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"Hay que salir adelante": el recuerdo de Giuliana y su hijo y el shock de un barrio ante el doble crimen

La joven de 27 años y su hijo de 8 fueron asesinados por el hermano de ella; el crimen conmocionó a la comunidad
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07 de febrero de 2023 a las 14:36

En el barrio de Municipales I, en la zona sur de la ciudad y donde vivían Giuliana Lara Ríos y su hijo Mateo, todos están en shock. No se explican cómo ni por qué y repiten, una y otra vez, lo último que supieron de ella y del niño. La casa donde vivían ahora es testimonio de la tragedia: fotos, velas derretidas, recordatorios, carteles reclamando justicia y homenajes.

Los primeros en denunciar su desaparición fueron los dueños de la carnicería donde trabajaba. Giuliana era un relojito, no faltaba nunca. El lunes 30 de enero, no fue. Al no verla llegar avisaron a la policía, pero no tomaron la denuncia por no ser familiares. El martes, fue el padre de ella el que denunció su ausencia. El jueves encontraron ropa de Giuliana y de su hijo cerca del arroyo. La moto la tenía su hermano, Jorge Daniel Lara Ríos (29), en Salto. El viernes aparecieron restos de ellos en un monte cerca de playa Mayea. El sábado, el hermano de Giuliana fue imputado por el doble crimen.

“Acá hay viejos que no duermen. Amargados están. Mirá que yo soy fuerte, he pasado miseria. Pero esto me trajo abajo. Me acuesto a dormir, cierro los ojos, y me gira todo lo que pasó desde el lunes”. Gustavo era vecino de Giuliana y Mateo y, al igual que sanduceros y uruguayos, quedó impactado por esta tragedia. Más aun por la cercanía que mantenía con las víctimas.

Silvia (63), también vecina, comenta a El Observador que nunca vio “nada raro” en la casa contigua, en la que vivían Giuliana y Mateo, junto con el hermano e incluso el padre de ella. La madre había muerto en 2012.

Giuliana “era una persona normal, que se iba a laburar y volvía a su casa". “No me la cruzaba mucho, pero ella siempre se mostraba amable. Incluso, me preguntaba si precisaba algo cuando salía a comprar al almacén”, continúa Silvia. “No se metía con nadie”, agrega.

“A la muchacha la conocí hace unos siete años, viviendo yo acá en el barrio. Cuando salía o venía de trabajar era siempre un buen día, un buenas tardes, un buenas noches. Y el chiquito, lo mismo”, asegura, de su lado, Gustavo.

Con su trabajo en la carnicería y el esfuerzo de labores anteriores, Giuliana había logrado comprarse una moto en diciembre pasado, la misma que su hermano tomó y dejó abandonada en la terminal de Salto. Era una persona rutinaria, que “hablaba con todos”, aunque tímida y reservada.

A su hijo Mateo, “al que adoraba”, según Silvia, lo solía alcanzar hasta la escuela 71 y al club Juventud Unida, ubicado a una cuadra de su casa y en el que jugaba al baby fútbol desde hacía poco más de dos años. Cuando trabajaba y el pequeño no acudía a la escuela, como en esta época de vacaciones, lo dejaba con una persona que lo cuidaba.

En tiempo escolar, el niño salía a las 12 e iba a la carnicería a esperar a su madre, que salía una hora más tarde, y lo hacía “sentadito en un banco” comiendo algo o mirando el celular. Mateo “andaba para todos lados con ese airecito. Por eso, tal vez, conmocionó más”, enfatiza la vecina.

Cuando la joven se desempeñaba en una panadería, en un trabajo previo al último, marchaba de madrugada y se llevaba al niño, por entonces de dos años. “Se iba a pie y me decía, ‘no importa vecina, hay que salir adelante’, y cosas así”, rememora Silvia.

“Yo me enteré recién que había desaparecido el martes de noche, cuando vino la señora que le cuidaba el bebé (cuando trabajaba). Ponele que a las 19. Una cosa así. Ahí nos enteramos. Estábamos sentados ahí (y señala un lugar al lado de un árbol). Y claro, que no volviera era raro, porque siempre volvía”.

“No vas a imaginarte nunca lo que iba a pasar”, dijo, más allá de que el hermano, al contrario de Giuliana, no era bien visto en el complejo de viviendas y alrededores. “Ella era mucho más tranquila y responsable. Por ejemplo, él quedó de venir a cortarme el pasto. Pasaron uno, dos, tres, cuatro o cinco días y no vino nunca. Tuve que contratar otra persona. Y después, pasado esto, no me saludaba. Eran personas muy distintas”. 

Gustavo, al igual que Silvia y el esposo de ésta –también de nombre Gustavo–, fue uno de los vecinos que declararon luego de la desaparición de Giuliana y Mateo. Concuerda acerca del perfil de Jorge Daniel, el hermano, que iba y venía del barrio. Al trabajar de sereno en la feria, volvía esa mañana temprano a su casa cuando se lo cruzó.

“Yo lo vi de mañana cuando el salía en una moto, quedé ahí medio desconfiado. Y eso le dije al cabo” al declarar, asevera. “Se llevó la moto de ella, claro”. Lo normal hubiera sido cruzarse con Giuliana, saliendo para el trabajo. Pero nunca más salió ni volvió. “Nunca imaginamos” este desenlace, afirma Silvia.

El club del barrio

Mateo en Juventud Unida era conocido por lo “bandido”, porque pese a su complexión siempre se las rebuscaba para entreverarse en todos los picados del club e integrarse en todos los grupos. Y la madre siempre ahí, siempre atenta para traerlo y llevarlo a cualquier cancha. Asistía a todas las prácticas y a todos los partidos.
“La madre siempre detrás de él. A todos lados, siempre apoyando acá. También venía a trabajar al club, en la cantina y esas cosas, y no faltaba”, cuenta a El Observador Soledad Cuello, la primera entrenadora que tuvo Mateo (luego, Enrique Furchs se hizo cargo de su categoría).

Con lo que sucedió en los últimos días, “el impacto ha sido profundo”, prosigue. “Todo el club se afectó, en especial sus compañeritos. Además, su mejor amiguito, Juan, estaba destrozado por esto. El otro día cuando vinimos a tirar globos acá, lloraba y me decía: ‘lo extraño, lo extraño’”.

Juventud Unida, club de barrio, renombrará su cancha de baby fútbol como “Campo de juego Mateo” en su honor, y propondrá a la Liga denominar todos los torneos de este año como “Pequeño Mateo”, según explicó el presidente del equipo, Ramiro Benítez.

Para ello, el titular de la institución consultó con Yovana Baptista Ríos, de 44 años, hermana por el lado materno de Giuliana. Resguardada del fuerte sol bajo un techo en el complejo deportivo de Juventud Unida, dice a El Observador que solían verse algunos fines de semana o en los cumpleaños. Eso sí, Giuliana debía ir a la casa de Yovana porque Jorge Daniel no permitía la visita al barrio Municipales I. “No nos dejaba venir acá, porque si lo hacíamos nos echaba. Entonces ella iba a casa. O sea, era una personalidad difícil (la del hermano), que encaja con lo que pasó después”, subraya. “No sorprende. Esperemos que no se haga pasar por loco”, añade quien, con otras personas, accedieron a una vidente para localizar la zona por donde encontrarlos una vez desaparecidos.

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