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George H. W. Bush: el último entre los mejores

Con su muerte termina una época de la política estadounidense
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03 de diciembre de 2018 a las 05:02

Héroe de guerra, piloto naval condecorado, patriota, embajador itinerante no oficial de su país en el mundo, factótum directo del fin de la guerra fría, vicepresidente, y presidente número 41 de Estados Unidos, George Herbert Walker Bush fue un caballero de otro tiempo al que le tocó vivir en la época moderna. Fue un Señor en el sentido amplio de la palabra, que trataba de la misma forma al jardinero de la Casa Blanca, que al presidente de China o de Uruguay. En el mundo ya no van quedando políticos así, para los cuales tener ideas diferentes no implica ser enemigos. Otro expresidente estadounidense, Bill Clinton, quien lo derrotó en las elecciones de 1992, destacó la real dimensión del hombre muerto el viernes pasado a la edad de 94 años a consecuencia de la enfermedad de Parkinson que desde hacía tiempo lo afectaba: “Amo a George Bush”. Clinton solía decir que cuanto más conocía a Bush, más lo quería. Barack Obama, quien lo visitó en Houston tres días antes del fallecimiento, le otorgó a Bush la Medalla Presidencial de la Libertad, la más alta distinción civil que puede recibir un ciudadano estadounidense. Obama creía que George H. W. Bush era uno de los políticos más íntegros y de mayor dignidad que había dado la historia de Estados Unidos.

Bush trajo de vuelta al ruedo político algo que en los tiempos de su liderato se estaba perdiendo, la cordialidad con todo el mundo, y que hoy en día ha desaparecido por completo del menú de disciplina y comportamiento de los políticos de todo el orbe. Su forma de ser, que lo llevó a convertirse en el presidente más querido por los empleados de la Casa Blanca, le otorgó gran credibilidad mundial, algo que quedó de manifiesto en 1990, cuando todos los líderes mundiales a los cuales contactó decidieron participar de una forma o de otra de la coalición militar y política que lideró para combatir a Sadam Husein luego de que las tropas iraquíes invadieran Kuwait el 2 de agosto de 1990. 

Estados Unidos envió 500 mil soldados al golfo pérsico, los cuales a las primeras de cambio demostraron extraordinaria preparación y disciplina, derrotando antes de lo previsto a las fuerzas del dictador iraquí. Se dijo que en el desierto caliente la iban a tener difícil contra los iraquíes conocedores del terreno, pero la historia fue otra. La derrota acabó con las especulaciones de quienes muy sueltos de cuerpo antes las cámaras de televisión afirmaron que la guerra podría durar años. Duró seis meses, tres semanas y cinco días. Bush tenía el poder y el apoyo popular como para ordenar a las tropas de su país invadir Irak para atrapar a Sadam y tomar control inmediato de Bagdad. Sin embargo, no lo hizo porque había prometido a los países integrantes de la coalición que solo liberarían a Kuwait de los invasores. Hasta ahí llegaban. Además, tal cual se supo luego, soldado de raza y con ética, Bush no podía permitir que un ejército en retirada, como el iraquí, fuera atacado, lo cual hubiera sido una masacre.

Cuando terminó la llamada guerra del golfo, Bush tenía 91% de aprobación entre la ciudadanía estadounidense, la más alta de cualquier presidente de la historia de su país. Sin embargo, en meses posteriores la economía estadounidense comenzó a tener un bajón y el país parecía encaminarse a una recesión, por lo que la popularidad del mandatario descendió, más rápido de lo que el propio Bush imaginó. Además, siguiendo más a su conciencia que a otra cosa, aceptó la propuesta de los demócratas en el congreso para subir los impuestos, lo cual terminó representando su ruina política de cara a las elecciones presidenciales de 1992, pues muchos creyeron que había traicionado a sus famosas palabras previas. En la convención republicana de 1988, cuando fue declarado candidato de su partido a las presidenciales de ese año, dio un discurso en el que acuñó la frase: “Read my lips: no new taxes” (Lean mis labios: no nuevos impuestos). Hay historiadores que consideran que esa afirmación fue la clave para derrotar en las urnas al oponente demócrata Michael Dukakis. A decir verdad, durante su presidencia Bush estuvo en contra de aprobar nuevas cargas impositivas, pero como el congreso estaba controlado por demócratas, se comprometió con estos a no vetar el incremento de algunos impuestos ya existentes. Luego en privado dijo que lo hizo por el país, y para no iniciar una guerra política con sus oponentes, lo cual hubiera sido contraproducente para todos. Su gallardía se lo impedía. La decisión, meditada, no apresurada, fue su cianuro y la razón principal de la noche más triste de su carrera política, cuando las cadenas televisivas anunciaron mucho antes de lo previsto que Bill Clinton lo había derrotado en las urnas. El discurso de aceptación de la derrota, a pocas horas de cerradas las urnas, es de una remarcable altura moral, que perdura como ejemplo de vida política civilizada.

