Por años (que en total fueron cuatro) iba todos los viernes a un bar de St. Louis, Missouri, llamado Blueberry Hill. Tienen –lo sigo creyendo- las mejores hamburguesas del mundo, las cuales pueden ser acompañadas por la
cerveza que el propio bar fabrica (barata y no sé si tan buena), llamada Rock and Roll Beer; el nombre está registrado y, según me dijo el dueño del local, se vende muy bien en
Japón.
Los viernes y sábados de noche venían grupos de rock a tocar, y como el bar tiene, o tenía, pues ahora se puso de moda y va gente de mayor poder adquisitivo, precios accesibles a todo el mundo, podía pasar semanalmente un buen momento, comida y bebida incluida, escuchando grupos y solistas en ascenso, como también a leyendas del rock and roll.
Ahí precisamente, vi en vivo a Chuck Berry, quien por entonces aun sonaba potente, incluso a la venerable edad que tenía y que podía notarse cuando cantaba y tras un corto rato se le cansaba la voz. Sobre la conversación que tuve con él una noche en el bar hace mucho, escribí para El Observador una larga crónica.
El bar, que figura en la lista de los mejores de
Estados Unidos, se llama Blueberry Hill en homenaje a la canción homónima, la cual fue elegida por la National Recording Registry, de la Biblioteca del Congreso, como patrimonio nacional estadounidense. La canción es de la década de 1940 y antes de que fuera éxito mundial 16 años después, tuvo seis versiones diferentes.
En 1940 llegó al número uno en ventas en versión de la Orquesta de Glenn Miller. Sin embargo, el que la inmortalizó fue Fats Domino, quien, con su 1.63 de estatura y su cara de gordito bueno, entró en la historia como uno de los pioneros ineludibles de esa música y revolución cultural llamada rock and roll. Domino, quien falleció el martes pasado de causas naturales, tuvo otros éxitos memorables, como Ain't That a Shame, habiendo vendido cerca de 120 millones de discos.
La posteridad lo recordará por muchas cosas, todas buenas, principalmente por su celestial versión de Blueberry Hill, con el característico acorde de piano enfatizando su inconfundible voz. Sublime de principio a fin. La canción dura apenas 2.28 minutos. A veces la eternidad viene en envases pequeños.