Se confirma que la línea central del mensaje político del gobierno en esta campaña pasa por algunos puntos clave sobre los que ha construido su propuesta reelectoral o, mejor, su defensa reelectoral. Casi todos esos puntos de apoyo se basan en la dialéctica o la afirmación reiterada de conceptos que vierten sus jerarcas, sus partidarios o sus voceros formales e informales.
Se escucha entonces que la economía está mejor que nunca y que sólo se está fallando en la batalla comunicacional. Tal simplificación lleva a los candidatos y funcionarios del oficialismo a dedicarse a refutar cada una de las propuestas de sus opositores, o sus críticas. Al no digerirse que el último mandato fue muy pobre, ya ordeñado todo el efecto de la soja de Dios, no se ensayan ni autocríticas ni proyectos. El programa es entonces un frondoso enunciado de aspiraciones, de la intención de mantener o profundizar las conquistas, sin explicar el cómo. El mensaje es perdedor porque se ha agotado el dinero, no porque se explica mal.
Por eso Daniel Martínez no quiere prometer que no habrá suba de impuestos (salvo en caso extremo – dixit) y termina por enredarse en una confirmación fatal de intenciones: “Decís que no aumentarás los impuestos y después descubrís a un sector que tiene márgenes de ganancia descomunales y que el Estado lo está ayudando demasiado, le subís el impuesto y se arma una guerra ciudadana”. Un compendio de ideas anticuadas, estatismo, arbitrariedad, inseguridad jurídica e improvisación que ahuyenta inversión y votantes, con justa razón. ¿Falla la comunicación o estallan la ideología y el populismo cuando no hay de dónde sacar para repartir?
En la disputa por el espectro del centro político, se trata de ocultar aquello que pueda molestarlo, se hace equilibrismo para no decir lo que se hará, y para explicar por qué no se puede hacer lo que el centro espera. Se usa entonces el fracaso de Macri como ejemplo de lo ruinoso de un ajuste, ignorando - deliberada o espontáneamente – que el fracaso se debió a no haber hecho el ajuste, a haber financiado el déficit con deuda en vez de bajarlo, y finalmente, cuando le explotó ese dislate, a haber tenido que hacer un achique de urgencia que recayó sobre los privados, individuos y empresas, y no sobre el estado.
Tampoco es cierto que Macri haya fracasado por querer manejar el país como si fuera una empresa privada. Una empresa privada no habría tolerado ninguno de los errores conceptuales y de gerenciamiento cometidos por el gobierno argentino. Todos basados en creer que se puede gastar sin tener ingresos legítimos, o que se puede emitir o endeudarse para pagar gasto populista.
Otra prueba de que la estrategia electoral del Frente se concentra en esa idea de atacar lo que dicen sus oponentes, desde las barricadas y desde la prensa, la ofrece la reacción frenteamplista ante la observación de Ernesto Talvi sobre las cifras de desempleo, que mereció descalificaciones casi insultantes tanto de los jerarcas como de algunos economistas. Esta columna ha destacado sistemáticamente que el empleo estatal tiene muchísima menos potencia que el empleo privado – y altos costos - sin desmerecer a las personas que prestan servicios públicos vitales para la comunidad.
Lo afirmado por el candidato colorado es absolutamente válido. De lo contrario, se podría resolver el problema del desempleo sumando 200,000 nuevos empleos estatales de inmediato. Pero los burócratas creen que cada uno de esos 70,000 empleos que incrementaron ha sido asignado eficientemente, es justificado e imprescindible. Lo descrito largamente por Hayek en su “Camino de servidumbre”.
Esa creencia de que el estado puede generar riqueza y empleo es la madre del atraso en cualquier sociedad. No se advierte, salvo en los escritos de Marx, ninguna teoría económica que Talvi esté desconociendo al haber hecho una clara diferencia entre el empleo privado y el público, mucho más tras 15 años de gobierno estatista. De nuevo, es posible hacer esas afirmaciones y descalificaciones sobre lo que dicen los candidatos opositores. Lo que no se debe hacer es creerse que son ciertas.
En esta línea de negación, se lucha denodadamente para mostrar el repunte del FA en las encuestas, que por lo menos hasta ahora no se observa, pese a los esfuerzos encomiables que se advierten en la prensa. Aquí sí se podría traer el ejemplo de Macri y su espera de un milagro.
Este estilo gramscista de discusión parte del hecho de que, desde Marx en adelante, el socialismo y sus herederos se ha adueñado de los pobres. O de la lucha contra la pobreza. Pero han venido fallando sistemáticamente en esa lucha o consiguiendo triunfos temporarios que luego se pagan con miseria.
Nadie decente está en contra de reducir y tender a eliminar la pobreza y sus consecuencias. Nadie debiera estar en contra de una educación en serio para todos. Nadie puede querer privar a nadie de su bienestar. Lo que está en discusión es el modo de lograrlo. El Frente cree que lo puede hacer instantáneamente, tomando el dinero de los demás y repartiéndolo. Hay otras visiones, que han dado mejor resultado globalmente.
Mejores salarios, más empleo, más bienestar se consiguen de modo duradero y efectivo con la conjunción de tres factores. Capital (casi sinónimo de tecnología), innovación (función de la educación) y trabajo. Hay un cuarto elemento que une a esos tres: el emprendedor, la odiada empresa. Esa combinación no se consigue por medio del estado. Todo lo contrario. Pero es esencial lograrla cuando se trata de complementar el modelo de país tomador de precios, con el de oferta de alto valor agregado, de un output más rico, que no es exactamente la exportación de cinturones.
Ése es el debate que el Frente amplio no quiere dar, ni va a dar, ni a darse.