Núbel Cisneros abrigado: a diferencia del día de la entrevista, las fotos estuvieron acompañadas de un frente de frío intenso

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Dueño de su tiempo: Núbel Cisneros repasa su vínculo con el clima y habla de su partida de Telenoche

Cisneros dejó de salir en Telenoche, el noticiero de canal 4, la semana pasada; su partida marca el fin de la era de los presentadores del clima en los canales privados, pero su relación con la ciencia que marcó su vida sigue intacta
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08 de mayo de 2021 a las 05:01

Es mayo y hace calor. Las rodillas crujen, los codos también. La humedad ya no se siente: se mastica. Un viento suave, rastrero, el viento que adelanta la lluvia torrencial, se estaciona en las esquinas de Malvín. Una pared impenetrable de nubes oscuras se ensancha sobre la rambla. 

Y mete miedo. 

No hace falta ser un experto para decodificar el momento. No hace falta conocer de termodinámica, de presión atmosférica, de hectopascales. Te lo puede decir el portero del edificio, el taxista, la que atiende el Kinko, el chofer del 582, tu madre. Con mirar el cielo alcanza: en minutos, en horas, una bomba de agua va a reventar sobre Montevideo y va a borrar del mapa este día de verano extraviado. Va a meter a la ciudad en el otoño definitivo. Y la va a sacudir hasta que las hojas amarillas cubran sus calles.

A pesar del panorama, Núbel Cisneros sale a la calle convencido. Ya no necesita mirar el cielo; lo percibe, le llegan sus vibraciones. ¿Lo siente en la piel? Es probable. Él, ante la mueca de preocupación con la que se encuentra, expande su voz tranquilizadora: “Se aguanta”, dice, y empieza a caminar calle abajo. Mete las manos en los bolsillos del jean, sube los escalones de la plaza de la estatua del coreano azul y se sienta en el banco menos roto que encuentra. Ahí, recién, sube la mirada. Enfrenta la tormenta. Y repite: “El agua se aguanta. Dale nomás”

Cortatormentas

En su familia el clima estaba, pero no estaba. O estaba, mejor dicho, como está metido en cualquier lado: como parte de la sobremesa, de la conversación trivial, del comentario corto que se le tira al almacenero mientras se espera el recibo del 5 de Oro. 

Había, igual, instancias. Escenas de tormentas que hoy relampaguean en sus ojos. Había un abuelo paterno que prestaba atención a los animales, a las hormigas, a cómo la naturaleza se comportaba cuando el mal tiempo se paraba sobre aquel Sarandí del Yi vetusto, forrado de ranchos de chapa, barro y madera, y que estaba más cerca del caserío que de la ciudad que es hoy. Sentado frente al Río de la Plata –una “fuente de inestabilidad atmosférica permanente”, indica–, el ahora exmeteorólogo de canal 4 evoca aquella conexión. Asegura que su abuelo era un excelente observador. Y cree que algo de eso heredó.

Pero estaban también los que cortaban tormentas. Eran dos, tres vecinos, que en medio del descampado, con cuchillos en la mano y una temeridad de mediados de siglo, se metían a engualichar el descontrol climatológico en el centro mismo de la tormenta. Núbel y sus hermanos miraban por la ventana, absortos, cómo desde aquel rincón del departamento de Durazno el pensamiento mágico tomaba forma en la calle de tosca y en ocasiones, incluso, cómo los temporales amainaban después de aquellos “trabajos”. 

“Si lo pensás ahora, era peligrosísimo. Pero el ser humano quiso dominar el tiempo desde siempre y de la forma que fuera. Eso era otro ejemplo”.

En efecto: lo hemos querido siempre. Desde las danzas de la lluvia de los pueblos originarios, hasta los experimentos para controlar las precipitaciones en la China contemporánea, la supremacía humana sobre el clima ha sido un anhelo perpetuo. Hace poco se estrenó, incluso, una película muy mala que vaticina una guerra climatológica entre naciones. Se llama Geo-tormenta y está en Netflix. Núbel no la vio.

A pesar de su salida de Canal 4, Cisneros continúa siendo la referencia del clima en TNU

En el cielo

Sarandí del Yi no era, digamos, la panacea del entretenimiento y las expectativas para los jóvenes de fines de la década de 1970. Por eso, cuando terminó el liceo, Núbel hizo lo primero que se le ocurrió: meterse en la construcción. Lo cierto es que enseguida se dio cuenta de que no era lo suyo y se puso a pensar en algo más. Su padre le propuso ser policía, como él, y Núbel aceptó. Pero probó y también se desencantó. Entonces su padre avanzó un paso más: le propuso la Fuerza Aérea. Y Núbel dijo que sí. Total.

En 1977, la base en la que se formaban los miembros de la Fuerza Aérea se ubicaba en Pando, por lo que no le quedó otra que emigrar del pueblo que había contenido su universo hasta el momento. La partida le pegó fuerte en el pecho. La sufrió. Y aguantó.

