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Entendiendo el ADN argentino

Ejemplos como el de Marcelo Gallerdo en el partido contra Gremio demuestran cómo se manejan los argentinos en cuanto a las reglas
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04 de noviembre de 2018 a las 05:00

Es un ejercicio difícil, para quien lo mira de fuera, explicar la decadencia de Argentina a lo largo del siglo XX tanto en términos absolutos como relativos. Explicar sus recurrentes crisis financieras y cambiarias, los 18 planes antiinflacionarios implementados en los últimos 30 años que no dieron resultados, sus defaults festejados en el Congreso,  la corrupción generalizada desde hace varios gobiernos que permea toda la sociedad, los “cuadernos de las coimas” que explican con detalle el recorrido de la corrupción en obra pública hasta llegar a las más altas esferas del poder presidencial, los bolsos de dólares producto de las coimas volando por encima de los muros de un convento buscando no se sabe qué refugio. 

Es un ejercicio difícil, para quien lo mira de fuera, explicar la decadencia de Argentina a lo largo del siglo XX tanto en términos absolutos como relativos.

Y, por contraste a estos  problemas –por llamarlos de alguna manera–, lo que Argentina podría haber sido en el concierto de las naciones y no fue. Y por lo alto que estuvo y como fue decayendo paulatinamente tanto entre los países desarrollados como entre los países del continente. Como ejemplo, el PBI per cápita de Argentina en 1990 era 35% superior al de Chile y hoy es 15% inferior. Como canta Carlos Gardel en su tango “Cuesta Abajo”, es “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. 
¿Qué le pasó a la Argentina? Es la pregunta más recurrente de politólogos, economistas, sociólogos y hasta psicólogos, tanto nacionales como extranjeros, para explicar esta decadencia o esta frustración. Para explicar esta anomalía, el economista ruso-estadounidense Simon Kuznets, premio Nobel de Economía en 1971 por sus estudios sobre el crecimiento económico, inventó una famosa clasificación de países. Según Kuznets, “hay cuatro clases de países: desarrollados, en vías de desarrollo, Japón, y Argentina”. Japón porque lo hacía todo bien pese a carecer de recursos naturales  (en ese momento, alrededor de 1980, era la segunda economía mundial y hoy la tercera al ser superado por China) mientras que Argentina era ejemplo de todo lo contrario: país dotado notables recursos naturales pero que no había sabido mantener su posición relativa de privilegio.

Algo se torció en Argentina a partir de la década del 30. Muchos sostienen, Ortega y Gasset entre ellos, que en Argentina predominó el “espíritu de la factoría”, fomentando el individualismo y desgastando la institucionalidad republicana. Un espíritu que llevaba a ignorar las reglas, normas o leyes en aras de un bien individual.

Y un muy buen ejemplo de ello ocurrió esta semana en el partido entre River Plate y Gremio por la Copa Libertadores. El DT de River, Marcelo Gallardo, lleno de títulos como jugador y como técnico, estaba suspendido. No podía comunicarse con sus jugadores, ni con sus ayudantes ni concurrir al vestuario. Pero al finalizar el primer tiempo, con su equipo en desventaja, Gallardo resolvió ir de incógnito al vestuario a hablar con sus jugadores para aleccionarlos. Violó la letra y el espíritu del reglamento. Una cámara de TV lo vio y quedó al descubierto. Interrogado después del partido, el Muñeco Gallardo explicó: “Me tomé el atrevimiento de bajar en el entretiempo y hablar con los jugadores porque creía que lo necesitaban y yo también lo necesitaba”. Y amplió: “Tal vez incumplí una regla de no entrar al vestuario. Lo reconozco y lo asumo. Pero es indignante no tener la posibilidad y la libertad para poder trabajar”. 
Y, ya enfervorizado añadió: “No me importa si por esto me pierdo la final. Si es así, que sea así. Yo me estoy haciendo cargo de algo que creo que es injusto. ¿Está en el reglamento? Bueno, lo acepto. ¿No puedo entrar al campo de juego? Perfecto. Pero yo no me iba a privar de estar con mis jugadores en un momento donde creo que lo necesitábamos”.

Algo se torció en Argentina a partir de la década del 30. Muchos sostienen, Ortega y Gasset entre ellos, que en Argentina predominó el “espíritu de la factoría”, fomentando el individualismo y desgastando la institucionalidad republicana.

Gallardo reconoce que hay un reglamento que le prohíbe entrar al campo y al vestuario, pero dice que no se priva de hacerlo porque sus jugadores “lo necesitaban”. O sea, se salta la norma, que conoce perfectamente y cuyas consecuencias también conoce, pero las desprecia. Norma, reglamento, ley, Constitución luego. Igual que Maradona con la “mano de Dios”. Reconoce lo ilícito de su jugada, pero lo ensalza. Gallardo no llega a tanto, pero desprecia el reglamento que está, en este caso, para impedir la comunicación técnico-jugadores. Y lo prohíbe porque se sabe lo importante que es esa comunicación. Pero Gallardo se ríe del reglamento en busca del bien de su equipo. Es “el espíritu de la factoría”. El saltarse las normas –ya sean reglamentos del futbol, leyes y la propia Constitución– está en el ADN argentino. Y ello es lo que impide que se construya una armazón institucional sólida, mucho más importante para la prosperidad de los pueblos que los recursos naturales. Por eso, Japón está donde está y Argentina también. 

 

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