Entre la soledad y el riesgo: ¿cómo vive el responsable del Faro de Punta del Este?

Álvaro Fajardo es el encargado del Faro de la península desde 2013, y lleva veinte años dedicado a esa profesión

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06 de enero de 2020 a las 05:00

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A Álvaro Fajardo le encanta sacar fotos de los atardeceres. Su celular está repleto de imágenes de las puestas de sol. Aunque su favorita la hizo en el mar, en su lugar de trabajo tiene una vista que lo ayuda a hacer esos retratos. Porque Fajardo es el encargado del Faro de Punta del Este, y cada día, cuando el sol se oculta, tiene que subir los 150 escalones que separan la base del fanal y prenderlo.

También hace el ascenso al amanecer, para apagarlo. Sube como si nada, porque desde el 2000 es miembro del Serba, el Servicio de Balizamiento de la Armada Uruguaya, la rama encargada del cuidado, mantenimiento y operación de los faros de la costa nacional. Empezó en la Isla de Lobos, que se ve desde su actual puesto, y después pasó por los faros de José Ignacio e Isla de Flores, además de un período embarcado en el Capitán Miranda. Desde 2013 es el encargado del Faro de Punta del Este, y mientras le dé el cuerpo –y lo dejen, apunta– piensa seguir allí.

Carla Colman

Fajardo vive solo en el Faro. Pasa una semana allí, y luego tiene una semana libre, que pasa cerca, en Pan de Azúcar, su ciudad natal. Como el viaje es corto, en sus ratos libres puede visitar a su familia y volver para seguir con sus tareas habituales, que consisten en el mantenimiento y limpieza de la torre. Pintarlo, realizar trabajos de albañilería y controlar el voltaje de las baterías solares que alimentan la luz LED del faro, son las tareas más habituales.

También tiene a su cargo las distintas boyas marítimas que se ubican entre Piriápolis y la costa de Rocha, las balizas del puerto de Punta del Este, y la baliza de Punta Colorada. Tiene que vigilarlas, repararlas y comprobar que no se apaguen sus luces, explica desde la cima del Faro. “Mirá, justo, hay una ahí que no prendió”, dice y señala una boya que no destella su luz roja ahora que ya cayó el sol.

Carla Colman

En ocasiones, aparecen en las costas locales boyas argentinas que se soltaron y quedaron a la deriva. Como en ese país los faros están en manos privadas, los argentinos se desentienden. Fajardo y su compañero van hasta ellas y rescatan los costosos sistemas lumínicos, para que puedan ser usados en Uruguay y reducir gastos.

Esa tarea, la de ir hasta las boyas, trepar a ellas y cambiar las lumínicas, es la más complicada, asegura Fajardo. “Hay que subir y con el movimiento del agua se hace difícil. A veces duran un año, otras veces dos o tres meses. Depende del material y de las condiciones climáticas”, relata.

Historia de dos faros

Los faros de Punta del Este e Isla de Lobos se miran cara a cara. La distancia entre ambos es de 8,8 kilómetros en línea recta, una de las más cortas entre dos de estos edificios en la costa uruguaya. La explicación detrás de la existencia de dos faros tan cercanos se vincula con intereses comerciales y accidentes geográficos.

Carla Colman

El primer faro de la zona estuvo emplazado en la Isla de Lobos, y fue inaugurado en 1858. Pero los concesionarios de la faena de los animales, los hermanos Samuel y Alejandro Lafone, argumentaron que la torre lumínica espantaba a los lobos, por lo que apenas dos años después, el 1 de marzo de 1860, se inauguró en la península un nuevo faro, construido por Tomás de Libarona con una amalgama de cenizas volcánicas traída de Italia, la llamada tierra Roma, con la que se construyeron todos los faros de la costa, salvo dos. De Europa también vino el prisma del faro, desde Francia, una de las dos procedencias para los sistemas lumínicos de los faros nacionales junto a Inglaterra. Primero funcionó con gas acetileno, luego se pasó a electricidad (con una gigantesca lámpara de 1000 vatios), y desde 2014 funciona con luz LED, en un sistema que tiene un valor de US$ 15.000, cuenta Fajardo mientras el calor de la tarde, amplificado por los vidrios de la cima, se hace insostenible. Aunque no para él, que también está acostumbrado.

