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Debemos luchar por la libertad de prensa o dejará de existir

Los gobiernos democráticos no están cumpliendo con su responsabilidad de protegerla

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18 de julio de 2019 a las 14:15

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Por Roula Khalaf

Estos días a menudo recuerdo las palabras de Walter Cronkite: la libertad de prensa, dijo el locutor estadounidense, "no es sólo importante para la democracia; es la democracia". En un momento en el que los valores democráticos son blanco de ataques, desde los oscuros rincones de los estados autocráticos hasta las capitales de las grandes democracias, los periodistas se encuentran entre las víctimas más visibles, atacadas, vilipendiadas y utilizadas como chivos expiatorios.

Como muestra el último informe de Freedom House, el organismo de vigilancia con sede en EEUU, la libertad de prensa se ha ido deteriorando en todo el mundo durante la última década. Nuevas formas de represión se están arraigando tanto en las sociedades abiertas como en los estados autoritarios. Sin embargo, cuanto más se socava la prensa independiente, más la gente común pierde la fe en el sistema de gobierno democrático.

En este contexto, fue reconfortante ver que el Reino Unido y Canadá organizaron una conferencia mundial sobre la libertad de prensa en Londres la semana pasada. Ya era hora de que alguien se pronunciara enérgicamente sobre el papel vital de los periodistas y cómo se les debe proteger. Amal Clooney, la abogada de derechos humanos, fue la atracción principal. Defendió a los dos periodistas de Reuters detenidos en Myanmar por más de un año hasta que fueron liberados en mayo. También es abogada de Maria Ressa, la periodista que fue detenida en Filipinas después de reportar abusos ocurridos bajo el régimen de Rodrigo Duterte.

Varios periodistas han sido asesinados en Malta y Eslovaquia en los últimos años; en junio, la policía federal australiana allanó las oficinas de la radiodifusora ABC en busca de datos sobre una serie relacionada con la presunta implicación de las fuerzas especiales australianas en asesinatos en Afganistán.

En EEUU, el presidente Donald Trump arremete contra la prensa en general e intenta promover noticias falsas. La semana pasada, ofreció su propia definición de libertad de expresión: "No creo que los medios de comunicación tradicionales sean la libertad de expresión. . . porque son muy deshonestos".

Incluso en el Reino Unido, la semana pasada, la Policía Metropolitana les advirtió a los periodistas que enfrentarían cargos por publicar filtraciones tras la renuncia de Kim Darroch, el embajador del Reino Unido en Washington. La declaración policial provocó protestas bien merecidas.

Los gobiernos occidentales también deben defender los valores que predican. Una patrocinadora de la conferencia de Londres, la ministra canadiense de asuntos exteriores Chrystia Freeland (excolega del Financial Times), está consciente del precio que puede pagar un gobierno. El tuit que ella publicó el año pasado expresando preocupación por el encarcelamiento de la hermana del bloguero saudí encarcelado Raif Badawi provocó una reacción vengativa. Arabia Saudita cortó relaciones diplomáticas y comerciales con Canadá. Muchos gobiernos simpatizaron con Canadá, pero pocos acudieron en su defensa. Esa reacción bien podría haber envalentonado al príncipe heredero saudí Mohamed bin Salmán. Unos meses después, Jamal Khashoggi, el periodista saudí exiliado en EEUU, fue asesinado por agentes saudíes en el consulado de su país en Estambul.

El hecho se condenó en todo el mundo, pero no hubo medidas punitivas. Trump priorizó cínicamente los lazos comerciales con el reino. Su administración ya ni siquiera finge ser la defensora global de la libertad, lo cual representa una renuncia a la responsabilidad -y la influencia -que les da a los autócratas más libertad para silenciar a los medios de comunicación.

La conferencia de Londres en sí atrajo críticas por excluir a algunos periodistas conservadores y medios de propaganda estatales. Eso puso de manifiesto las interrogantes sobre dónde se debe trazar la línea entre los medios confiables y los no confiables, y quién debe trazarla. Además, la difusión de noticias falsas a través de las redes sociales ha sembrado en la gente la duda sobre los medios de comunicación tradicionales y ha erosionado aún más la confianza en las instituciones democráticas.

Clooney señaló que sólo una de cada 10 personas en el mundo vive en un país con prensa libre. Ese porcentaje se reducirá aún más a menos que las democracias protejan la libertad de sus propios medios con hechos y palabras, y enfrenten los abusos en otros países.

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