España se escribe con Hache

Los libretistas de la costosa serie española de Netflix no hicieron bien los deberes

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18 de abril de 2020 a las 05:01

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Tras el éxito mundial de La casa de papel, serie saturada de escenas cursis a más no poder, Netflix le abrió las puertas–que eran ya de por sí grandes– a las producciones españolas. Además de la mencionada, están disponibles Paquita Salas, Las chicas del cable, Élite, Alta mar, Vivir sin permiso y Hache, a la cual hoy me voy a referir. Auspiciado por el raro hiato consecuencia directa de la pandemia, me dispuse a verlas por completo, que son varias aunque tampoco afortunadamente tantas. En todas prevalece una condición melodramática que en ningún capítulo está ausente y que debilita el interés y la credibilidad. Entre los culebrones españoles y las telenovelas hispanoamericanas, no sé qué es peor. Unos inventaron la cursilería, y los otros la perfeccionaron. El auge de las series de acción de tono dramático en las que termina reinando la cursilería está relacionada con lo mismo: con el regreso rimbombante y muy actualizado de lo cursi en diferentes aspectos de la vida ciudadana, como por ejemplo los ámbitos de la política y del deporte. Lo cursi también está invadiendo el menos pensado de los espacios: la televisión por streaming estadounidense. Por lo visto, al anglosajón retraído le cautiva la cursilería hispana.

Hache, serie de ocho capítulos, cuya acción sucede mayormente en Barcelona, es, para colmo de la reiteración y la obviedad, otro ejemplo de narcoentretenimiento, de ese tipo de serie que ha ganado espacio y popularidad desde hace ya casi una década, por tener al mundo del narcotráfico como centro del relato. Prevalecen mujeres hermosas, con amplios escotes que permiten distinguir enormes pechos producto de alguna cirugía, y hombres violentos con mínimos escrúpulos. Los diálogos son pedestres y entre una y otra serie hay poca variedad de fondo. Estéticamente son lo mismo. Los ejemplos que vienen enseguida a la cabeza en ese género son Sin tetas no hay paraíso, La reina del sur, la interminable El patrón del mal, Señores de la droga, El señor de los cielos, El cartel, y un etcétera larguísimo, además de las italianas Gomorra y Suburra, de las más decorosas del género, sin incluir en la lista a Breaking Bad y a Ozark, porque son otra categoría de espectáculo. Y Narcos México, a la cual pongo en pedestal aparte.

Hache hace poco y más bien nada para ser distinta e imponer algo fuera de lo predecible, lo que sea, algo que la diferencie de las restantes, salvo el hecho de que sucede durante la década de 1960, en tiempos de Francisco Franco. El problema de la serie, que tiene muchos y casi todos los problemas principales, es la deriva dramática que la caracteriza y que en ningún momento la convierte en espectáculo disfrutable. Son tantos los altibajos, que pareciera que el rigor estuvo ausente a la hora de ajustar los tornillos del libreto.

Es, básicamente, la historia de una mujer desempleada, madre de una niña pequeña y cuyo “hombre” (en más de una ocasión la serie reitera que no están casados) se encuentra preso de manera supuestamente injusta por razones políticas. La mujer, hermosa como todas las que rodean a los narcotraficantes (nada peor que cuando la belleza física se convierte en estereotipo y reitera el mismo patrón de juego), tiene un romance apasionado con un criminal rengo. La mujer se llama Helena y su nuevo y violento amante trafica heroína en el puerto de Barcelona. Todo resulta tan obvio desde el principio (y la obviedad no amaina a lo largo de los ocho capítulos), que la mujer se llama Helena y la droga traficada es heroína. Vaya, sabemos pronto por qué la serie se llama Hache, aunque habrá que esperar hasta la segunda temporada para saber si la heroína verdadera es la mujer o la droga traficada. 

Hay un problema grave en Hache, el mismo tipo de inconveniente que evidenciaba La casa de papel, tal como advertí en esta página hace tres años: aunque la historia le sirva en bandeja la posibilidad de lucimiento, el drama nunca alcanza cumbres de brillo debido a que la cursilería hace su aparición triunfante en demasiadas situaciones. Por cierto, me refiero a situaciones claves en las que el relato exigía mayor inteligencia para garantizar la credulidad de lo que sucede, y no tanto sentimentalismo barato que no viene al caso. Es la herencia maldita que carga la cultura hispana de ambas márgenes del océano Atlántico. Ni siquiera las series con el tráfico de drogas pesadas como tema de fondo logran librarse de esa lacra que es lo cursi en estado puro.

Hache es una antología –aunque no perfecta– de lugares comunes fácilmente reconocibles, los cuales hoy en día deberían resultar imperdonables, considerando la cantidad de series con originalidad incluida que se han estrenado en la última década. La presencia para mejor de la imaginación ha sido indiscriminada en casi todas las series inglesas, alemanas y escandinavas.  Y es precisamente eso lo que le falta a Hache. La carencia de imaginación es alarmante y también superlativa la ausencia de sofisticación intelectual para otorgarle un mínimo de credibilidad a una historia que parece traída de los pelos. Entre balazos, besos y sangre, hay sin embargo tiempo y espacio para ejercer la cursilería extrema, como en la escena cuando el capo mafioso le enseña a la protagonista a hacer la plancha en una piscina para que no se ahogue. Helena, versión turbo de Adela, figura central de La casa de Bernarda Alba, es una mujer de letra de tango que aprendió a sobrevivir la noche y en la supervivencia encontró la manera de mejorar su calidad de vida, es un personaje que daba para mucho. Sin embargo, los libretistas la dejaron nadando en aguas nada profundas.

¿Cómo puede ser que en una serie de ocho capítulos haya no menos de 10 escenas de contenido sexual entre la mujer y su amante rengo, en las cuales aparece algún arma o jeringa en las inmediaciones? Ya se han hecho tantas escenas eróticas de contenido sexual explícito –y además está la industria del cine pornográfico que genera fabulosas ganancias por año–, que a esta altura nada nuevo puede haber bajo el sol. Entonces, ¿para qué caer una y otra vez en la utilización de clichés que, en lugar de realzar la sensualidad la devalúan? Hasta una mujer hermosa puede salir mal parada. En lugar de exacerbar, el mal uso de la sensualidad termina narcotizando.

Hacía tiempo que una serie no giraba en casi el cien por ciento de su duración alrededor de una figura femenina excluyente. Hache es Hache (parece un eslogan de las ceras H uruguayas), y en torno a su figura está escrita la historia. Gracias a ella tendrá continuación. Y con lo que digo no estoy anticipando la trama, ni incluyo un spoiler o destripe, pues desde el principio mismo queda claro una cosa (aunque uno desearía que hubiera habido más empeño dramático para que la historia y su resolución no fueran tan obvias): podrá quedarse el infinito sin estrellas y desaparecer Barcelona, pero Helena igual sobrevivirá. Incluso esto queda recalcado una y otra vez por las letras de los boleros que conforman la banda sonora, por cierto, de lo más destacable de la serie.


Se vea ya como una historia de pasión y deseo, con sexo incluso a la hora de las balas, o bien como historia policial de un período, Hache no logra sobreponerse a la chatura argumental que limita sus alcances y la confina a ser una serie del montón, muy poquita cosa, entre las de mayor mediocridad de frente y de fondo que ha estrenado Netflix, lo cual es mucho decir dado el catálogo ya inmenso que tiene la plataforma de streaming. 

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