El faro de Punta del Este no impidió que cerca de la Isla de Lobos se produjeran más encallamientos y accidentes marítimos, como el del barco español Ciudad de Santander en 1885. Por eso, en 1906 se hizo un nuevo faro, de portland, en la isla, lo que explica la cercanía de ambas torres.

Riesgo y servicio

En esta era de satélites, geolocalización y computadoras, un faro puede pensarse como algo obsoleto. Pero Fajardo aclara que cumplen una función de respaldo por si la tecnología falla, además de resaltar los accidentes geográficos costeros. “Cada uno tiene un número internacional y un destello diferente que sirven para identificarlos. Su luz destella de forma diferente para que el navegante, en su carta náutica, se fije donde está. Este faro lanza un destello blanco cada 8 segundos. Los barcos se guían por una carta náutica digital, es decir, una computadora, y a su vez, cada media hora marcan su rumbo en una carta de papel, cosa de que si falla la tecnología, tienen un respaldo. Porque los encallamientos, las varaduras de los barcos, suceden con mayor frecuencia cerca de la costa”, cuenta el farero.

El Faro de Punta del Este marca además otro hito: el final del Río de la Plata y el comienzo del Océano Atlántico, junto a otro faro ubicado en Punta Rasa, en la costa de la provincia de Buenos Aires.

 

Ese servicio para los navegantes y para el país es lo que más disfruta y enorgullece a Fajardo de su labor. Pero también sabe que es un trabajo peligroso. Lo sabe en carne propia, o mejor dicho, en hueso propio. En agosto de 2012, mientras trabajaba como encargado del faro de la Isla de Flores, tuvo una caída accidental desde cinco metros de altura que le dejó la cadera partida en tres. Eso fue a las cuatro de la tarde, y la lancha que vino a rescatarlo llegó recién a la medianoche.

Con la experiencia de faros de isla y de tierra, Fajardo no deja lugar a dudas. “En las islas tenés que estar bien de la cabeza. Ahora porque está el teléfono, tenés cable, pero antes, era mucho peor. Es horrible. Es como estar muerto en vida”, compara.

Ser ingenioso, meticuloso y arreglarse para resolver los problemas con los recursos que están a mano son algunas de las cualidades necesarias para sobrevivir a la experiencia isleña. Y a eso se suma que se sabe cuándo se va pero no cuando se vuelve. ”A veces las condiciones climáticas no son las ideales y no te pueden ir a buscar. En la tierra es diferente, porque tenés horarios, hay imprevistos pero tenés soluciones más al alcance de la mano. Y tenés la convivencia que se lleva mejor que en las islas que estás más aislado. Ahí son dos personas viviendo dos semanas juntas, y luego dos separadas. A lo largo del año vivís seis meses con esa persona, es casi un segundo matrimonio no declarado”, comenta, y se ríe.

Ficha técnica
  • Altura: 25 metros
  • Altura sobre el nivel del mar: 44 metros
  • Alcance lumínico: 18 millas náuticas (33 kilómetros)
  • Alcance geográfico (visibilidad del faro a la luz del día): 16 millas náuticas (29,6 kilómetros).
  • Cantidad de escalones: 150
  • Datos: hasta el comienzo de la avenida Gorlero los edificios no pueden superar en altura al faro para permitir su visibilidad.
  • El faro solo puede visitarse durante el fin de semana del Patrimonio. En 2019 recibió 2700 visitantes.

Esta nota es parte de una serie sobre los fareros de la costa de Maldonado. 

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