El papa Francisco y sus recuerdos de la dictadura

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La autobiografía del papa Francisco: sus pedidos ante Videla y Massera por los religiosos secuestrados

Vida. Mi historia a través de la Historia, llegará a las librerías el próximo 19 de marzo
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18 de marzo de 2024 a las 15:41

El papa Francisco está a punto de revelar su vida de manera íntima y profunda en su nuevo libro titulado Vida. Mi historia en la Historia. A través de estas páginas, el Papa invita a los lectores a recorrer los acontecimientos que han marcado la humanidad desde su perspectiva personal. Desde los días tumultuosos del inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939, cuando apenas tenía tres años, hasta la actualidad, Francisco recorre su vida a través de los momentos cruciales que han dado forma al mundo.

Este libro, publicado por HarperCollins, entrelaza las historias personales del Papa con los grandes eventos que han dejado huella en el siglo XX y más allá. Desde la caída del Muro de Berlín hasta el golpe de Estado de Videla en Argentina, pasando por la llegada a la Luna en 1969 y el Mundial de 1986, donde Maradona marcó el famoso gol conocido como “la mano de Dios”. A través de sus recuerdos, Francisco nos ofrece una visión única de estos momentos históricos.

Pero este libro no solo es un relato de hechos pasados. El Papa también aborda los temas más candentes de la actualidad, como las desigualdades sociales, la crisis climática, la guerra, las armas atómicas y la discriminación racial. Su voz se entrelaza con la de un narrador que describe el contexto histórico en el que vivió el Papa.

Además, en estas páginas, Francisco revela un episodio impactante: su intervención en favor de seminaristas ante los líderes de la dictadura argentina. En un momento crucial, el Papa llegó a pedir ante dos de los líderes de la Junta militar, el almirante Emilio Massera y el general Jorge Rafael Videla, en distintos casos de personas cercanas en peligro de desaparición y muerte.

El relato del papa Francisco en la dictadura

En unos de los capítulos, el actual papa traza un panorama de la compleja situación vivida en la época de la dictadura: "Eran años terribles, con tantas situaciones difíciles de resolver. Por ejemplo, creo que los servicios secretos me vigilaban y me las arreglaba como podía para despistarlos cuando hablaba por teléfono o cuando escribía alguna carta. Les pedía a los jóvenes jesuitas del colegio que no salieran después de la puesta de sol y nunca solos, siempre en grupo; de ese modo sería más difícil que se los llevaran. Además, les prohibía hablar de política cuando conversaran con otros sacerdotes, ya fuera en el refectorio o en los recreos; sobre todo, con los capellanes militares. No todos eran fieles a la Iglesia, ¡creo que incluso algunos de ellos se encontraban dentro de nuestro colegio! No es de extrañar que se produjeran redadas nocturnas en la casa de los novicios, en Villa Barilari, aunque logramos sortearlas sin problemas".

Recuerda entonces el caso de un joven al que debió ayudar ante un grave peligro: "Por la misma época, me presentaron el caso de otro chico que necesitaba escaparse de la Argentina. Me di cuenta de que se parecía a mí y así conseguí hacer que escapara vestido de cura y con mi carné de identidad. Aquella vez realmente me la jugué porque, de haberlo descubierto, sin duda lo hubieran matado y luego habrían venido por mí".

Los catequistas en peligro

Francisco pasa luego al caso de una pareja de catequistas como la situación más difícil que debió resolver, una que tuvo consecuencias directas muchos años después: "Recuerdo también la historia de una pareja de catequistas, Sergio y Ana, que vivían con su hijita con los pobres. Los había conocido antes de hacerme sacerdote e iba a verlos seguido. Una familia muy católica, para nada comunista ni subversiva, pero que fue calumniada por la policía secreta. A Sergio se lo llevaron de repente y lo torturaron durante varios días. Hice de todo para que lo liberaran y finalmente lo logré gracias a la intervención del cónsul italiano Enrico Calamai, un gran hombre que salvó a muchísima gente".

