Camilo dos Santos

Concurso de talentos en épocas de coronavirus

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13 de abril de 2020 a las 05:01

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Estuvimos en campaña electoral. Fueron muchos meses de discutir qué Uruguay queríamos, qué se debía hacer con la economía, la seguridad pública, las cuentas del estado, la educación y los impuestos

Hablaron los candidatos, los políticos, los politólogos, los economistas, los periodistas y la gente común en las redes sociales. Hubo discursos, entrevistas y debates. Dedicamos mucho tiempo al análisis del déficit fiscal, el aumento de asesinatos, los consejos de salarios, las tarifas y la dictadura venezolana.

Pero nadie, ni siquiera uno solo de todos los que hablaron, fue capaz de intuir o de atisbar, aunque fuera en lo más mínimo, la realidad que hoy tenemos y que se instaló con fuerza arrolladora apenas una semana después de asumido el nuevo presidente.

De entre cientos de propuestas de todos los partidos, ni uno solo propuso mejorar los CTIs, aumentar los stocks de implementos de seguridad sanitaria, comenzar a fabricar mascarillas en Uruguay, reparar los respiradores viejos arrumbados en los depósitos de las mutualistas, importarlos o aprender a fabricarlos acá. Nadie mencionó la importancia de mejorar la educación en higiene de la población, ni la capacitación de médicos y enfermeros en casos de epidemia, ni se habló de potenciar el teletrabajo, la educación a distancia, ni ninguna de todas las cosas que hoy nos hacen falta. El magro presupuesto destinado a la investigación científica fue, como siempre, un tema marginal. Nadie que yo sepa mencionó la palabra pandemia.

En cuanto a lo programático, todo lo hablado y discutido fue un enorme sinsentido, del cual yo también participé. Se dirá que no, que no es así, que en unos meses todo esto habrá pasado y aquello recobrará su valor.

No es cierto. Lo que emergerá después del coronavirus no será nunca el Uruguay ni el mundo del 2019. Será una realidad muy diferente en la que todo habrá que calcularlo y discutirlo de nuevo.
Ilaria Capua, una respetada viróloga italiana, mantuvo hace unos días un diálogo en video con el alcalde de Florencia que fue difundido por el diario La Stampa. Allí habló de cómo será el día después.

“Estamos ante una emergencia sanitaria, pero no es un túnel sin fin”, respondió. “Saldremos de la emergencia de salud, pero todos seremos diferentes: alguien perderá a sus seres queridos, alguien perderá su trabajo, alguien se hará rico, alguien tendrá problemas psicológicos. No podemos resistirlo. Es ilusorio pensar otra cosa. En la post pandemia tendremos un mundo diferente”.

Que nadie fuera capaz de anticipar a fines de 2019 el comienzo de 2020 dice mucho sobre los uruguayos y sobre el ser humano en general, porque cosas similares pasaron en casi todos los países. Es un dato que habla de lo limitada que es la capacidad de nuestra especie para leer la realidad y predecir el futuro. Habla de que, a pesar de los enormes progresos científicos y tecnológicos, hay gigantescas áreas del conocimiento que la humanidad aún no domina. Habla de que nuestra inteligencia tiene un alcance menor del que suele creerse.

Ni siquiera la inminencia de la llegada de la epidemia mejoró nuestra cortedad de entendederas. El virus ya hacía estragos en Wuhan y por estas tierras seguíamos comprando pasajes de avión, planificando vacaciones, endeudándonos en dólares, adquiriendo boletos para espectáculos que nunca se harían y planificando actividades que serían irrealizables apenas unos días después. Avanzaba febrero, el virus ya llegaba, y muchos periodistas en radio y televisión seguían insistiendo en que era solo una gripe. En televisión se festejaba compartir el mate. El gran tema era la supuesta “represión” a un malabarista.

El 19 de febrero, en Italia, se jugó en Milán un partido de fútbol entre Atalanta –el club de la ciudad de Bérgamo- y Valencia. El virus ya había comenzado a circular. Miles de hinchas de Atalanta fueron a Milán y regresaron contagiados. Un mes después los cadáveres en Bérgamo eran tantos que hubo que organizar convoyes del ejército para retirarlos.

El 25 de febrero, la entonces directora de Epidemiología del anterior gobierno uruguayo, doctora Lucía Alonso, publicó un hilo de Twitter en el cual decía con tono muy asertivo: el número de casos de coronavirus en el mundo comenzó a bajar a partir del 2 de febrero, la declaración de pandemia de la OMS no es “relevante técnicamente” y en cambio “aporta al pánico”, la letalidad de la enfermedad es menor al 1% y el riesgo de que llegue a Uruguay “es más bajo que la mayoría de los países”. 

El 8 de marzo, en Madrid, se jugaron partidos de fútbol profesional, se realizó una gigantesca marcha por el Día de la Mujer y el partido Vox, que hoy critica al gobierno, celebró un multitudinario congreso. Pocos después los CTI de la capital española colapsaron y hoy ni siquiera pueden llevar con precisión la cuenta del número de muertos.

Nuestra falta entendimiento, previsión e inteligencia, incluso de algunos que supuestamente están más preparados, ha quedado demostrada de un modo patético por la vía de los hechos. Pero lo notable es que en algunas personas tales carencias son de tal magnitud, que ni siquiera se han dado cuenta.

No pudieron prever lo que pasaría ni siquiera unas horas antes de la llegada del virus. Pero sin embargo hoy están allí, muy seguros de sí mismos, pregonando aquí y allá cuál es el mejor camino para frenar la epidemia, qué se debe hacer para salir airoso de la crisis, cómo salvar la salud y la economía al mismo tiempo. Critican sin piedad, marcan el rumbo y exigen que sus ideas sean tomadas en cuenta.

Por supuesto que siempre es positivo el debate. Y que un sistema democrático no se sustenta en el silencio. Pero, en medio de una pandemia mundial, hay una cuestión de grado, de tono y de oportunidad. Debería ser hora de más humildad y menos juicios tajantes. De bajar los decibeles y escuchar a los que, dentro de todo, algo saben. De asumir la ignorancia propia. De patear menos y colaborar más. De estar más dispuestos a ayudar que a discutirlo todo. La doctora Alonso borró su cuenta de Twitter. Quizás algunos otros podrían imitarla. El concurso de talentos terminó cuando llegó la epidemia y nadie supo ganarse ni el primero, ni el segundo, ni siquiera el tercer puesto.
 

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