Estilo de vida > Columna/ Eduardo Espina

Fueron 36 años, querido amigo

Falleció en Montevideo, Amir Hamed autor fundamental de la literatura uruguaya
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03 de diciembre de 2017 a las 05:00
Una anécdota define su fidelidad a sí mismo. En noviembre de 2011, me preguntó si podía leer el manuscrito que acababa de terminar. Lo leí con meticulosidad, como hice siempre con sus libros, antes y después de ser editados, a partir del primero, El probable acoso de la mandrágora, en 1981, publicado al año siguiente. Pues bien, a principios de diciembre se lo devolví con una cantidad de comentarios, y uno general: "yo lo cortaría a la mitad, eliminando las partes que mando tachadas y que me parecen repetitivas". Me dio las gracias, nada más. Por varias semanas no me llamó. Pensé que se había quedado molesto con mis observaciones. Hasta que un día, con el tono de fraternidad invicta que caracterizó a nuestra amistad desde el primer día, me llamó para invitarme a un asado de despedida de año en el fondo de su casa. Del libro no hablamos. Dos años después me escribió para preguntarme si quería presentarlo, el mismo libro que yo había leído y devuelto con comentarios. Me dio un ejemplar. Constaté que lo había publicado sin hacer cambios, salvo introducir mínimas observaciones que yo le había hecho, respecto a los tiempos verbales. El viernes 7 de junio de 2013 presentamos Cielo ½ con Enrique Foffani y Aldo Mazzuchelli en el local de una fundación en la Plaza Independencia. Al final, mientras tomábamos un vino, me dijo: "Estaban bien tus comentarios, pero si cortaba hubiera sido otro libro". Y cambiamos de tema. Fuimos por la segunda copa.

A una edad de plenitud mental y afectiva, lejos aún de los 60 años de edad, acaba de morir en Montevideo, la ciudad que él amó más de lo que la ciudad lo amó a él, Amir Hamed, escritor que tuvo la fortuna de solo parecerse a sí mismo. De esa forma permanecerá: como un momento nuevo en la innovación. Como ejemplo luminoso en la pacata literatura uruguaya. Parece irreal que se haya muerto, que yo esté escribiendo estas líneas, que ya no podamos hablar por teléfono, o ir al boliche de la esquina porque es el único que cierra tarde. Que tanta vida por vivir haya quedado inconclusa, es una obscenidad. Nos conocimos en 1981, y juntos transitamos por décadas y épocas sin tener nunca una pelea. El tono de fraterna afabilidad que mantuvo siempre nuestra relación, de sinceridad plena para hablar de todo, de saber escuchar para responder recién después de que la calentura se fuera, es de lo mejor que me ha dado la vida, en algunas cosas muy injusta, en otras, raramente generosa.

Era fácil convertirse en enemigo de Amir y fue muy fácil quererlo si uno era su amigo. Su lealtad era a prueba de fuego; su forma de aborrecer a los enemigos, blindada. Ante lo que le gustaba, era capaz de admirar, y frente a lo que detestaba su indiferencia fue feroz. Su lucha a capa y espada contra la mediocridad en todos los aspectos tuvo grandeza épica, la misma que demostró en la infernal batalla que libró contra el cáncer, el cual no tuvo más remedio que llevárselo de madrugada, mientras dormía, o se hacía el dormido, para poder irse así por las suyas, con la misma libertad con que escribió. Su coraje ante la adversidad fue admirable.

Lo vi por última vez a fines de julio pasado, el día antes de regresar a Houston. Llovía, hacía frío. Salí de su casa con una rara sensación. Entre devastado, porque presentí que no volvería a verlo, y afortunado por haber podido verlo una vez más. Rumbo a alguna parte que ya no importa, tomé la calle Maldonado como quien va para el Centro y continúa, hasta seguir de largo, pensando en todo cuanto habíamos conversado sobre el estado actual de la cultura uruguaya, riéndonos, y no tanto, del progresivo desastre.