Y continúa: "Tengo que admitir que yo también fui víctima de calumnias en lo que respecta a esos años de dictadura. Me acusaron de haber entregado al régimen a dos jesuitas que trabajaban en una barriada de Bajo Flores, el padre Orlando Yorio y el padre Francisco Jalics. Los dos curas estaban fundando una congregación religiosa y, como provincial, les advertí, en nombre del padre general, que eso significaría su salida de la Compañía de Jesús. Lo cual ocurrió al cabo de un año".

"Además, les aconsejé que dejaran provisionalmente la villa, porque había rumores de que los militares podrían hacer una redada para llevárselos. Les ofrecí también alojarlos en nuestro colegio, por si lo necesitaban, pero decidieron quedarse con los pobres y en mayo de 1976 los secuestraron. Hice todo lo que estaba en mis manos para que los liberaran: fui un par de veces a buscar al almirante Massera, porque decían que a los dos cofrades los habían apresado los de la Marina. En una ocasión conseguí hablar incluso con el general Videla, tras celebrar, gracias a una artimaña, una misa en su casa un sábado por la tarde. Al día siguiente, le conté todo al padre general, Pedro Arrupe, que vivía en Roma. Lo llamé desde un teléfono público en la avenida Corrientes".

Acusaciones e interrogatorios

"De todos modos, las acusaciones en mi contra siguieron hasta hace poco. Era la venganza de algún rival que sin embargo sabía cuánto me opuse a aquellas atrocidades. Más tarde, unos testigos que antes habían permanecido en silencio, y gracias también al trabajo de unos periodistas, se decidieron a contar la verdad y así las acusaciones se vinieron abajo".

El papa continúa con el relato de los hechos y las consecuencias de este caso: "El 8 de noviembre de 2010 fui interrogado como persona conocedora de los hechos en el juicio por los crímenes cometidos durante el régimen. Alguien seguía intentando hacer recaer sobre mí la acusación de connivencia con la junta militar. El interrogatorio, en la sede del arzobispado, duró cuatro horas y diez minutos. Los abogados de las asociaciones de derechos humanos y de los familiares de las víctimas me sometieron a una ráfaga de preguntas. Había tres jueces: el presidente, que estaba muy tranquilo, uno que estaba siempre callado y otro que, en cambio, atacaba. Durante el interrogatorio mencionaron incluso el cónclave de 2005, que tuvo lugar tras la muerte de Juan Pablo II, suponiendo que alguien en el Vaticano hubiese difundido unos informes sobre mí, en los que se alimentaban sospechas sobre mi conducta durante el régimen de Videla, con el objetivo de mancillar mi nombre y dificultar así mi posible elección. Todo inventado: no hubo informes ni sobre mí ni sobre otros cardenales electores".

Llama la atención el rigor del trato recibido: "En cualquier caso, el interrogatorio fue grabado y al final me informaron de que no había nada en mi contra y que era inocente. Volví a encontrarme con uno de aquellos jueces dos veces en el Vaticano: la primera, estaba con otras personas, pero había pasado mucho tiempo desde que lo vi en el juicio, así que no lo reconocí; la segunda vez me pidió cita y se la concedí con mucho gusto. Más tarde, algunas personas me confiaron que el Gobierno argentino de entonces había intentado por todos los medios echarme la soga al cuello, pero que al final no encontraron pruebas porque estaba limpio".

Finalmente, el papa hace una suerte de síntesis sobre aquellos terribles años: "Recé mucho al Señor durante aquellos años del régimen, recé sobre todo para que diera paz a los que vivían en sus propias carnes la violencia y las humillaciones. La dictadura es algo diabólico, lo vi con mis propios ojos, viví momentos de gran desasosiego, con miedo a que pudiera ocurrirles algo a mis cofrades más jóvenes. ¡Fue un genocidio generacional! Por fortuna, aquella pesadilla terminó a principios de los ochenta y, con las elecciones democráticas de octubre de 1983, las cosas cambiaron para Argentina".

 

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