ISABEL INFANTES / AFP

Cuidado con los líderes que piensan que pueden romper sus propias reglas

Cuando las violaciones pasan sin consecuencias, el respeto del personal puede derrumbarse rápidamente

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01 de octubre de 2020 a las 17:02

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Por Andrew Hill

Ya en mayo, Canary Wharf, el centro de negocios en Londres que alberga varios rascacielos, estaba elaborando intrincados planes para hacer que el área fuera segura para que 125 mil trabajadores regresaran a sus oficinas. En julio, Howard Dawber, director gerente de estrategia del Canary Wharf Group (CWG), dijo que estaba “listo para que volvieran grandes cantidades de personas”, siguiendo las directrices del gobierno.

Él y su jefe, Shobi Khan, el director ejecutivo de la propiedad, la semana pasada recibieron las reprimendas que se merecían cuando se supo que ellos habían evitado la cuarentena después de haber viajado al extranjero el mes anterior.

Es posible que hubiera circunstancias atenuantes. Dawber vive en España y puede estar cubierto por una extraña exención en las reglas gubernamentales para los trabajadores que viajan regularmente al Reino Unido desde el extranjero.
Pero las acciones de los ejecutivos son evidencia de un problema más amplio: la peligrosa tendencia de los líderes a comportarse como si ellos fueran la excepción a sus propias reglas.

Dominic Cummings, el asesor principal del primer ministro británico Boris Johnson, ‘estableció el patrón’ durante el período más intenso del confinamiento cuando rompió el espíritu, si no la letra, de las estrictas reglas del gobierno con un viaje familiar de ida y vuelta entre Londres y Durham.
La actitud de Cummings de “haz lo que digo, no lo que hago” fue el irónico subtexto que socavó el discurso de Johnson ante la nación la semana pasada, en el cual el primer ministro retractó su consejo anterior de que los trabajadores regresaran a sus lugares de trabajo. Anunció castigos más serios, respaldados por la policía e incluso por el ejército, por violar las reglas, intensificando sus amenazas incluso cuando la autoridad moral de su gobierno está decayendo.

Los británicos no son ningunos santos. Entre marzo y agosto, solo el 11% de las personas que habían estado en contacto con una persona infectada por covid-19 se pusieron en cuarentena, y menos de una quinta parte de las que tenían síntomas se aislaron, según un nuevo estudio del Colegio del Rey de Londres (KCL, por sus siglas en inglés).

Eso refleja una negligencia que también permea los negocios.

El Instituto de Ética Empresarial (IBE, por sus siglas en inglés) llevó a cabo una encuesta en ocho países europeos en 2018 que sugirió que el 19% de los gerentes estaban contentos con un poco de fraude insignificante siempre y cuando sus proyectos se entregaran dentro del plazo y el presupuesto establecidos, y que el 13% toleraría que se inflaran los beneficios mientras que no hubiera robo de dinero.

Esta laxitud ética tampoco es nueva. Enfrentado a la deshonestidad del financiero Augustus Melmotte en la sátira atemporal de Anthony Trollope de 1875 El mundo en que vivimos, un admirador responde: “Un hombre así se eleva por encima de la honestidad, como un gran general se eleva por encima de la humanidad cuando sacrifica un ejército para conquistar una nación. Tal grandeza es incompatible con pequeños escrúpulos. A un pigmeo lo detiene una pequeña zanja, pero un gigante pasa sobre los ríos”.

Ya estábamos atravesando una era de un ensombrecimiento de la verdad, de tomar atajos y de otras cosas peores cuando llegó la pandemia. Ian Peters, el director del IBE, ha vinculado las manifestaciones de los líderes con escándalos como el fraude de Volkswagen en las pruebas de emisiones, o como el flagrante financiamiento extraoficial de Enron, calificándolas de “un problema social, no solo un problema empresarial”.

Otros, sin embargo, puede que equiparen el eludir la cuarentena con la necesidad de hacer el trabajo. Incluso puede que respondan a los ‘mensajes escondidos’ de Johnson a los británicos “amantes de la libertad” afirmando que los que ocupan altos cargos en Canary Wharf estaban ejerciendo su criterio en cuanto a los riesgos que son difíciles de evaluar.

Sin embargo, tal defensa es peligrosa. Una transgresión aparentemente trivial de las reglas puede indicar una podredumbre cultural más amplia.
El comportamiento de los gerentes se amplifica a través de sus equipos.

En un estudio de compañías de la lista Fortune 100, Eugene Soltes, de la Escuela de Negocios de Harvard, descubrió que cuando los gerentes se comportaban mal, sus subordinados tenían seis veces más probabilidades de cometer la misma violación el siguiente año. “Lo que tu gerente inmediato hace, ya sea que esté alineado con el director ejecutivo o no, es lo que tú haces”, él explicó.

Conforme se prolongue la pandemia, habrá muchas más pruebas del cumplimiento del código del covid-19. La historia de la ética empresarial sugiere que más compañías se enfrentarán al dilema de si debieran tomar medidas en contra de ejecutivos estrella, generadores de negocios y de alto perfil que se irritan por las limitaciones. Las compañías debieran actuar, aunque solo sea porque el ejemplo dado por los “grandes generales”, es más poderoso que cualquier código. Los datos recopilados por Gartner muestran que más de la mitad de las faltas de conducta no son denunciadas por el personal.

En ese sentido, la parte más preocupante de las noticias acerca de Canary Wharf fue la acusación de que se ignoraron las quejas del personal en cuanto a la violación de la cuarentena por parte de los ejecutivos. Tal como me dijo Soltes, cuando se permite que las violaciones pasen sin consecuencias, el respeto del personal por sus líderes puede derrumbarse rápidamente.

En un momento en el que los lazos culturales que unen a los equipos de trabajo remoto son más laxos que nunca, esa confianza
mutua es algo que las organizaciones no pueden permitirse desperdiciar.

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