Reuters

La brecha entre acumuladores de vacunas y países pobres, es la vida y la muerte

Uruguay avanza en la vacunación a un ritmo por encima de su poderío económico, pero está aún complicado por la pandemia

Tiempo de lectura: -'

08 de mayo de 2021 a las 05:01

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

 

Este fin de semana llega a Uruguay un millón de vacunas Sinovac. El gobierno sigue negociando bien con Pfizer y ahora tiene suficientes dosis para los mayores de 60, hasta el punto que estima habrá sobrantes que podrán ser aplicadas a otros rangos de edad; además, esta semana se anunció que se vacunará a los adolescentes entre 12 y 17 años también con Pfizer, porque es por ahora la única vacuna que ha experimentado con este rango de edad. 

En medio de aumentos de casos, muertes y polémicas con o sin lógica, a veces olvidamos que somos un país pobre que sin embargo tiene vacunas para inocular a toda su población. Este diferencial es enorme, incluso en nuestra región, y contradice lo que está sucediendo en la gran mayoría de los países subdesarrollados: las vacunas no alcanzan o directamente no llegan.

El sistema Covax, que se creó antes de que las empresas farmacéuticas lograran afinar sus vacunas para aplicarlas masivamente, y con los países más pobres en la mira, quedó rengo y maltrecho. Esto no es casualidad y tampoco se debe -solamente- a la ineficiencia de la OMS.

En el medio primaron intereses nacionales y regionales (la Unión Europea es el mejor ejemplo de lo que no debería hacer un bloque poderoso) e intereses empresariales. Usted dirá que eso es más que justo, porque fueron las farmacéuticas las que invirtieron cientos de millones de dólares y los países ricos los que también sumaron millonadas a la investigación, para que en un tiempo récord tuviéramos vacunas contra un virus que dio vuelta vidas y economías de todo el planeta. Pero no es tan así, tampoco. 

Esta semana se conocieron dos movidas importantes que apuntan a intentar cerrar la brecha que separa a pobres y ricos a la hora de recibir vacunas; que los separa entre los que tienen derecho a una vida plena y los que viven con miedo o directamente mueren por un virus que ahora se puede controlar con vacunas. 

Por un lado, la administración del presidente Joe Biden apoyó este miércoles la renuncia a la propiedad intelectual de las vacunas contra el covid-19. Esta es una movida potente, en un mundo regido por los intereses de los gigantes empresariales bajo el paraguas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). No es garantía de que realmente se levantarán las patentes, ni de que se hará rápidamente, pero es un comienzo. Habrá que ver también cómo reacciona la UE. Para realizar cambios en las reglas de propiedad intelectual se necesita unanimidad en la OMC.

Por otro lado, la OMS aprobó ayer la vacuna china Sinopharm para uso de emergencia, y se espera que en pocos días sume a la Sinovac, la que hemos recibido la mayoría de los uruguayos, al Covax. 

¿Por qué se necesitan estas acciones? Porque los países más poderosos se dedicaron a acumular y mal administrar vacunas y porque se armaron rencillas mezquinas entre naciones y entre naciones y farmacéuticas, incluyendo las reacciones en algunos casos desmedidas ante efectos secundarios graves pero muy escasos de vacunas como la de Astra Zeneca y Johnson & Johnson.

Los “acumuladores” continúan agarrados a sus vacunas, salvo alguna excepción como Estados Unidos e Israel, por ejemplo, que ofrecieron sus sobrantes a otros países en problemas. lndia, el mayor fabricante de vacunas del mundo, venía exportando dosis a ritmo vertiginoso, hasta que la pandemia se convirtió en una crisis inmanejable en este país superpoblado. Produce miles de millones de vacunas pero solo el 2% de su población fue inoculada. 

Hasta el 1 de marzo de 2021 los países más ricos del mundo habían comprado 4.500 millones de dosis, las naciones de ingresos medio-superiores 1,260 millones y el resto de “pobres” de ingresos medios o bajos también 1,200 millones.