“Mi situación era muy humilde. Fue complicado. Y el sentimiento de desarraigo era demasiado grande. Pero di un examen en la escuela de aeronáutica y quedé. Había 2.000 personas para ocupar 70 lugares, pero siempre me fue bien con los estudios. Había hecho sexto de física y matemática. Entré queriendo ser piloto. No sé, había algo en eso de volar, de estar en el aire, que me llamaba. Pero al final nunca me terminó de gustar, y todavía no entiendo por qué. Volábamos en enero, en verano, era lindo, pero no me movía demasiado la estantería. Por eso me di la baja del curso. Y no fue bien visto, claro, porque si vos te metés ahí es porque amás la idea de ser piloto. Si te va mal, todo bien, no pasa nada. Pero, ¿pedir la baja? Nunca.”

Para volar hay que tener claras las condiciones meteorológicas. De nuevo: eso lo sabemos todos. Sin embargo, Núbel entendió dentro de un avión hasta qué punto esto es así. Por algún motivo, esas instrucciones, esa necesidad de mirar el cielo, de interpretar sus señales y sus datos, fue lo único que lo conquistó y que se llevó de aquellas clases de vuelo. 

Ese mismo año, algunos meses antes de darse de baja del curso, se abrió la especialidad de meteorología. Fueron apenas dos promociones, pero logró meterse en una de ellas. Allí entendió: “Esto es lo mío”, pensó. Piensa.

Me recibí de alférez meteorólogo. Y poco a poco me di cuenta de que en mi entorno había gente que precisaba cada vez más de la meteorología. De que se iba metiendo en sus vidas y que ganaba terreno. Cuando me recibí, la Dirección Nacional de Meteorología dependía de la Fuerza Aérea. Metido ahí fue que vi cómo el turismo empezó a necesitar de nuestras herramientas, cómo el campo nos empezó a demandar información. La historia del pronóstico del tiempo en Uruguay se moldeó a partir de las necesidades de la gente.

Veinte años estuvo Núbel Cisneros en la Dirección Nacional de Meteorología. Allí conoció a otros nombres asociados al clima en la pantalla –Diego Vázquez Melo, Juan Torraca–, y en febrero de 1997 se fue. En setiembre de ese año llegó a la televisión.

Al aire

El pasado 27 de abril, Núbel Cisneros terminó su vínculo con Telenoche, el informativo de canal 4. Después de 24 años en el programa y 20 saliendo al aire, su partida cerró una época: era el último de los meteorólogos en los canales privados de aire uruguayos. 

“Entré a prueba cuatro meses y me quedé una vida”, dice, y luego recopila lo que ya se publicó hace algunos días y que fue, en varios portales, lo más leído del día: que su pasaje al teletrabajo en el comienzo de la pandemia fue un prerretiro, que ya había planteado que quería irse al cumplir los 65 años –tiene 63–, que el canal ya no quería tener un rostro para el estado del tiempo en su informativo y que lo que le ofrecieron a cambio –conducir un programa relacionado con la ciencia– no le convenció. 

Fue una decisión empresarial. No llegamos a un acuerdo económico que me sirviera y opté por desvincularme. Con el horario que tenía, la que siempre sufrió fue mi familia. Trabajé 10 años sin estar con ellos, ni el 25 de diciembre, ni el 31 de diciembre, ni el 1º de mayo, ni otras fechas parecidas. Me levantaba todos los días a las cuatro de la mañana. Jamás falté. El día que me operaron de una hernia mandé la información igual. Ya estaba cansado.”

Cisneros frente al panel que lo acompañó buena parte de su carrera

La televisión, de todas formas, no es para Núbel solo este final raro, anticlimático, que lo alejó un poco más de los hogares uruguayos y de la gente. Es, para empezar, un trabajo que mantiene: continúa en su puesto como el encargado del clima en el noticiero de TNU, donde elabora los informes diarios y tiene alguna salida esporádica. Pero, además, es el mejor nexo que encontró para hacer de su profesión un servicio. Que es lo que quiso siempre y lo que comprobó en la calle.

“Siempre me llevé bien con la gente. Debo reconocer que se me aprecia, porque esta situación me lo demostró. Creo que a veces perdía la noción de la gente que necesitaba verdaderamente el tiempo, pero hoy lo entiendo mejor. Al pronóstico lo necesita el que hace una fiesta grande, el empresario que maneja 2.000 hectáreas y quiere invertir en más, pero también el feriante, o la persona que vive en situación de calle y lo ve desde el refugio. Esto es un servicio necesario y lo noto ahora, que dejé de salir en el 4. Me lo hacen saber.”

