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Cómo evitar la próxima pandemia, un asunto de extrema urgencia

Hay que cerrar para siempre los mercados de animales salvajes en China. Nos va la vida en ello

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05 de abril de 2020 a las 05:00

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Ríos de tinta han corrido en los medios sobre cómo la pandemia del coronavirus cambiará al mundo para siempre, el recuento de los daños y cuál será el saldo final para la economía global.

Hemos acudido a sesudas reflexiones de afamados historiadores, pensadores y vaticinadores, como Yuval Noah Harari, Thomas Friedman, Bill Gates o Nassim Nicholas Taleb. Todos ellos, sin duda, mentes brillantes que pueden hacer un gran aporte y ayudarnos a comprender mejor este evento tan inusual como devastador que enfrenta la humanidad.

Pero el elefante en la habitación sigue siendo cómo hacemos para evitar que otra pandemia como esta, o peor, se vuelva a repetir. Y de eso se ve poco y nada en los medios. Apenas un artículo –muy ilustrativo, por cierto— en The Washington Post a cargo Jared Diamond, el reconocido biólogo y geógrafo autor del genial libro ‘Armas, gérmenes y acero’ que inspirara a Harari a escribir su ‘Sapiens’, a cuatro manos con el virólogo y epidemiólogo Nathan Wolfe. Eso es todo.

Si el lector deseara adentrarse un poco más en el tema, no le quedaría más remedio que recurrir a las revistas científicas, y las que se publican en inglés desde luego, como Scientific American, New Scientist o Science Magazine.

Allí se enterará de que la mayoría de los virus que contagian a los seres humanos provienen de los animales, algo que entre los científicos se conoce como zoonosis.

Según la OMS, más del 75% de las enfermedades infecciosas que han surgido durante la última década han sido de carácter zoonótico. Es el caso de VIH/SIDA, que proviene de los chimpancés, el ébola, de los murciélagos, o el SARS, que también proviene de los murciélagos. Al parecer todos estos virus provienen en principio de los murciélagos, pero estos son capaces de contagiar a otros animales silvestres que son los que a su vez contagian a los humanos. 

EFE/PETER ENDIG/Archivo

En el caso del SARS, se sabe que fue a través de la civeta asiática, un pequeño cuadrúpedo del tamaño de un perro chico que en el Asia se consume su carne y hasta se hace café con sus heces (un café muy caro, aunque usted no lo crea).

Y en el caso del nuevo coronavirus SARS-CoV-2, que causa el COVID-19 que hoy tiene al mundo en jaque, se cree que el transmisor fue el pangolín, un pequeño oso hormiguero que también se consume mucho en China y, sobre todo, suele utilizarse por sus propiedades supuestamente milagrosas: desde curar una simple gripe hasta un cáncer. Quién hubiera pensado que un placebo del más pedestre pensamiento mágico iba a ser el origen de la peor plaga que ha visto de la humanidad desde la Muerte Negra.

Todas estas especies y muchas más se comercian en los llamados “wet markets” de China, mercados en los que se pueden adquirir estos animales salvajes vivos, o su carne fresca.

Para un uruguayo que nunca haya viajado a China puede sonar inverosímil, pero en esos mercados se puede comprar desde un oso hasta cualquier tipo de serpiente.

El covid-19 se cree que se originó en el mercado de animales salvajes de la ciudad de Wuhan, donde pronto se propagó por toda la ciudad y la provincia de Hubei para luego extenderse al resto de China y el mundo.

La epidemia de SARS en 2003 también se había originado en uno de esos mercados del sur de China. Pero en el SARS, el número de contagios en todo el mundo llegó a 8.094, en un total de 29 países, y causó 774 muertos.

El covid-19 ya lleva más de un millón de casos en más de 180 países y las muertes suman más de 55.000. No hay comparación, se trata de una pandemia devastadora, que ha visto el bloqueo completo de países como Italia. Y la próxima, según los científicos, podría ser mucho peor. Imaginemos eso.

¿Qué se podría hacer entonces para evitarla? Bueno, por lo pronto  —y en esto están todos de acuerdo, desde Diamond y Wolfe y la Scientific American hasta el último activista—, ordenar el cierre permanente de los mercados de animales salvajes en China.

Antes del brote del covid-19 en diciembre pasado, ¿sabían las autoridades chinas de la transmisión de estos virus en esos mercados? Sí, lo sabían por lo menos desde la epidemia de SARS en 2003. ¿Lo sabíamos en occidente? Al menos en la comunidad científica, era un asunto harto conocido.

Abundan los artículos al respecto, sobre todo en los journals académicos de epidemiología y microbiología. Ya en 2007, la revista de la American Society for Microbiology advertía en un largo ensayo sobre los coronavirus: “La presencia de extensas reservas de virus tipo SARS-CoV en murciélagos herradura, aunado a la cultura de comer mamíferos exóticos en el sur de China, es una bomba de tiempo”.

Pero nada se hizo, y la bomba vino a estallar a fines del año pasado. Desde entonces, el gobierno chino ha ordenado el cierre temporal de los mercados de animales salvajes. Algunas ONGs y activistas presionan ahora para que Beijing decrete el cierre permanente de esos mercados infames. Pero no está del todo claro que lo vayan a hacer. Es parte importante de la cultura china. Y no solo por el uso de esos animales en la medicina tradicional, como señalan Diamond y Wolfe en su artículo del Washington Post. Hay algo aun más profundo.

A fines de los años sesenta, principios de setenta, en plena Revolución Cultural de Mao, China sufrió unas hambrunas devastadoras, que le costaron la vida a más de 35 millones de personas. Eso tiene que causar un trauma de ramificaciones inimaginables en la psiquis colectiva de un pueblo. 

El régimen comunista, que entonces controlaba toda la producción de alimentos, permitió a los ciudadanos chinos el establecimiento de granjas privadas. Y algunos de ellos empezaron a criar y comerciar lo que les salía más barato: serpientes, tortugas y murciélagos. Pronto el gobierno, al ver que la actividad ayudaba a paliar el hambre de millones, fomentó este tipo de mercados.

Así nació una industria que hoy comercia con civetas, grandes roedores, reptiles y todo tipo de animales silvestres que inundan los wet markets de las ciudades chinas.

Como sea, todo debe ser detenido si se quiere evitar la próxima pandemia por zoonosis.

La comunidad internacional debe presionar para el cierre total y permanente de ese tipo de mercados en China. Esto no tiene nada que ver con el racismo que se ha señalado alrededor del asunto, ni con ninguna “sinofobia” o sentimiento anti China, como también se ha dicho. Se trata de un tema de supervivencia. Son prácticas que se deben erradicar por completo. Como especie, nos va la vida en ello.
 

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