KAY NIETFELD / POOL / AFP

El legado de Angela Merkel: liderazgo mata dogma

El giro copernicano de la canciller alemana y las lecciones que deja a 15 meses de su retiro de la política

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24 de julio de 2020 a las 05:03

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Tras cuatro días con sus noches de intensas y crudas negociaciones en Bruselas, la Unión Europea alcanzó el martes por la madrugada un histórico acuerdo para emitir por primera vez deuda conjunta por 750.000 millones de euros, que se destinarán a un fondo de recuperación del coronavirus.

Los principales beneficiarios de este fondo serán Italia y España, en cuyas economías la pandemia ha causado efectos deletéreos; y así, no deberán reponer el subsidio que recibirán de Bruselas para reactivarlas. 

“Deal!”, anunció agónicamente el martes Charles Michel, el belga que preside el Consejo Europeo, tras la última y definitiva ronda de negociaciones en Bruselas. El reloj bajo el tuit marcaba las 5:31 a.m., horario central de Europa.

Habían sido cuatro días de un toma y daca impresionante entre la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Emmanuel Macron, a favor del fondo, y otros cinco países que, encabezados por Holanda, pretendían hacerle quitas sustanciales al monto final y, sobre todo, que los subsidios fueran aprobados por unanimidad, lo que en los hechos les daría a ellos derecho de veto.

Lo más curioso es que para adoptar esa posición en el debate, Angela Merkel debió dar un giro copernicano: durante mucho tiempo, la canciller alemana se había negado rotundamente a apoyar este tipo de subvenciones, entre otras posturas de austeridad fiscal que desde la crisis del euro le habían valido ser tachada muchas veces de “avara”, “inflexible” y hasta de “inhumana”, o en el mejor de los casos, comparada en Alemania con una “ama de casa suaba” que anda siempre mirando el peso. Esta vez no. Esta vez dejó claro desde el primer día, el 18 de mayo en que hizo el anuncio junto a Macron, que la idea era emitir deuda en forma conjunta con todos los países miembros de la UE y en esos términos, para paliar la crisis que, como un tendal, dejaría la pandemia tras de sí.

Esto la enfrentó hasta el mismo martes con los gobiernos de Holanda, Austria, Suecia, Dinamarca y Finlandia, que se opusieron desde el principio y, en la negociación de esta semana en Bruselas, estuvieron liderados por el duro premier neerlandés, Mark Rutte, quien se erigió en un contrapunto de fuste frente a la veterana canciller germana.

En Holanda gobiernan los liberales y en Austria los conservadores, con lo cual la postura que adoptaron en este caso parece consecuente. Pero en Suecia, Dinamarca y Finlandia gobiernan los socialdemócratas, que a la hora de hacer desembolsos nunca han depositado mayor confianza en los países de la Europa meridional; siempre se habían refugiado en la austeridad de Merkel para votar con ella y que fuera la alemana quien encajara las críticas y asumiera el costo político.

Pero esta vez doña Angela les salió más keynesiana de lo que ellos jamás lo fueron. Y han quedado en evidencia. Aunque justo es decir que todos estos gobiernos procuran frenar el avance del nacional-populismo en sus países; ello los obliga necesariamente a ser más cuidadosos con el gasto y los fondos públicos.

Sin embargo, nadie ha combatido a los populistas más que Merkel, a quien muchos consideran la antítesis de Donald Trump, el contrapeso europeo a los arrebatos del norteamericano.

Y en eso, la líder alemana pretende pasarle la posta a Macron. De hecho, toda esta movida a duo en favor del fondo de recuperación del coronavirus fue la manera de Merkel no solo de rediseñar su legado histórico y reimpulsar el eje París-Berlín, que tanta fortaleza le dio siempre a Europa, sino también de traspasar el liderazgo europeo al hoy presidente galo.        

Es de este modo que Angela Merkel deja un legado de flexibilidad y ductilidad política. Los que la estigmatizaron por la austeridad que impuso para salir de la crisis de 2008, no podrán después de esto dejarla petrificada en esa herencia. Este acuerdo histórico la coloca en las antípodas de ese modo de pensar y proceder.

Angela ha demostrado que liderar es mucho más que una postura o tal o cual decisión coyuntural, que la visión del estadista trasciende los sucesos y urgencias del presente. Hoy ha ido en contra de sus propias convicciones para asegurar la unidad y la integridad de Europa.

Por eso su legado es esencialmente europeo, y está dejando a Macron allí para continuarlo.

Es un legado de auténtico pragmatismo en el gobierno. Para la canciller alemana, “las situaciones extraordinarias requieren de esfuerzos extraordinarios”, como sentenció hace unos días en medio de la maratónica negociación en Bruselas, cuando el acuerdo parecía escapársele como agua entre los dedos.

Ahora con el pacto sellado, Merkel deja una lección para las nuevas generaciones de líderes, no solo europeos, sino también para los demócratas sudamericanos, que sabemos de su admiración por la líder teutona: y es que cuando se trata de crisis, cisnes negros y circunstancias adversas en general, no hay fórmulas inamovibles, que en ciertos casos se impone una cintura política muy elástica, que, en suma, liderazgo mata dogma.

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