La Unión Europea no comunica bien lo que hace, repiten los funcionarios europeos apostados en Bruselas. Lo dicen en el Servicio de Acción Exterior, en el Parlamento Europeo y en la Comisión con el convencimiento de que si por cada dólar de acción política no se destina otro a explicar e informar, como lo hace Estados Unidos, entonces el esfuerzo será en vano.
Por eso durante la última semana en la capital belga y principal sede de la organización de 27 estados europeos varios funcionarios mostraron entusiasmo al mantener un intercambio con un grupo de periodistas uruguayos y argentinos, entre los que estaba El Observador.
Invitar medios de comunicación para hablarles sobre asuntos de interés nacional –o continental en este caso– y mostrarle realidades locales en el terreno es un instrumento de diplomacia pública usual entre los servicios exteriores de las potencias. Lo hace el Departamento de Estado, lo hizo la cancillería China antes de la pandemia y fue una práctica que alguna vez usó el Reino Unidos para las Malvinas. También lo hace Israel que, aunque no es una potencia global, siempre ha tenido la necesidad de trabajar sobre la opinión pública.
Para los periodistas suele ser una interesante oportunidad para conocer y preguntar de primera mano. El éxito del programa se define en función de la honestidad de los funcionarios con los que interactúan los periodistas y de su posibilidad de autocrítica, además de la evidente y manifiesta intención de pasar un mensaje. Porque aquí nadie se engaña. Estas aventuras están hechas para pasar mensajes. Y es algo legítimo.
Durante cuatro días recibimos varios, además de interesantes insumos para entender el complejo animal que es la Unión Europea desde el punto de vista organizacional, funcional y político.
Tuvimos conversaciones abiertas y, por momentos, de una franqueza inusitada con alrededor de 15 funcionarios de diferente jerarquía y características: técnicos, diplomáticos, especialistas en comunicación y políticos.
El grupo de periodistas uruguayos y argentinos en la Comisión Europea
Nos señalaron su preocupación por la falta de implementación, a nivel global, de las medidas que contribuyan a frenar la “amenaza existencial” del cambio climático y su trabajo diplomático para convencer a otros estados sobre la necesidad de ello. Nos contaron cómo abordan el trabajo con países que violan los derechos humanos y sus intento por impulsar las cuestiones de género. Nos hablaron en largo de su intención de comenzar una nueva etapa de mayor acercamiento en su vínculo con América Latina con una nueva hoja de ruta de seis puntos para la Celac que presentarán a la brevedad y, específicamente, con los países y bloques con los que vienen negociando como Chile, México y el Mercosur.
Fueron varias las sesiones que se detuvieron a analizar las circunstancias que paralizaron el acuerdo durante dos años y muchos los mensajes de optimismo sobre la ventana de oportunidad que ahora se abre para firmar el acuerdo de asociación de una vez por todas.
Y, por supuesto, durante todos los encuentros aludieron al asunto infaltable que habita en cada sala de las instituciones de la Unión Europea desde el 24 de febrero.
La sangre que defiende los “valores de Europa”
Además de los símbolos belgas y del clásico círculo de estrellas amarillas con fondo azul de la UE no hay ninguna otra bandera en Bruselas que flamee como la ucraniana. Su presencia en la puerta de cada una de los edificios de las instituciones europeas y en las calles y balcones de Bruselas pone de relieve el sentimiento de dolor que afloró en varias partes del continente luego de la invasión rusa.
La bandera ucraniana flamea en Bruselas
La rabia de que Vladimir Putin haya traído la guerra nuevamente a suelo europeo se tradujo en un espaldarazo inédito de Bruselas al gobierno de Volodimir Zelensky con US$ 2000 millones en armas en los primeros 100 días del conflicto, seis rondas de sanciones para Rusia y la recomendación en tiempo récord por parte de la Comisión Europea para otorgar a Kiev el estatus de candidato.
“La decisión no debe ser vista en términos financieros, sino en términos políticos. Se trata de enviar una señal ahora, un reconocimiento al sacrificio que están pagando los ucranianos, porque vemos que en Europa están muriendo por los valores y principios europeos”, destacó Peter Stano, portavoz del alto representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, en una encuentro con periodistas uruguayos y argentinos. “Están sangrando por mantener los valores de Europa”, repitió.
La recomendación de la Comisión –que cuenta con el apoyo explícito de Alemania y Francia– será tratada en la cumbre europea del 23 y 24 de junio y requiere del voto unánime de los miembros para que siga adelante, aunque completar todo el proceso de ingreso podría llevar años.
La guerra en Ucrania duele en Bruselas aunque las consecuencias directas se sienten en los países del oriente de la Unión, como Polonia que ya recibió cuatro de los ocho millones de refugiados que parió esta guerra en casi cuatro meses.
El paisaje belga no ha cambiado demasiado. Los restaurantes se inundan de turistas en las calles de adoquines que dan a la Gran Plaza y las papafritas, los waffles y la cerveza siguen fluyendo como nada. Y tampoco se modificará demasiado aún cuando el conflicto se prolongue durante años, como Stano cree que sucederá. Aunque el invierno pueda traer complicaciones energéticas, los europeos dicen que el problema de la guerra no será de ellos, que después de todo pagarán alimentos con un poco de inflación, sino que los verdaderos inconvenientes alimentarios los absorberá África y algunos países asiáticos.
El grupo de periodistas uruguayos y argentinos en el Parlamento Europeo
El portavoz de Borrell dice que la Unión Europea y sus aliados están preparados para sostener a Ucrania el tiempo que haga falta mientras dure el capricho de Putin, a pesar de que cree que las fuerzas rusas ya “están siendo derrotadas moralmente”. Fue enfático en señalar que la OTAN liderada por los Estados Unidos está pronta para actuar en caso que sea necesario y si se violan algunas líneas rojas, como el uso de armas químicas.
Si el ataque japonés a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, despertó al gigante estadounidense para consolidarlo años después como la mayor potencia sobre la faz de la tierra, la invasión rusa en Ucrania generó una cachetada similar para el conjunto de 27 estados que relegaron parte de su soberanía para vivir en un sueño de cooperación y paz inédito.
El efecto de esa trompada trajo un baño de realidad, sobre todo para los bien pensantes que juraban que con más comercio y dependencia energética domarían a la fiera del Kremlin. Y ahora no solo hablan de volver a las negociaciones para diversificar sus mercados, fortalecer los vínculos con aliados históricos que al momento de votar la condena rusa en Naciones Unidas supieron de qué lado ponerse –y los europeos lo agradecen con énfasis–, sino que además hablan de volver a las armas.
En un mundo que vuelve a la competencia entre dos grandes potencias y con Rusia terciando estratégicamente para una de ellas, Bruselas se despertó de su siesta de idealismo y se volvió a llamar a sí mismo a ocupar un lugar geopolítico de relevancia. O, por lo menos, a comunicar mejor lo que hace.
*El Observador fue invitado por la Unión Europea para participar de un programa para periodistas.