Sin embargo, en lugar de caer en la desazón y en el resentimiento porque el pueblo, por el cual había hecho tanto, le dio la espalda, Bush siguió trabajando en bien de su país, poniéndose a disposición de Clinton en forma inmediata, para ayudarlo en lo que pudiera serle útil. La mañana misma en que abandonó la Casa Blanca le escribió una carta a su joven sucesor, la cual es una extraordinaria muestra de caballerosidad y patriotismo por encima de las circunstancias. Clinton considera al gesto una de las cosas más notables que vivió como presidente. Luego juntos, en diciembre de 2004, como embajadores del bien común, encabezaron el grupo de ayuda a los millones de damnificados por el tsunami que afectó a varios países asiáticos. Bush y Clinton unieron fuerzas nuevamente en 2004, para ayudar a todos los afectados por el huracán Katrina. Tras abandonar la política, Bush y su esposa Barbara recaudaron más de mil millones de dólares para obras benéficas, gran número de ellas dedicadas a asuntos de educación.

Consultados por este cronista, historiadores estadounidenses afirmaron que George H. W. Bush fue uno de los presidentes de Estados Unidos mejor preparados para ocupar el cargo. Estudio aviación en la academia de la marina (considerada la elite de las fuerzas militares) y Economía en la prestigiosa universidad de Yale, en donde fue capitán del equipo de béisbol, distinción que solo se les otorgan a los buenos estudiantes con niveles altos de deportividad. Además, durante toda su vida Bush fue un gran lector de libros, algo raro hoy en día en un político. Luego de su primera juventud dedicó el resto de su vida a la política. Podía haberse convertido en uno de los hombres más ricos del planeta con las ganancias que le dejaban sus inversiones en campos de petróleos cuando no eran muchos quienes se dedicaban a ese negocio, pero sintió el llamado de la vida pública, en la cual prestó servicio a su país por casi setenta años. Un caso único en la historia. Fue representante (diputado) de Texas en el congreso nacional, presidente del partido republicano (fue quien le dijo a Richard Nixon que debía renunciar), emisario del gobierno ante China, embajador ante las Naciones Unidas, director de la agencia nacional de inteligencia, vicepresidente nacional por ocho años y presidente por cuatro. Sin embargo, para demostrar el temple del que estaba hecho, su vida política estuvo marcada más que nada por cuatro fracasos: dos veces intentó en vano ser senador por Texas; fue derrotado en las primarias presidenciales por Ronald Reagan; y perdió la reelección con Bill Clinton, en la que fue la segunda noche más triste de su vida, detrás de la que tuvo que padecer la muerte de una hija.

Con gran sentido del humor para reírse incluso de los errores, George H.W. Bush fue su peor enemigo en un aspecto. Puesto que era un tipo callado, de los que prefieren ser conocidos por sus acciones, más que por sus palabras, tuvo serias dificultades para comunicar a la gente sus logros. Creía que la gente se daría cuenta de las buenas cosas que hacía por su país, pero la gente raras veces se da cuenta. Hay que insistirle. De ahí que unas cuantas grandes ideas suyas que fueron éxito en la práctica fueron acreditadas a Reagan o a Clinton. Su modestia, nada falsa, le impidió escribir una autobiografía, aunque recibió infinidad de ofertas millonarias por parte de editoriales para hacerlo. Siempre creyó que era de mal gusto hablar de sí mismo, y menos hacerlo en las páginas de un libro. Sin embargo, fue un escritor por momentos notable, algo que se ve a las claras en sus cartas (largas o cortas), y en sus discursos. Leyéndolo, como he leído varias de sus cosas, he llegado a la conclusión de que el mundo se perdió a un gran escritor, pues el inteligente y original sentido del humor, además de su talento para redondear frases notables, podían haberlo convertido en autor literario en la línea de Jonathan Swift, William Hazlitt, Mark Twain o Bernard Shaw, todos ellos, escritores de fastuosa sutileza para manejar la sátira.

George H. W. Bush fue el segundo presidente estadounidense de géminis en la época moderna (el otro fue John F. Kennedy). El espíritu jovial, entusiasta y arriesgado que caracteriza a los nacidos bajo ese signo puede verse en distintos momentos de su vida. Fue el primer piloto de la marina estadounidense en entrar en combate a edad más joven (recién había cumplido 18 años) y se lanzó en paracaídas para festejar sus cumpleaños 80, 85 y 90. “¿Por qué uno debe dejar de hacer las cosas que le gusta hacer simplemente porque tiene más años? Hay que salir y hacer cosas, sin importar la edad que uno tenga”, solía repetir. Le encantaba estar rodeado de la gente real, por lo que era común verlo en el estadio de los Astros de la liga de béisbol, en compañía de su esposa Barbara, con la cual estuvo casado 73 años. Se le vio en público por última vez el pasado 1º de noviembre, cuando fue a votar en las elecciones de medio término, en compañía de Sully, un labrador amarillo regalo de la America’s VetDogs, organización que ayuda a veteranos de guerra con problemas físicos, luego de la muerte de Barbara en abril de este año.

George H. W. Bush será enterrado el próximo jueves en College Station, Texas, detrás de la biblioteca y museo presidencial que lleva su nombre y que contiene sus cartas y documentos.  A la sombra de varios árboles nobles, de los que soportan temperaturas extremas, su tumba estará junto a la de Barbara, compañera leal de toda la vida, y a la de Robin, la hija de ambos que murió de leucemia a los 3 años de edad, el 11 de octubre de 1953. Bush dijo que no pasó un día en su vida sin pensar en ella.

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