AFP

El futuro de Hong Kong pende de un hilo

Hong Kong es un obstáculo para la visión del "gran rejuvenecimiento" de China de Xi Jinping

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15 de agosto de 2019 a las 14:59

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Por Jamil Anderlini

Un verano largo y caluroso, violentas protestas callejeras, la intromisión de China continental y los rumores de una inminente invasión del norte. Estos eventos en Hong Kong se parecen extraordinariamente a los disturbios que estallaron en las calles de la entonces colonia británica en 1967, durante el apogeo de la Revolución Cultural.

El hecho de que Beijing ahora sea la potencia colonial y la causa principal de los disturbios, es una clara denuncia de su forma de gobernar el territorio. Pero también revela la falla fatal en el acuerdo en el que Gran Bretaña le devolvió a China en 1997 la joya de su imperio que había desaparecido hace mucho tiempo.

Para muchos en Hong Kong, el acuerdo alcanzado en 1984 entre la primera ministra británica Margaret Thatcher y el líder chino Deng Xiaoping parecía garantizar que su forma de vida no cambiaría después de 1997.

La fórmula de "un país, dos sistemas" prometió que no habría una toma de poder comunista, aseguró la protección de las libertades básicas y estableció una discreta — y en gran medida simbólica — transferencia de la soberanía durante al menos 50 años. El propio Deng insinuó que China continental podría eventualmente adoptar un sistema capitalista liberal que permitiría que Hong Kong, y con suerte Taiwán, pudieran integrarse perfectamente a la madre patria.

En retrospectiva, 1984 pudo haber sido el pico histórico de la apertura china. A mediados de la década de 1980, China estaba en medio de un momento de fuerte experimentación política que llegó a un final brutal con las protestas de la Plaza Tiananmén en 1989. Las reformas económicas se reiniciaron unos años más tarde, pero la liberalización política se retrasó indefinidamente. Cuando Xi Jinping llegó al poder en 2012, rápidamente asumió un estilo de gobierno más autoritario, incluso totalitario. Eso ha puesto en peligro la posición de Hong Kong. Con su independencia judicial, los flujos de capital libre y la libertad de expresión, el territorio se ha convertido en un obstáculo para la visión de Xi de un "gran rejuvenecimiento".

Además de intentar conciliar sistemas políticos totalmente incompatibles, la decisión de Beijing de dejar intacta la estructura económica de Hong Kong ahora también parece un error de cálculo. Siguiendo el ejemplo de Gran Bretaña colonial, Beijing ha entregado efectivamente el control de la ciudad a un pequeño grupo de oligarcas que dominan la economía local.

Durante 25 años consecutivos, Hong Kong fue nombrada la economía más libre del mundo en 2019 por Heritage Foundation, el conservador grupo de expertos estadounidense. Pero cada año, esta calificación provoca el desprecio de quienes realmente viven y trabajan en la ciudad, especialmente de cualquiera que haya intentado abrir una empresa que pueda socavar el negocio de las familias de los magnates.

Hoy, las mayores fortunas en Hong Kong dependen del control de la tierra y la propiedad en lo que es el mercado inmobiliario más caro del mundo. El salario mensual promedio en Hong Kong es de alrededor de HK$17,500 (US$ 2,230), mientras que el alquiler promedio de un apartamento de una habitación en el centro de la ciudad es de HK$16,500.

La extrema desigualdad, la inaccesibilidad de la vivienda y una gran afluencia de residentes y visitantes del continente son factores que han contribuido a la erupción de la ira en las calles en los últimos meses. Hasta 1 millón de personas de una población de 7.4 millones son recién llegados a Hong Kong desde el continente.

En el período previo a la entrega de 1997, Beijing cortejó asiduamente a las principales familias empresarias, comprando su lealtad con un acceso generoso a las tierras y a las inversiones en el continente. A cambio, se esperaba que mantuvieran inactivas y sumisas a las élites de la ciudad y a la población en general.

Uno de los aspectos más llamativos de reciente agitación ha sido la ausencia pública casi completa de los magnates normalmente locuaces de Hong Kong. Claramente no pueden permitirse ofender a los que los apoyan en Beijing ni a las masas de las que viven en Hong Kong.

Sin un final a la vista para el verano de ira de Hong Kong, la pregunta es ¿qué va a suceder ahora?

Las posibilidades de que Xi decida enviar al Ejército Popular de Liberación para sofocar los disturbios están aumentando día a día y sospecho que ya superan el 50%. Después de una prohibición inicial de cualquier informe sobre las protestas, el departamento de propaganda del partido comunista ha ordenado a los medios de comunicación de China continental que inunden la zona con informes que enfatizan la violencia de los manifestantes y el supuesto papel de las "fuerzas extranjeras hostiles". Este lenguaje portentoso claramente está preparando el escenario para una eventual intervención si las protestas continúan.

En 1967, las autoridades coloniales lucharon durante meses para controlar la situación, mientras China amenazaba con una invasión a gran escala y los radicales guardias rojos comunistas saqueaban la embajada británica en Beijing. Las violentas protestas callejeras se convirtieron en una campaña de bombardeos y, cuando la agitación disminuyó, 51 personas habían muerto y casi 5,000 habían sido arrestadas. La violencia realmente se acabó cuando el primer ministro chino, Zhou Enlai, detuvo la agitación comunista en la colonia.

El problema para Hong Kong es que actualmente no hay nadie en Beijing que se parezca remotamente a ese famoso estadista.

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