Con el Frente muy a la izquierda, los blancos se agrandan

Habrá que ver las dotes de Martínez, Lacalle y Talvi al timón

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13 de julio de 2019 a las 05:00

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El Frente Amplio parece estar jugando demasiado a la izquierda, y el Partido Nacional ya elabora planes para una transición rápida, como centro de un sistema opositor. Claro que falta la prueba de la verdad: las elecciones nacionales. Mientras tanto ellos, los políticos, semejan un afanoso grupo de enanos tratando de asar una ballena, al decir de un antiguo clérigo.

El Frente Amplio, una vasta coalición de izquierdas, enfrenta los sinsabores que traen consigo los largos períodos de gobierno. Después de casi 15 años, hay demasiada mediocridad o fracasos evidentes en asuntos esenciales. Y peor todavía: la izquierda ahora propone conformismo.

Estos ya no son aquellos malos buenos tiempos de 2004-2005, tras una grave crisis, aunque con la economía despegando como un misil.

Entonces casi cualquier cosa que se hiciera lucía de maravillas al lado del aterrador naufragio de 2002. Pero ahora los mapas se han borrado.

En segundo lugar, el Frente Amplio ya no tiene líderes difíciles de desafiar, como ocurrió en su momento con Tabaré Vázquez y José Mujica.

La nueva generación emergente está muy lejos de ser indiscutida, como quedó de manifiesto con el lío para completar la fórmula presidencial.

Por último y no menos importante: los partidos “de ideas” y los militantes incondicionales, que son relativamente pocos y afectos a mirarse el ombligo, están haciendo derivar el Frente Amplio hacia la izquierda. 

El decisivo espacio socialdemócrata, que giró en torno a Danilo Astori y que desde fines de los años ’90 inclinó la balanza a favor del Frente Amplio, ahora está disperso y confundido. 

En los últimos cinco años, caracterizados por la languidez de la economía y el auge delictivo, la izquierda uruguaya ha mostrado una persistente pérdida de votantes, lejos de ese 44 o 45% del total que necesita en primera vuelta para aspirar a un triunfo cierto en el balotaje.

Al fin, las elecciones nacionales suelen ser resueltas por no más de 100 mil o 150 mil personas de criterio independiente, que desde 1989 cruzan la línea del frente en uno u otro sentido.

Habrá que ver si Martínez da la talla para redireccionar el buque hacia el centro, como hizo Tabaré Vázquez en varias oportunidades, como en 1997, cuando con su renuncia obligó al MPP a alinearse, o en 2004, al designar per se a Astori como ministro de Economía mucho antes de las elecciones. 

La nueva candidata a la vicepresidencia, Graciela Villar, parece cómoda en el discurso combativo y emocional, reminiscente de los 60, que tiene prestigio filas adentro pero muy poco fuera de ellas, más aún cuando no se es oposición sino gobierno.

El MPP busca a tientas un sustituto del extraordinariamente rendidor José Mujica, ya en su ocaso, a sabiendas de que no habrá ninguno igual.

El Partido Socialista, en tanto, sigue con sus viejos dramas ideológicos, que lo hacen parecer una pequeña versión acomplejada del Partido Comunista. Desde hace al menos 60 años se inclina esporádicamente ante espejismos caudillistas y autoritarios, a contramano de sus homólogos europeos y del legado liberal de Emilio Frugoni.

El Partido Comunista, una fuerza electoral menor aunque muy influyente o predominante en el aparato sindical y en los órganos del Frente Amplio, fue capaz de ofrecer un nuevo líder: Óscar Andrade. Pero su votación no tiene por qué ir mucho más allá del 3% de los sufragios nacionales que obtiene desde hace un cuarto de siglo, y que le reportan un senador.

El Partido Nacional luce sólido y seguro de sí, como intérprete de un espacio que va del centro liberal a la derecha conservadora. Las nubes que trajo consigo Juan Sartori fueron disueltas, al menos en parte, por la abrumadora votación de sus rivales. (Habla bien del sistema: no es fácil en Uruguay irrumpir con dinero desde la nada y apropiarse de un partido). Pero no está claro si sabrán manejarlo como socio, o si lo cargarán cual Caballo de Troya. 

El Partido Colorado, que desde 2004 ronda un raquítico promedio de 15% de los votos nacionales, cambió de líder y golpeó la mesa. Ahora desea que el juego por el gobierno ya no sea solo entre dos, con los colorados de laderos, sino entre tres. Ernesto Talvi propone una versión contemporánea y eficiente del Batllismo, en competencia con los blancos y con la confusión ideológica que expresa la fuerza de gobierno. Pero todo eso puede ser un plan muy superior a sus fuerzas.

El ridículo fracaso del Partido de la Concertación, que no llegó a los 500 votos obligatorios, habla mal de blancos y colorados, aunque no todos querían esa opción. ¿Cuán solventes serán para llevar adelante planes mucho más complejos con una coalición de gobierno? 

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