GIL COHEN-MAGEN / AFP

Con dignidad: el derecho a envejecer

El coronavirus encontró un flanco vulnerable en el que azotar a las sociedades: nuestros mayores

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23 de diciembre de 2020 a las 05:02

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La revista “The Economist”, publicaba hace apenas unos días un interesante mapa; si sólo asignáramos las probabilidades de fallecimientos por coronavirus, según las edades de la población, con pocas sorpresas, los resultados serían los que realmente fueron.

De poco sirvieron las estructuras hospitalarias del rico norte o las construcciones de décadas del estado de bienestar europeo. El coronavirus pregunta, antes que nada “¿qué edad tienes?”.  Con enorme tristeza hemos dicho adiós a quienes operaron cambios maravillosos. Para la pacificación, para la vida cultural, científica y política y en definitiva para el desarrollo de sociedades mejores. Resulta estremecedor pensar que la muerte los golpeó aislados, alejados de sus afectos. Conectados a respiradores que no lograron salvar sus vidas.

En Europa, Canadá y Estados Unidos, la población mayor de 60 años está por encima del 25% de la población. En 30 años esa será la situación para la mayoría del mundo, con la excepción de África.

Los desafíos son enormes. Más allá de que consideremos métodos de financiamiento privados o solidarios para los años de retiro de la actividad laboral, financiar 20 años, o en poco tiempo, 30 años de vida de jubilación, para un porcentaje tan alto de la población será una tarea titánica. En unas décadas, si las proyecciones de la población están acertadas, tampoco podremos contar demasiado con los flujos de migraciones de poblaciones jóvenes de los países en vías de desarrollo hacia aquellos ya desarrollados. Los jóvenes se tornarán en un bien escaso en casi todas las áreas del planeta.

Las necesidades para atender a una población que envejece irán en aumento. Nuestros cuerpos, esas carrocerías que hace apenas dos siglos, vivían 30 y pocos años (aún en las partes más desarrolladas del globo), hoy han duplicado con creces esa cifra. Desafortunadamente, no siempre esos años ganados a nuestros ancestros se transmiten en calidad de vida en las mejores condiciones físicas y cognitivas.  La dignidad con la que se vivan ese tramo final de vida, que cada vez se extiende más, dependerá de los recursos que se puedan asignar, en el mejor de los casos para llegar en circunstancias óptimas y en el peor de los casos, para paliar los efectos de un deterioro indeseado.

Toca resolver muchas interrogantes para asegurar que nuestras sociedades podrán acoger, cuidar, respetar y asegurar una vida digna a quienes, en un momento, si todo va bien, seremos cada uno de nosotros.  

¿A qué velocidad podrán generar riquezas las menguantes poblaciones jóvenes? ¿Será suficiente para proveer los recursos y cuidados que necesiten sus mayores y sus hijos? ¿Es realmente deseable para una persona vivir tantos años desligado de actividades que lo ayuden a sentirse vital y valioso para su entorno? ¿Deberíamos pensar nuevas categorías más allá de las acotadísimas “activos o pasivos” laborales?

El crecimiento y el desarrollo estarán cada vez más desligados de nuestras capacidades físicas como especie y dependerán más de nuestras funciones intelectuales.  Poco sentido económico tiene deshacerse del conocimiento y el saber hacer de quienes llevan una vida transformando el mundo. Así como la combinación de habilidades diversas en los equipos llevan a los mejores resultados, conjugar perspectivas, conocimientos y experiencias de distintas generaciones en un proyecto resulta la mayoría de las veces enormemente enriquecedor.

Si enviáramos a todos los mayores de 60 años a recluirse en casa, nos quedaríamos sin Angela Merkel, la líder más solvente en Europa. También sin Bill Gates quien, tras transformar los sistemas productivos del mundo entero, lleva varias décadas liderando compromisos sociales inequívocos. Tocaría además devolver casi todos los premios Nobel de este año y con ello sus contribuciones en los diferentes ámbitos: literatura, medicina, física y economía.  Y, además, unas cuantas interpretaciones magistrales de cine, obras de arte valiosísimas y un largo etcétera.

Repensemos el mundo, sin desperdiciar ni un ápice de talento, de conocimiento, de ideas y de ganas de vivir. No dejemos que tesoros tan maravillosos, se vayan a esperar la muerte, aislados y aburridos en casa. Integrar a nuestros mayores para que lleven una vida digna no solo es un deber ético. Es también disponer de recursos muy valiosos para nuestro progreso colectivo.

 

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