Hasta el lunes se habían administrado más de 1,160 millones de dosis de vacunas, el 80% de las cuales se destinaron a personas de países de ingresos altos o medio-altos . Solo el 0,2% a ciudadanos de países de ingresos bajos. Si se sigue con este ritmo, se estima que la mayor parte de la población de los países en desarrollo no será vacunada hasta fines de 2024. Esto sumaría millones de casos a los 152 millones ya infectados y miles de muertes a las 3.2 millones reportadas. Números vacíos, vidas reales.

Los pobres se aferran a lo que pueden. Si se mira un mapa del mundo por nivel de vacunación, África es un páramo, al igual que grandes partes de Asia y América Latina. “La situación en este momento es tan desesperada para los países de ingresos bajos y medianos que vale la pena movilizar cualquier dosis que podamos obtener”, explicó al New York Times Andre Taylor, analista del Instituto Global de Salud de la Universidad de Duke. "Tener dos opciones provenientes de China realmente podría cambiar el panorama de lo que es posible en los próximos meses".

Las vacunas tienen que ver con la salud, pero sobre todo con el poder y, como escribí ya en otra columna, con una nueva forma de “diplomacia” de tira y afloje entre países que buscan ubicarse mejor en el concierto internacional de ricos.

La otra cara de esta inequidad también tiene que ver con la riqueza; mientras que los más ricos nos vacunamos y los pobres se enferman y siguen muriendo, la economía mundial está sumergida. Los países que menos vacunas se han asegurado son los que suelen producir las materias primas que luego consumen los desarrollados. Si el virus rompe estas cadenas de producción, los ricos pueden terminar afectados (aunque no muertos). 

“De todos los productos en el mundo en los que no deberías usar priorización basada en marketing, las vacunas son las primeras”, dijo Bill Clinton, uno de los principales impulsores -y benefactor- de varias iniciativas asociadas a las vacunas.

En 2019, el mercado farmacéutico valía 1.3 trillones de dólares (ponga usted los ceros, se me hace imposible) y de esa fortuna solo el 3% correspondía a lo que se ganaba por vacunas, 33.000 millones de dólares que quedaban chiquitos antes los más de 144.000 millones que las farmacéuticas obtuvieron ese año por medicamentos oncológicos.

Hasta que se creó la Alianza Global para las Vacunas (GAVI) en el 2000, no había poder real de compra para vacunas, lo que derivaba en que millones de personas murieran por enfermedades que se podían prevenir con un simple pinchazo, como pneumococo o rotavirus. Esta alianza permite que 73 países de ingresos bajos reciban vacunas por precios mucho más bajos que los que tenían que pagar antes, por la compra masiva que se hace.

En el centro de esta industria está la salud pero siempre de la mano de la economía. GAVI calcula que por cada dólar que se invierte en vacunas en esta alianza, se logra un retorno de 21 dólares que se ahorran de una y otra manera en cuidados en salud y pérdidas de días de trabajo, entre otras variables. Hay un dato tremendo que ilustra esta ecuación: en el año 2000 murieron 10 millones de niños de menos de cinco años en todo el mundo. En 2016 murieron cinco millones. En el medio están las vacunas que llegaron a países pobres y esto fue antes del covid-19.

Pfizer estima que generará 15.000 de dólares este año por su vacuna de covid-19 con un margen de ganancia del 20%, por dar solo un ejemplo. 

De vuelta en Uruguay, la llegada de esta gran partida de Sinovac no es tontería. De hecho el propio gobierno temió que se atrasara, a pesar de que estaba el compromiso del gobierno chino, por la misma razón que analicé antes; en enero era más fácil prometer dosis, pero ahora todo los perros se pelean por el mismo hueso 

Al 6 de mayo nuestro país estaba en el lugar 14 del mundo con un 35.1 de su población vacunada, por debajo de Chile y Puerto Rico en América Latina pero por encima de países como Alemania, España e Italia, entre muchos, según el monitor del Financial Times. Celebrar esta cifra y lo que se viene en materia de vacunación en el futuro cercano, no significa en absoluto negar la realidad del virus en Uruguay, que también nos instala en los primeros puestos en cantidad de casos y porcentaje de muertes. Vivimos entre la esperanza de que las vacunas nos ayuden a bajar los contagios y la debilidad del ser humano que -con o sin consciencia, con o sin oportunidad de elegir- a veces prefiere la muerte a la soledad. 

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.