Leonardo Carreño

El Mercosur, un zombie de treinta años

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14 de abril de 2021 a las 05:00

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Estimado lector, imagine por un momento a los respectivos presidentes del Mercosur inaugurando un polo de desarrollo e innovación tecnológica, formado por universidades y empresas regionales, en sociedad con inversores de Silicon Valley y entidades académicas de Estados Unidos. Se trata de un proyecto aplicado a la biotecnología, a las energías renovables y a la producción de microprocesadores y también de software para el sector agropecuario. Mientras, se expanden las cadenas agroindustriales integradas, exportando bienes agrícolas con alto valor agregado, a mercados de Medio Oriente y del sudeste asiático. En el bloque funciona además, un centro de diseño y producción de “drones” para el monitoreo de cultivos, y de tractores eléctricos, con know how y componentes de la región, y la participación de empresas chilenas que proveen las baterías de litio y su tecnología para los vehículos.

Si bien esto le podrá parecer una fantasía, lo son en cambio, realidades muy dinámicas, presentes en otros lugares del mundo y en un abismal contraste con el penoso y casi terminal estado del Mercosur actual. Basta escuchar a la repetida y aburrida manifestación de intereses a perseguir, las mismas intenciones que, treinta años atrás, se plasmaron en el tratado fundacional.

Creado en 1991, este bloque fue producto de sus tiempos, marcados por el espíritu que surgía tras el final de la Guerra Fría. Se trataba de un momento auspicioso en la historia, en la que el capitalismo junto a la democracia liberal, gestarían un nuevo orden mundial, más pacífico, más estable, predecible y colaborativo. Eran los días del “Consenso de Washington”, y la “Iniciativa de las Américas” 1, dos grandes visiones cardinales, orientadoras de la política exterior y de fomento económico de Estados Unidos, dirigidas al continente latinoamericano.

En la región, se daba un giro en materia económica a favor de la apertura comercial, la disciplina fiscal y la estabilidad monetaria, junto a los planes para implementar profundas transformaciones del Estado, en el marco de la afirmación de los procesos de restauración democrática y el alineamiento con una visión más liberal de la economía global.

Sin embargo, a lo largo de treinta años y más allá de las correspondientes evoluciones del comercio exterior intra-zona, el Mercosur fue abandonando su esencia primordialmente económica, para pervertirse en una tribuna política, servil a los gobiernos populistas que se instalaron a partir del 2003, con la llegada del kirchnerismo en Argentina, de Lula da Silva y Dilma Rouseff en Brasil, y la incorporación al grupo de la Bolivia de Evo Morales, un populista con sesgos autoritarios, y la Venezuela del chavismo, un engendro que derivó en la actual autocracia de Nicolás Maduro. El Uruguay se vio embretado, entre los empujes patoteros del kirchnerismo, la afinidad ideológica en el accidentado comercio con el chavismo (durante el gobierno de José Mujica, Venezuela, un Estado fallido, estuvo entre los principales cinco mercados de exportaciones uruguayas) y la seducción de los Estados Unidos para la firma de un tratado de libre comercio. Fueron sin duda, años aciagos para nuestra política exterior, resignada y hasta obsecuente con estos populismos.

Hoy, la región enfrenta un escenario de extraordinaria complejidad, en sus incertidumbres y amenazas. Nuestros vecinos, padecen de versiones populistas antagónicas.                                   

En Argentina, la variante kirchnerista, ha secuestrado al peronismo, y viene derribando a los poderes republicanos en gradual demolición, manteniendo de rehén a una sociedad que en parte parece sufrir del síndrome de Estocolmo. En Brasil, el legado de corrupción del binomio Lula-Dilma le abrió el paso a Jair Bolsonaro, un populista de extrema derecha, de discurso nacionalista y posturas radicales, y que en estas horas, además de enfrentar las desastrosas consecuencias en vidas humanas de su negligente manejo de la pandemia, debe lidiar con una crisis de su gobierno y dentro de las Fuerzas Armadas.

