Jefe charrúa, de Jean-Baptiste Debret
Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

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"Es inverosímil plantear que hubo un genocidio charrúa": historiador cuestiona la tesis del exterminio

Diego Bracco es el autor de Charrúas: ¿genocidio o integración?, donde repasa la historia cargada de violencia y persecución de la nación indígena, pero cuestiona algunas ideas habituales que se tienen sobre este grupo
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16 de septiembre de 2023 a las 05:01

No hay muchas dudas: el pueblo indígena con el que se asocia al actual Uruguay son los charrúas. Se ha convertido en prácticamente un apodo para los habitantes de este país, y ni que hablar de la asociación que hay con el deporte, y sobre todo con el fútbol y su mentada garra charrúa.

Detrás de ese lugar común cada vez que un jugador vestido de camiseta celeste se tira a trancar con la cabeza o pecha fuerte a un rival hay un imaginario que ubica a los miembros de esa nación como un pueblo orgulloso, resistente, indomable, que peleó codo a codo con Artigas por la independencia –una independencia, claro está, que no era lo que buscaba el prócer, pero esa es otra discusión—. Y que tuvo un final sangriento y sombrío, un genocidio a manos del novel gobierno uruguayo en Salsipuedes.

Primera cuestión: los charrúas no eran ni los indígenas más numerosos ni los dueños de las tierras que con el tiempo se convertirían en Uruguay. Si bien con el paso de las décadas terminaron siendo empujados al actual territorio nacional, donde siempre tuvieron presencia, el territorio donde eran más preponderantes eran las actuales provincias argentinas de Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, Buenos Aires y Misiones.

Segunda cuestión: según el historiador uruguayo Diego Bracco, el final de los charrúas no fue tan repentino y sistemático como se piensa. Fue violento, fue sangriento, y fueron matados por el gobierno liderado por Fructuoso Rivera, pero el historiador señala que la idea de “genocidio” no tiene sustento.

Bracco, doctor en Historia por la Universidad de Sevilla y docente del Centro Universitario Noreste de la Universidad de la República, explica las razones de ese postulado en su libro Charrúas: ¿genocidio o integración? que acaba de publicar la editorial Banda Oriental, y que recopila sus trabajos más recientes en un tema que ha sido su especialización dentro de su carrera académica.

El académico señala que la existencia de tantos mitos sobre el final de la nación charrúa tienen que ver con las luchas partidarias políticas que surgieron a fines del siglo XIX, y que se convirtieron en un elemento más para criticar a Rivera y a Manuel Oribe, las figuras señeras de los dos partidos tradicionales del país.

Otro punto que ha generado estos mitos son las fuentes que se suelen tomar para hablar y pensar ese período histórico: por un lado, las fuentes documentales tienen visiones parciales, marcadas por los prejuicios y la mentalidad europea y de los descendientes de europeos, además de que hay materiales perdidos o que todavía no se han rescatado. A eso se suma la influencia que han tenido relatos como La cueva del tigre, de Eduardo Acevedo Díaz, que reconstruye en clave de ficción la matanza de Salsipuedes y pinta a los charrúas de una forma bastante inconsistente, cambiando de idioma en el que se expresan de un momento al otro, y como un grupo “sin razón” y apartados de la vida de la sociedad de la época, algo que Bracco señala es incorrecto.

“En la imaginación los charrúas son esta horda indómita que de repente desaparece”, apunta el historiador a El Observador. “Pero en realidad es un proceso gradual de adaptación y aculturación”.

En el libro, Bracco plantea como caso ilustrativo de ese proceso a la localidad de Cayastá, ubicada cerca de la ciudad argentina de Santa Fe. Cayastá era lo que se conoce como una “reducción”: los indígenas, de forma voluntaria o no, eran nucleados en poblaciones nuevas, gestionadas por colonizadores, con la intención de facilitar el control de la “amenaza”, de favorecer la gestión política y social de estos grupos, usarlos como trabajadores, y por supuesto, evangelizarlos.

Llevados a la fuerza a Cayastá para integrarse, los charrúas pasan a ser piezas funcionales del esquema de la sociedad colonial, y los enemigos pasan a ser otros indígenas que siguen viviendo fuera de estas poblaciones. Los charrúas se convierten al catolicismo, trabajan, comercian, y algo muy poco habitual para la época, envían a sus hijos a la escuela. En un momento donde estar alfabetizado era muy poco común, unos cincuenta niños charrúas son educados por sacerdotes y aprenden a leer y escribir.

Pero claro, ese proceso también tiene como consecuencia que los charrúas dejen de lado algunas de sus tradiciones, costumbres y hasta su legado cultural y social. Un caso paradigmático es el de Cristóbal, uno de los alrededor de 400 charrúas que vivían en la localidad en su período de mayor estabilidad. Cristóbal era capataz de estancia, y en un momento de la historia de Cayastá declaró en un pleito contra uno de los curas que administraban el pueblo.

En un documento, Cristóbal figura con el apellido Dinapá. En otro, posterior, se encuentra a un “Cristóbal Salcedo”, que todo indica, es la misma persona.

“Hace poco estuve en Perú, y me contaban que incluso hoy, quienes tiene apellido indígena, se lo cambian por uno español, por cómo son las dinámicas de poder y cómo funciona la sociedad. Y los charrúas en aquel momento hacían lo mismo, por una cuestión de adaptación, porque les servía”, explica Bracco.

La cultura colonial era etnocida. Todo lo que no se adaptaba a la moral y los valores de los colonizadores, todo lo que no era como ellos, no se respetaba y se combatía. Entonces lo que hubo con los charrúas es un intento de etnocidio, no de genocidio”, agrega.

El historiador considera que esa idea es errónea porque no hubo una eliminación sistemática y planificada. “Lo que sucedió con los charrúas fue terrible y fue violento, no solo en la matanza y la persecución hacia el final de la existencia de esta nación, sino también en otros puntos de su historia”, dice. “Pero es inverosímil plantear que hubo un genocidio si se toma en cuenta la definición del término”.

Charrúas civilizados, de Jean-Baptiste Debret

Para Bracco, la discusión a nivel histórico sobre el fin de los charrúas poniendo el foco en Salsipuedes genera que se hable más sobre Rivera que sobre los charrúas, algo que, opina, “ensombrece el debate”, y se concentra más en la población blanca y las elites del joven país que en los propios indígenas.

El historiador, que considera (“como ciudadano, no como académico”, aclara) que tanto Rivera como Oribe no deben ser tomados como héroes nacionales, “porque la gente con sangre en las manos no debería ser tomada como modelo, habiendo tantos hombres y mujeres que lo merecen”, señala además que queda mucho por investigarse en cuanto a los charrúas y a su cultura, así como el proceso de integración a la sociedad colonial.

“Hay correspondencia privada que no se ha leído, que eventualmente podrá ser procesada por inteligencia artificial. Hay incluso catecismos en charrúa que deben estar en algún lado”, dice Bracco. “Hay que centrarse también en fuentes documentales del mundo indígena, sino siempre se toman fuentes que responden a ciertos prejuicios y tienen ciertos parámetros”, concluye.

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