Pancho Perrier

Flotando a duras penas entre Argentina y Brasil

Otoño triste de contagios y muertes, y una carrera por la vacunación

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09 de abril de 2021 a las 22:15

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La muerte de decenas de ancianos en residenciales del interior, mientras los vacunadores corren de atrás, ilustra sobre el comportamiento extremo de la pandemia en Uruguay en las últimas semanas, tanto en aspectos dañinos como auspiciosos, cual caricatura.

Los contagios por covid-19 trepan en forma vertical, por encima de la tasa del mundo y de los vecinos (aunque en Argentina y Brasil se hacen muchos menos testeos); el sistema de salud se agota y aumenta la tasa de letalidad; y las muertes se acumulan, con un promedio semanal en aumento que ya supera los 40 por día (aunque con un acumulado en 13 meses muy por debajo, en proporción, al resto de América y Europa).

El número de muertes seguirá aumentando, en Uruguay, en los vecinos y en el mundo, pues una parte de los contagiados de hoy, alrededor del 1,5%, son los muertos de mañana.

Todos suponen que las vacunas al fin vencerán, pero el asunto es a qué costo.

Más de 1 millón de uruguayos han recibido una o dos dosis de vacunas contra el covid-19, que equivalen al 29% de la población total y a 39% de los mayores de 18 años. Es uno de los mejores parámetros del mundo. Tan pronto como en junio o julio podría obtenerse algo parecido a una inmunidad de rebaño, presuntamente salvadora.

“Pero así como vamos tengo la sensación de que la vacuna no le va a ganar a la pandemia”, advirtió el jueves Carlos Batthyány, director del Institut Pasteur, en un programa matutino de canal 12.

Mientras tanto, el presidente Luis Lacalle Pou continúa enfrentando reclamos —de sus socios en la coalición y desde la oposición de izquierda— de más cierres para reducir la movilidad, y mayores paliativos económicos para los sectores afectados.

En términos generales, el paso de vehículos por los peajes carreteros aumentó mucho esta Semana Santa respecto a la del año pasado, aunque cayó más de 20% en una comparación con 2019. En suma, los uruguayos le perdieron el miedo a la pandemia, aunque no por completo.

Rafael Radi, coordinador del grupo de asesores científicos (GACH), advirtió el lunes que la reducción de movilidad lograda hasta el momento no sería “suficiente para realmente empezar a generar un descenso sustantivo de los casos” de coronavirus. Otros científicos opinan lo mismo, y cuestionan al gobierno.

El miércoles, en conferencia de prensa, el presidente insistió en la estrategia de reducción parcial de la movilidad, aunque sin lockdown completo por la noche (“toque de queda”, cierre de comercios y de fronteras departamentales). Aceptó sí que no habrá clases presenciales hasta mayo, debido al gran revuelo de personas que implica.

Por lo demás, el Estado uruguayo está casi paralizado, desde la Justicia hasta la tramitación común, con centenares de miles de funcionarios en sus casas.

“Un gobierno nunca debe mandar lo que sabe que no va a poder hacer cumplir”, como decretar un toque de queda, dijo Lacalle en una entrevista con el diario argentino La Nación.

Ese mismo día el informativo de canal 10 divulgó la encuesta regular de Equipos de fines de marzo que mostró una alta aprobación popular de la gestión del presidente. Tal vez por eso, y por sus inopinados aciertos del año pasado frente a la pandemia, Lacalle Pou parece ahora solitario y algo soberbio. Le está faltando más esfuerzo en convencer, además de vencer.

La izquierda, mientras tanto, cuestiona al presidente por inacción y vanidad, y propone más presencia del Estado para reducir el movimiento de personas y los contagios por más planes de asistencia social.

“Nos cuesta relacionarnos con el Frente Amplio porque es muy difícil saber qué es el Frente Amplio y quién es el Frente Amplio”, afirmó Lacalle. La izquierda “tiene una vocación muy fuerte de oponerse al gobierno, lo que será una de sus principales funciones, pero muchas veces con cierta irracionalidad”.

“Respete a la principal fuerza política del país”, le respondieron desde el Frente Amplio, que deambula sin rumbo cierto.

Uruguay semeja un pequeño barco que navega dificultosamente entre dos grandotes con ideas extremistas: la Argentina kirchnerista por un lado, con su “teatro pandémico”; y el negacionismo del gobierno de Brasil por otro. Las dos estrategias, teñidas de populismo, han cosechado muy malos resultados: el triple o cuádruple de muertos que Uruguay.

Sin embargo, esa es una caricatura. La realidad es más compleja. Ni el gobierno argentino ha podido hacer cumplir a rajatabla sus estrictas reglamentaciones paternalistas; ni todos los estados y regiones de Brasil, que disponen de amplia autonomía, han seguido la actitud cínica de Jair Bolsonaro. De hecho, muchos Estados brasileños están en fase de “toque de recolher”.

El año pasado Argentina gastó el pequeño margen de ayudas de emergencia que podía financiar con emisión de dinero e inflación, pues no dispone de ahorros ni crédito. Ahora está exánime, y no tiene mayores recursos genuinos disponibles, salvo aspavientos, mientras la situación sanitaria y socioeconómica continúa cuesta abajo.

Jair Bolsonaro, en tanto, descubrió las delicias de la ayuda pública directa, para casi la tercera parte de la población, gracias a un creciente endeudamiento. Ahora la situación sanitaria es trágica, el desempleo y la pobreza siguen tan campantes, el déficit fiscal es gigantesco y la deuda pública se acerca peligrosamente a zona de colapso.

“Si el país quiebra, vamos a quedar igual a nuestro vecino del sur, Argentina, un mendigo eterno”, advirtió el jueves Hamilton Mourão, vicepresidente de Brasil, para justificar un ajuste fiscal.

Los líderes de Argentina y Brasil recurren al insulto demasiado seguido: todo un síntoma de frustración. Ambos países dan vueltas desde hace años en círculos viciosos de estancamiento económico y polarización política.

A su medida, Uruguay —un enano acomplejado que se consuela comparándose con sus decadentes vecinos— parece en mejor situación, pues ha recibido menos daños humanos y materiales por la pandemia, pese a este desastroso otoño, sombrío y mortal. El gobierno sigue una conducta relativamente austera, aunque con un déficit fiscal todavía alto y una deuda creciente. Mientras tanto, muchas familias han perdido parte de sus ingresos y patrimonio, y la pobreza aumentó junto con el desempleo.

La recuperación puede ser más lenta de lo deseado. Las exportaciones agroindustriales, el motor fundamental, aumentan vertiginosamente. Pero el turismo, un gran empleador y exportador de servicios, ha recibido un golpe helado por la ausencia de extranjeros este verano.

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