Servicio parece ser, en efecto, su palabra. Su postura. En la entrevista, por ejemplo, dedica unos 10 minutos a indicarle a un hombre que se tiene que tomar el ómnibus para ir al Cerro y no sabe dónde ni cuál. Núbel le explica, el otro no entiende. Núbel se para y le señala. El otro agradece. Él sonríe. Cumple.

Y así pasó más de dos décadas. Al servicio de las demandas de un país que necesita permanentemente hablar del clima, saber del clima, adelantar el clima. Empezó junto a los conductores Jorge Mederos y Elsa Levrero, terminó con Daniel Castro. Fue una referencia diaria, se convirtió en el centro de las consultas de familiares y amigos cuando había que organizar un asado, una licencia, un cumpleaños. Fue el hombre sobrio, formal, que podía equivocarse pero que daba seguridad. El que medía las alertas. El que sopesaba la información. Era Núbel Cisneros: un caballero del tiempo. Eso, al menos, se repetía varias veces en los comentarios de la nota de El Observador que se anunció su salida del canal. Un caballero. El consenso, acierto más, acierto menos, es general. 

Fallar, acertar

¿En qué confía un meteorólogo? Para empezar, en su mirada. Después, en los satélites. Y en su capacidad para interpretar los datos que de allí salgan. ¿En qué no confía un meteorólogo? No confía demasiado en AccuWeather, o en las aplicaciones que, en algún sentido, llegan para desbancar su función. 

Así lo justifica: “Por más satélites que tengas, software que haya, siempre acaba determinando un pronóstico la experiencia que tenga el meteorólogo de la zona. La relación es de 50% de información que sale de los avances tecnológicos, y 50% de instinto. Por ejemplo, hace poco se hizo un estudio entre las diferentes aplicaciones a las que podemos acceder todos, y lo que hace un meteorólogo. Al final, dio como resultado que siempre es más fiable seguir las recomendaciones de la persona. De los humanos. Una app no tiene la capacidad del meteorólogo de conocer el sitio, de entender de manera intuitiva los comportamientos de los fenómenos. ¿A quién no le ha pasado de ver que en el celular nos dicen que está lloviendo y afuera hay sol?”.

Tiene razón. Los dos celulares que hay en la conversación, en la plaza, marcan que ya está lloviendo. Por ahora, el cielo sigue aguantando, como él indicó. Está negrísimo, apocalíptico, pero aguanta. ¿Pero qué pasa si se equivoca? O mejor dicho: ¿cómo se llevó, a lo largo de su carrera, con los errores? ¿Con el coqueteo permanente con el fallo?

“Te lo voy a decir así: si el pronóstico se cumple, no pasa nada. Te sentís muy orgulloso, y el tiempo te da un mimo. Pero para la gente no pasa nada. Nadie se acuerda, porque acertar es tu función. Ahora, cuando te equivocás y tenés que salir al aire, es bravo. Incluso tus propios compañeros te lo reclaman. ‘Che, Núbel’, te dicen, ‘dijiste que no iba a llover y llovió toda la tarde’. Ahí hay que tener cintura y dejar claro que es un error humano. Siempre lo es. Es un error de apreciación. Porque los modelos atmosféricos te dan una perspectiva, pero nunca la realidad. Vos tenés que tener claro qué puede pasar si está húmedo, si está claro, si está seco, si hay espejos de agua o no. Sos vos, es tu mirada. Tu mirada humana.”

En la resaca de la tarde, su figura hoy informal –es extraño verlo sin el traje impoluto, el nudo de la corbata bien hecho, la camisa planchada– se encuentra con las señales conocidas, las referencias que lo hacen lo que es: la cabeza calva, el bigote característico, la voz medida. El nombre. 

Su nombre. Núbel. Es casi un producto refinado del determinismo nomenclator. Tiene, dicho en voz alta, hasta una musicalidad climatológica. Núbel. Suena a lluvia. Suena bien. Núbel. 

“Les pregunté a mis padres de dónde lo habían sacado. No me supieron decir. Ellos eran muy especiales con los nombres. Tengo un hermano que se llama Richard Nixon y otro que se llama Spikerman. Creo que fui el más favorecido. Igual, esto lo digo ahora. Imaginate decir en una escuela del interior rural que te llamás Núbel. Imposible. A mí me decían cualquier disparate. Por eso pasé a ser Cisneros. A mi hermano le decíamos el Negro.”

El agobio de la tarde ya no se aguanta más. La estática previa al estallido empasta el aire. El calor se repliega. Las nubes ya están encima.

Núbel mira al cielo. “Ahora sí”, dice. Ahora sí. Se acomoda en el banco. Mira el cielo otra vez. La pregunta, claro, baja a tierra enseguida, casi acompañando el movimiento de su cuello: ¿cuánto mira Núbel Cisneros el cielo?

“Todos los días, a toda hora, en todo momento. Es parte de lo que soy. Está en mi ADN.”

El primer trueno, grave, sacude el horizonte.

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