También, de la falta de interés (y de respeto) general por toda literatura que busque innovar a partir y que arremeta contra el pensamiento quieto, del momento atroz que vivimos, con gente que no sabe escribir, que no sabe ni siquiera coordinar dos frases en un minúsculo correo electrónico o tuit, y sin embargo se lanza igual a corregir al otro que escribe bien, como si en ese momento de idiocia y arrogancia sin pudor se concretara el triunfo de la ignorancia como valor supremo.

En 1982 apareció el primer libro de Amir Hamed (no figura en la muy incompleta ficha de Wikipedia). El probable acoso de la mandrágora, fue publicado por la desaparecida editorial Ciencias, cuyo insólito catálogo contiene rarezas que son joyas. En el local que tenía a la salida del túnel, a pasos de 18 de Julio, se hizo la presentación en octubre de ese año. De las diez personas que asistimos, la mitad se convirtió en lectora de la obra de Hamed. Entre ese libro y el final, Febrero 30 (2016), destaca una obra corta en cuanto a volúmenes editados, y próspera en novedad y lugares notables de escritura. Sin escrúpulos lingüísticos, esto es, sin que la imaginación sintiera que su libertad estaba en peligro, Hamed salió al encuentro del núcleo de la gran escritura. Una y otra vez impidió que se cortara la magia inasible de las palabras, cuando por no querer decir por completo se ponen a hablar entre ellas y al hacerlo, hablan por nosotros. Escribía para que el resultado, ficción o prosa de ideas, mantuviera su condición de proceso en desarrollo hacia ninguna parte, la que contiene a todas las demás y que es el infinito de la sintaxis cuando la dejan ser. Es una literatura de infrecuencia ilimitada, que deja marcas en el lenguaje, que no utiliza las palabras para contar una historia relativa a un yo predecible, solo interesado en contar lo que le ha pasado.

No en vano, por ser una literatura que jamás dio signos de arrepentirse de lo que dijo y de la forma cómo lo dijo, que es el eje que marca su diferencia como narrativa, en cada libro Hamed dejó en claro que estaba de vuelta de todo lo mal que habían escrito los anteriores o sus contemporáneos, de esas narrativas pautadas por un relato lineal, tan previsible como obvio; ese intento de literatura solo interesado en contar historias. En la obra de Hamed, las palabras aluden oblicuamente a su procedencia, al sitio innombrable y original donde al lenguaje se le ocurren cosas y las dice como quiere.

Estamos ante una obra irreductible, afín a su confianza en sí misma, que impuso a toda costa su Olimpo y su voluntad por no ser igual a las demás. De principio a fin –y ahí radica su coherencia y autenticidad-, se alimentó tanto del aprendizaje como de la enseñanza. Para quien no la conoce aún, bibliografía compuesta por una docena de libros, recomiendo empezar por la novela corta Febrero 30. "Parece el primer libro de alguien que por experiencia conoce todos los vericuetos del acto de escribir y que escribió una obra sin rajaduras, exacta, un libro que bien podría no acabarse pero que termina: para que no le sobre nada". Fue lo que le dije a Amir la última vez que lo vi, y pasamos a hablar del libro que estaba completando "the greatest novel ever written about football", como solía decirle mientras lo escribía, y que ahora estoy leyendo.

Qué difícil se hace despedir a un amigo de ruta, cuando la ruta ha sido la propia vida.

Tanto por decir que no entra en esta página, que queda para otras. Va mi cariño total para Sandra Desivo, su gran compañera en este corto periplo, quien estuvo con él en las buenas y en las malas, y cuando estas empeoraron, también estuvo. En la memoria de Sandra, y en la nuestra, Amir Hamed continuará: escribiendo, conversando, recordando goles increíblemente errados, diciendo mañana te llamo, como si la muerte solo hubiera sido un imperdonable error de imprenta.

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