ALI BURAFI / AFP

Curioso monumento a Menem en Uruguay

Comparado con la era destructiva que vino después, Menem fue un buen vecino

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14 de febrero de 2021 a las 18:08

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El segundo puente de La Barra es como un monumento uruguayo a Carlos Saúl Menem. Ese puente ondulado y paralelo al original e los años ´60, debió ser construido a fines de los noventa por el crecimiento explosivo de Punta del Este en tiempos de menemismo. Los turistas argentinos, los jóvenes porteños y de algunas provincias de ese país, crecían cada verano y el Este era una fiesta: el pasaje de la Brava a la Barra se había convertido en una liturgia de música tecno, cerveza y tequila; había que esperar mucho para cruzarlo y eso se convirtió en sí mismo en una parte de las vacaciones.

Largas filas de autos y camiones esperaban un montón de tiempo para cruzar el Puente Leonel Viera  y en 1998 se decidió construir otro igual. Una vez construido, otra vez Argentina cayó en recesión y crisis y el turismo argentino en el este fue en baja. Pero aquel segundo cruce ondulado sobre el arroyo Maldonado, quedó ahí como un monumento a la época de fiesta con pizza y champagne que llevaban el sello de Menem.

Las sensaciones de Uruguay hacia Carlos Menem fueron cambiantes: primero generó inquietud porque un peronista populista extravagante se encaminaba al poder, luego despertó expectativa por una relación binacional amigable, con una economía argentina siempre loca que parecía estabilizarse y un empuje de inversiones y apertura comercial, y al final otra vez la frustración cíclica de una Argentina que nunca falla: siempre defrauda.

El final de una dictadura militar sangrienta había abierto paso a una democracia que generaba esperanzas de recuperación, con la vuelta al poder de la Unión Cívica Radical con perfil de centro y actitud de decencia, pero Alfonsín caería en el replay de hiperinflación e inestabilidad, sumado a mal manejo del temas castrenses que mostraran una Argentina frágil y riesgosa.

Para Uruguay, el líder que emergía en la segunda mitad de los ´80, era como un cuco que daba la imagen de mal en peor. Un peronista populista, que era una parodia del caudillo federal “Chacho” Peñaloza y asociado al justicialismo de punteros formados en garitos de cubilete del conurbano bonaerense, se tomó en los círculos políticos uruguayos como una mala noticia.

Alfonsín debió entregar el mando antes de tiempo, arrastrado por una hiperinflación de las tantas sufridas por Argentina, y Menem llegó al poder luego de derrotar en las primarias del PJ a un peronista de pura cepa como Cafiero.

Presidencia Argentina / Wikipedia Commons
Carlos Menem junto a Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle Herrera

Menem confió la política a un grupo empresarial fuerte de Argentina, Bunge & Born, y eso abrió expectativas, que se desplomaron con otra inflación desatada rápidamente, lo que impactaba en Uruguay: malo para atraer turistas y tentador para los uruguayos que cruzaban el Plata para comprar barato en Buenos Aires. Entonces fue cuando el pragmático presidente movió las fichas y puso a su canciller Domingo Cavallo a manejar la economía, y en abril de 1991, con la Ley de Convertibilidad (N° 23.928), se estableció una paridad fija de 10 000 Australes por un dólar, lo que desde el 1º de enero de 1992, quedó como el “Peso convertible”. 

Aquel “uno a uno” implicaba que el Banco Central operaba con una “caja de conversión” con la obligación de respaldar a cada peso con la facultad de canjearlo por un dólar estadounidense.

Previo a eso había comenzado la apertura comercial, que permitiría a empresas uruguayos avanzar con exportaciones al mercado argentino. 
Fue en ese sentido, que el 6 de julio de 1990 en la capital argentina, Menem firmó el “Acta de Buenos Aires” con su par de Brasil, Fernando Collor de Melo, que establecía un Mercado Común entre los dos países que debía “encontrarse definitivamente conformado el 31 de diciembre de 1994”.

El gobierno uruguayo, de Luis Lacalle de Herrera, se sumaría a las conversaciones, también con Paraguay, y esto sería aceptado por Menem y Collor, para crear el Mercosur en 1991.
Aquella ola de privatizaciones y apertura comercial, no sólo en Argentina sino en toda la región, atrajo inversiones, y eso generó una sensación de estabilidad y crecimiento que derivó en más consumo. Punta del Este creció en inmuebles, en fiestas y en gasto dinamizador.
El ciclo menemistas se extendió y también sufrió deterioro, con una convertibilidad que se veía frágil y una recesión que sacudía con más desocupación y más pobreza. Otra vez.

La primavera del ´98 fue el inicio del fin y Uruguay sufrió el impacto de la contracción, también cayendo en una recesión que años después se convertiría en crisis financiera.
El final de la era menemista, reelección en el medio, sería otra vez con la mancha de la corrupción. En primera instancia, los argentinos revivieron aquella consigna paulista de los años cincuenta, “roba pero hace”, como si la bonanza económica diera una tolerancia especial a los negocios con amigos, favores en licitaciones y otras causas.

Del susto inicial de un populista extravagante que podría arrastrar la economía rioplatense a otro desbarranque, se generó en Uruguay una expectativa de ordenamiento fiscal y monetario que aplacara los rebrotes inflacionarios y de empuje de inversiones, pero el final sería de frustración por fracaso y desesperanza.

“Menem lo hizo” era la muletilla de campaña publicitaria que el gobierno saliente hizo en la campaña de 1999, preámbulo de una nueva derrota del peronismo. En Uruguay, la izquierda festejaría la victoria de la Alianza (radicales y Frepaso) por entenderla como derrota del liberalismo, y ese gobierno también defraudaría en ética y manejo de la economía.

Las bandas de patoteros peronistas se encargarían de regenerar caos para voltear al gobierno de De la Rúa con saqueos de comercio y violencia en las calles. Y luego de un Congreso celebrando el incumplimiento de deudas, la elección presidencial siguiente se dirimiría entre dos caudillos peronistas de provincias, La Rioja y Santa Cruza.
Menem quedó primero con 24,5% seguido por Néstor Kirchner con 22,3%, pero renunció al balotaje para evitar la derrota con el hombre fuerte de El Calafate, que sumaba más apoyos. Ahí comenzaría el declive menemista.

Y Argentina persistiría en destrucción de capital, de empleo, de democracia, de entramado social, de tolerancia ante las diferencias y de convivencia cívica. Para Uruguay, en la comparación con lo que vino después, Menem -con sus luces y sombras (oscuras sombras)- al menos fue mucho mejor vecino. 

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