Diego Battiste

Diego Ruete, el cocinero que quiere conectar a los niños con la comida de verdad

El educador y cocinero busca difundir la educación alimentaria con los productos naturales y el espacio de la cocina como primeros pasos para una real transformación educativa

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17 de mayo de 2019 a las 05:00

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Desde la vida intrauterina hasta los meses que siguen al nacimiento, la alimentación del ser humano parte de un hecho esencialmente natural. Pero, a medida que el bebé crece, su propio entorno –que va desde la familia hasta el contexto sociocultural– hace lo suyo y determina buena parte de la dieta que ese niño en desarrollo puede llegar a tener. Todo indicaría que los alimentos naturales son el camino directo hacia un crecimiento saludable y el acto de cocinar el acceso a las distintas sensaciones en el paladar. Pero en la actualidad esto puede llegar a ser una utopía para muchos padres. En una sociedad cada vez más embutida por la seducción de productos ultraprocesados exprés, el acto de comer está a kilómetros de lo originario y natural. Los niños, entonces, quedan expuestos ante una industria cada vez más feroz que –con la mirada poco consciente de los adultos– rompe la conexión con los alimentos de la tierra, el agua y su propio cuerpo.

Las señales de alerta están prendidas desde hace rato: la obesidad infantil es uno de los principales problemas de salud pública del país. Pero todo parece indicar que ni las advertencias de organismos internacionales ni los datos son suficientes. Frente a este panorama y con la certeza de que es necesaria la educación alimentaria como arma para cambiar el rumbo desde la raíz, Diego Ruete (43) emprendió hace 15 años –junto a su esposa, Inés Marracos– Petit Gourmet, un espacio donde lleva adelante el concepto que llamó educocina.

Diego Battiste

Tanto en Petit Gourmet como en los talleres que brinda en distintos colegios en los que trabaja y las escuelas públicas del país que visita voluntariamente junto a su equipo, el educador preescolar y cocinero promueve la reconexión de las personas con los alimentos y la naturaleza a través de las vivencias en la cocina y la huerta. Para sentar las bases de la educocina como herramienta de aprendizaje y acercar a los adultos a lo estimulante que es cocinar, Ruete escribió junto a la magíster en Educación Jimena Folle Educocina (Grijalbo, $ 550).

Desde mostrarles a los niños el proceso de las semillas, fomentar el consumo de vegetales, aprender a identificarlos y experimentar con ellos hasta aprender a leer etiquetas y empezar a discernir lo que es meramente comida de alimentos, la misión de Ruete y su equipo es un desafío constante. Tanto en su experiencia en colegios privados como en escuelas que están en el medio del campo, la premisa es la misma: “Los niños están desconectados del origen de los alimentos”, afirmó el educador a El Observador.

“Abrir esas viandas y descubrir un mundo monocromáticamente homogéneo de despreocupados fideos sin salsas, papas fritas recalentadas con nuggets de fábrica, arroz blanco y algo que, en algunos casos, parecían milanesas”, identifica el autor de Educocina en su libro, en referencia a lo que observa desde hace varios años en los comedores de los colegios.

Pero la desconexión excede la urbe. Ruete contó que en una de las escuelas rurales que visitó se encontró con que la institución –en el medio del campo– no podía tener su propia huerta ni recibir donaciones por parte de los vecinos con quintas, porque debían esperar los paquetes que manda Primaria con panchos y papas fritas envasados.

"¿Qué es eso?", preguntan algunos niños que ven repollo por primera vez en algún taller de Ruete. Muchos tampoco conocen el pepino o la palta, por ejemplo. Muchas veces  pasa porque los padres creen que a sus hijos eso no les van a gustar. Así lo identificó el cocinero, que también criticó la actitud de quienes dicen: “Mi hijo no come nada de verdura, nada”. Así refuerzan una idea que quizá no es tan verdadera. En los talleres de Ruete los niños tienen prohibido decir “qué asco” sobre un alimento; si no les gusta algo, siempre hay que darle otra oportunidad, cocinándolo de otra manera.

Ruete tiene miles de anécdotas. Una de las tantas es la de un niño que no quiso tomar un licuado de frutas que estaban preparando porque a él solo le gusta el “multifrutal”. La gran mayoría de estos episodios reafirman que los adultos basan la alimentación de sus hijos en productos ultraprocesados.

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Además de aprender a valorar la comida real, Ruete promueve el espacio de la cocina; para él es un lugar donde intervienen las matemáticas, la física, la química, la historia y varias ciencias más. Y lo más importante, el niño aprende mientras se divierte: experimenta, mide, hace. También adquiere habilidades motrices, por ejemplo, al saber usar un cuchillo desde los 3 años.

En ese sentido, la educocina va mucho más allá de aprender una receta. “Se aprenden habilidades y valores, como la responsabilidad y el desarrollo de la autoestima y la autonomía. Todo eso a través de algo que tenemos que hacer, que es alimentarnos”, expresó el tallerista.

Desde hace rato

El escenario actual se encuentra dividido entre generaciones que se criaron con platos contundentes y repetitivos –pocos colores, tucos y guisos cargadísimos y polenta, arroz y fideos como regla general– y una generación de adultos jóvenes que son hijos de los ultraprocesados, los refrescos y el delivery.  En ese marco, Ruete dijo que la desconexión con la cultura alimentaria viene desde hace tiempo.

“Vemos una sociedad de adultos mucho más ocupados y preocupados por lo que se ponen por fuera para verse bien y muy poco preocupados por lo que ponen dentro de un plato para alimentarse bien”, sostiene Ruete en su libro. El cocinero reafirma su preocupación con la siguiente idea: la alimentación está siendo subestimada.

Identificar al enemigo

Entre la ecuación perfecta que tendría a padres e hijos en equilibrio con una vida saludable, Ruete identificó que existe un puñado de enemigos que interfieren empañando la amalgama entre la buena nutrición y la cocina.

Con los productos ultraprocesados –nuggets, panchos, galletitas, alfajores, golosinas y un infinito etcétera–  a la cabeza del ataque, el educador alimentario describió como fuerte enemiga a la publicidad embustera. “Nos confunde la industria alimentaria con etiquetas engañosas, personajes de colores, palabras que no son verdad, fórmulas que dicen tener menos azúcar (cuando en realidad le ponen otro nombre) y etiquetas de golosinas que dicen ‘más rico que la fruta’”, argumentó el cocinero.

El educador resaltó que el papel del Estado en estos asuntos debería ser más activo y sostuvo que si no se generan políticas públicas que hagan hincapié en la educación alimentaria, el intento por difundir estos conocimientos termina siendo la lucha de David contra Goliat, donde unos pocos formadores de opinión se enfrentan contra el imperio de la publicidad y de las grandes empresas de la industria alimentaria.

"Los niños son hoy"

“Muy caro y no tengo tiempo” es la excusa de muchos para explicar por qué no tienen una alimentación saludable y casera. “Darle a la cocina el tiempo que merece e invitar a los niños a cocinar es bastante más divertido para ellos que una pantalla, ellos lo que quieren es nuestra atención. Y con el tiempo, lo que no invertimos en esos niños lo vamos a terminar volcando en psicólogos y nutricionistas que tratarán de revertir una situación que ahora tenemos en nuestras manos, pero que después puede ser un problema gordo. Los niños son hoy”, concluyó Ruete.

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