y no dejan pasar casi el aire.

“Con la temperatura global en ascenso (cambio climático), también se hacen más intensas las islas de calor urbano. Esto se va a notar cada vez más en la salud pública, por hacerse más frecuentes y más graves los golpes de calor que sufrimos en verano”, advierte el especialista en Planificación Urbana Antonio Vázquez Brust, uno de los desarrolladores de esta herramienta URSA que permite obtener datos para la detección de islas de calor en todas las grandes ciudades de América Latina y el Caribe (y de donde sale la información base que se presenta en esta nota).

Ocurre que, cada vez más, las ciudades y sus políticas tienen que planificarse con indicadores de este estilo: a más intensidad del efecto isla de calor, mayor es el consumo de energía. A más intensidad, más probabilidad de impacto en la salud humana y de los animales. A más temperatura promedio, más necesidad de reglamentar los máximos de altura permitidos en los edificios, los materiales de construcción, dónde se sitúan las grandes fábricas o las terminales de transporte público.

Montevideo tiene, en ese sentido, una ventaja comparativa: “cuando un río bordea a una ciudad es una gran ayuda para combatir el calor. Pero no puede solo - el efecto benéfico se reduce cuando hay cemento hasta el borde del río (si es pura calle y rambla), y se amplifica cuando hay mucho verde costero que ayuda a extender la superficie que disipa calor”, ejemplifica Vázquez Brust.

El efecto

En la ciudad de Portland —en Estados Unidos y que de casualidad lleva el nombre del cemento hidráulico— empezaron a romper el pavimento de algunas calles. Buscan que la tierra respire, que las plantas vuelvan a crecer y dejar al descubierto los viejos arroyos que la mancha urbana había enterrado.

En Lovaina, Bélgica, Baptist solo el último año se retiraron al menos 6.800 metros cuadrados de concreto que permitió que 1,7 millones de litros de agua sean absorbidos por la tierra cuando las lluvias se intensifican.

En el centro de Seúl, en Corea del Sur, un río partía al medio la ciudad. En la década de 1980 ese río era invisible: lo había cubierto una enorme autopista. Tres décadas después, el pavimento fue retirado y el curso de agua “resucitó”.

ONU Habitat Seúl, Corea del Sur.

No es casualidad. La docente de Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República Catalina Radi explica que “la posibilidad de naturalizar las ciudades y hacerlas más saludables” es una tendencia que viene incrementándose acorde la evidencia demuestra la afectación del efecto de las islas de calor. Y eso, dice la también integrante del área de Planificación Urbana de la Intendencia de Montevideo, corre para cómo se planifica las partes nuevas de una ciudad (esos sectores a los que la mancha urbana va avanzando), como también “políticas de mitigación y adaptación al cambio climático en las ciudades ya existentes”.

“Poco a poco fue estudiándose cómo para habitar una ciudad hay aspectos importantes de permeabilidad del suelo, de la cobertura del área verde, cómo el sol incide en los planos horizontales (las veredas y calles) o verticales (las fachadas de las viviendas), cómo el hormigón refleja e intensifica la radiación solar, cómo la salud no es solo la cercanía a un prestador de salud, sino cuán caminable es un radio de la ciudad”, comenta Radi, quien integra el proyecto Adapta FADU en que busca “el desarrollo de conocimiento en materia de adaptación edilicia y urbana al cambio y variabilidad climática”.

Y esto va más allá de la temperatura. La Organización Mundial de la Salud viene advirtiendo que cuando la temperatura supera el umbral de los 40 a 50 grados, al cuerpo humano le es difícil mantener su temperatura del organismo cercana a los 36 grados. Y entonces vienen las fallas neuronales, los golpes de calor, la deshidratación.

Pero también la propia Organización Mundial de la Salud viene avisando de la “epidemia de obesidad infantil”, y ahí la ciudad también corre su rol. Porque hay una parte que tiene que ver con la alimentación, otra con el ejercicio físico, y otra que es “que los niños fueron perdiendo las veredas como parte del esparcimiento, que las casas empezaron a tener espacios más reducidos, que los patios se redujeron, y que parte de las ciudades se hicieron menos caminable (se restringió la posibilidad de moverse)”.

Ese impacto en la salud humana (e incluso en la animal) no solo empeora la calidad de vida, dicen los técnicos, sino que incrementa la inversión que tiene que hacer el Estado para dar respuesta a ese efecto.

En Uruguay está evidencia es todavía incipiente, pero otro docente de Facultad de Arquitectura, Daniel Sosa, viene realizando simulaciones experimentales y aisladas sobre cómo a nivel del aire (ya no solo del suelo, sino de esa temperatura que captan las estaciones meteorológicas clásicas) existen en Montevideo generaciones de microclimas más cálidos que acaban intensificando el uso de energía.

“Cuando un microclima es más caluroso, se usa más el aire acondicionado y otros métodos de refrigeración”. Y como el dilema del huevo y la gallina, el calor que libera la máquina de aire acondicionado “termina volcándose al medio urbano circundante”. Por eso, de manera también incipiente, empieza a discutirse si las salidas de los aires acondicionados deberían estar en las azoteas y no a los costados de los edificios.

Ese tipo de análisis, dice Sosa, adquieren cada vez más relevancia: porque existe un escenario de cambio climático con aumentos de temperatura y porque las sociedades van mejorando su confort y las chances de acceder a métodos de refrigeración de este tipo.

El periodista Nicolás Cassese, cuya nota en el diario argentino La Nación promovió en parte este artículo, dijo: “Las islas de calor urbanas vuelven aún más peligrosas las olas de calor ya que multiplican su efecto sobre las personas más vulnerables: niños, adultos mayores, personas con prevalencia de enfermedades mentales o cardíacas y aquellas con déficits económicos, habitacionales y sociales”.

La evidencia empieza a estar disponible. Lo que sigue es el quid de la cuestión.

¿Cómo lo hicimos?

El mapa de islas de calor toma datos abiertos de URSA. Es una herramienta gratuita, de código abierto, diseñada para asistir la planificación urbana. Permite acceder de forma sencilla a la enorme cantidad de información capturada por sensores satelitales, encargándose de recopilar, procesar y presentar información clave acerca de la evolución de ciudades en Latinoamérica y el Caribe. Fue desarrollada en colaboración entre la División de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD) del BID y el Centro para el Futuro de las Ciudades del Tecnológico de Monterrey. Para poder identificar islas de calor se necesita conocer la temperatura del suelo. Existen varios conjuntos de datos satelitales que contienen información relevante para éste análisis, como los producidos por la constelación de satélites Landsat o por el sensor MODIS a bordo de los satélites Terra y Aqua. Entre estas fuentes de acceso público, Landsat tiene la mejor resolución (30×30 metros), con cobertura global y frecuente actualización. Entre sus productos encontramos imágenes con información de temperatura superficial, calculada por la NASA utilizando datos de distintos tipos de radiación terrestre captadas por los satélites. La información es integrada por Google Earth Engine en su catálogo de datos, y de allí es accedida por URSA para obtener datos de la temperatura del suelo en ciudades de América Latina y el Caribe.
La Intendencia de Montevideo, tras la consulta de El Observador, incorporó la herramienta, los técnicos procesaron los datos, y armaron el mapa que se publica también en su sitio web.
Temas:

Ola de calor cambio climático Intendencia de Montevideo Member

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