Mientras que la pandemia arrecia a escala planetaria, otra clase de crisis se viene gestando en el actual contexto internacional y que involucra a la tríada protagonista de un conflictivo desorden mundial y con directa influencia hemisférica y regional. Entre China y Rusia, -actuando como aliados circunstanciales y también en forma individual, según sus respectivos intereses y estrategias geopolíticas- y los Estados Unidos, líder de un endeble occidente, se está gestando un escenario de tensiones y enfrentamientos que la asunción de Joe Biden al gobierno de Estados Unidos parece afirmar. Este nuevo marco internacional ya genera desde Buenos Aires, fuertes sintonías con los rusos y los chinos. Desde Brasilia parece estar dándose un movimiento de aproximación hacia la Casa Blanca de Biden, en una realpolitik que podría estar siendo dictada por el pragmatismo del palacio de Itamaraty, llevando así a Bolsonaro al abandono de su simpatía hacia Trump.

¿Por qué estas jugadas cobran mayor relevancia ahora? Es altamente posible, que ante la preocupante evolución que vienen siguiendo las relaciones entre Estados Unidos y China, -en la que la cuestión de Taiwán, es el potencial detonante de un conflicto bélico y a muy corto plazo- nuestra región deberá tomar decisiones cruciales, en la que confluirán factores políticos y económicos, determinantes para su estabilidad.            

Una interrogante clave que deberá responder eventualmente el Uruguay, es respecto a cuál, de los dos polos antagónicos, nuestro país deberá alinearse, por la propia fuerza de los hechos y por los juegos de presiones e intereses de Washington y Beijing.                       

Esta decisión ya no solo será de raíz económica, sino fundamentalmente geopolítica. En materia de rumbos, Argentina y Brasil parecen haberla tomado ya.

Frente a la compleja e inestable realidad mundial, este Mercosur parece pensar y actuar como un zombi, sumido en un sueño trasnochado en lo ideológico y panfletario, reaccionario a las oportunidades y desafíos de la economía competitiva del siglo XXI, y cada vez más aislado de un mundo que se reorganiza en una dispersión multipolar de bloques y países, que persiguen al progreso a través de la competencia, la innovación y la integración cognitiva y productiva.

Por ello, esta es la hora crucial en la que nuestro país debe enfrentar y resolver sus propios desafíos y obstáculos. Ante todo, porque para proyectarse en el mundo como su amplio mercado, debe generar una revolución cultural con una visión de audacia, creatividad y realismo. La inserción económica, mediante la bilateralidad o la adhesión a otros bloques y tratados, exige de un conjunto de profundas reformas estructurales, para comenzar a ser competitivos y seductores a inversores y socios comerciales.

Entonces, ¿estamos en condiciones de abandonar, y de una buena vez, a la década de 1950 y entrar definitivamente al siglo XXI?

Esta es hoy una ineludible y esencial pregunta, ante la imperiosa necesidad del Uruguay en expandir sus relaciones comerciales, trascendiendo al Mercosur. El bloque ha resultado un rotundo fracaso, producto de su perversa politización, y al que no le debería aguardar otro destino que el de su irrelevancia y disolución, a manos de la mala política y de la poderosa realidad de estos tiempos vertiginosos.

Una realidad, la cual y más temprano que tarde, terminará anulando a la ideología.

1  El Consenso de Washington se trató de un conjunto de políticas destinadas a integrar e implementar un ambicioso programa de reformas estructurales a nivel económico, comercial y de las dimensiones del Estado, en los diversos países latinoamericanos, con su consenso y con el apoyo de diversas instituciones económicas y financieras. La “Iniciativa de las Américas” era un programa de desarrollo, ideado por el gobierno de George H. W. Bush basado en la expansión del comercio, la inversión y la reducción de la deuda en América Latina.

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