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La Criolla muestra lo mejor del folclore actual y en movimiento

El Festival de Danzas Folclóricas y tradicionales se celebra nuevamente este viernes en el Prado
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29 de marzo de 2018 a las 05:00
En el galpón construido hace más de 100 años para exponer el mejor ganado del país todavía se sienten ráfagas del olor que quedó de la Expo Prado del pasado setiembre. Ahora, a fines de marzo, la Intendencia de Montevideo instaló allí el Escenario Alfredo Zitarrosa, en honor a una de los cantautores más reconocidos del folclore nacional, donde se presentan espectáculos artísticos. Entre ellos, el Festival de Danzas Folclóricas.

Por las ventanas del pabellón inspirado en la arquitectura catalana de Gaudí todavía entra luz del día cuando se da comienzo al encuentro costumbrista que se desarrolla en el marco de la Criolla.

Más de cien personas sentadas en sillas blancas miran atentas el escenario. Algunos toman mate, otros comen tortas fritas. Las puertas están abiertas y el interior de la enorme sala interactúa con el resto de la exposición donde los altoparlantes –con alta potencia– anuncian actividades. Los ojos están en los bailarines y los cuerpos vibran con la escena cuando llega la hora del zapateo. Nadie habla.

Atrás del escenario, durante el intervalo, con murga y canto popular de fondo, los bailarines caminan de acá para allá con sus trajes impecables y cinturones gruesísimos con apliques de monedas. Ellas visten polleras de telas interminables que les permiten alzar los brazos y que el estampado de flores en rosado se eleve hasta lo más alto. Se sacan fotos y más fotos: selfis y profesionales en pose de gauchos y chinas. Las cabelleras están en su mayoría engominadas, ni un cabello se sale del lugar. Los hombres llevan sombrero y el pelo atado en una cola de caballo. Los shows duran casi una hora, así que todo debe estar bien agarrado. El look tiene que aguantar giros, saltos, sudor y zapateos. Algunos sombreros parecen imposibles de sostener. Sin embargo, aguantan.

Bombos
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Es una tarde de sol de un martes previo a Pascua. Un martes de criollas.

Después de que el presentador Fernando "Tololo" Serra los anuncia, y la máquina de humo al costado del escenario muestra su funcionamiento a pleno, tres parejas de bailarines respiran hondo y salen al escenario.

No cualquiera llega al Zitarrosa.

Un video con sus mejores números presentado a la gerencia de festejos y espectáculos de la Intendencia de Montevideo hizo pasar a cada agrupación por un proceso de selección.

Los integrantes de Raza Oriental comenzaron los preparativos en noviembre y organizaron una gran rifa para costear la producción que no tiene una costura fuera de lugar. Vienen del barrio Borro en Casavalle.

Es su primera vez en el escenario mayor del Prado.

"Pará, respirá...", le dice la directora Patricia Guzmán a uno de sus bailarines cuando intenta decirle algo apenas terminado el show. Guzmán pasó de ser madre a directora hace cuatro años, al ver que sus cinco hijas entusiasmadas con la danza folclórica se quedaban sin grupo después de que el profesor a cargo renunciara.

"Me fascina que disfruten todo lo que es Uruguay", cuenta la madre y directora. El proyecto los llevará a la fiesta Minas en Abril este año.

El grupo Raza Oriental bailó una arunguita, una chacarera, un gato, malambo, un escondido y una chamarrita. Algunas son danzas folclóricas que uruguayos y argentinos comparten. Como el mate, el dulce de leche, Gardel, y casi todo.

Guzmán dice que es difícil reclutar jóvenes para el grupo, sobre todo varones.

Mientras suena desde el escenario el zapateo que hace temblar todo el galpón, en una carpa atrás de los focos se preparan nueve mujeres. Proponen una mirada contemporánea al folclore llamada Siento al Compás. Su show: Manos de mujeres.

"El folclore es muy machista", dice su líder Mariana Di Landro. Su pelo largo está teñido de fucsia y contrasta con su vestuario blanco.

Todas se maquillan y se peinan mientras acomodan sus vestidos que mezclan licra y transparencias.
"El hombre resalta a través de sus pies y sus destrezas. La mujer aparece atrás con su falda. Y la realidad del campo no es así. Las mujeres hacen de todo", afirmó Di Landro.

Un bailarín de otra agrupación les chifla desde atrás del escenario cuando les llega el momento de comenzar. Con gestualidad teatral y sensualidad, Siento al Compás despliega su propuesta única y original en el escenario.

Con las bailarinas en el suelo, en un movimiento de danza contemporánea, pueden notarse algunas expresiones de extrañeza en el público. Pero sin exaltaciones.

Uno de los estímulos para que Di Landro desarrollara una propuesta nueva fue que quería zapatear como los hombres.

En el show ellas zapatean, con sus vestidos, zapatillas blandas y toda su feminidad.

Hacia el final del espectáculo dos mujeres vestidas de blanco bailan un tango.

Unos jóvenes entran charlando al galpón mientras toman mate, interrumpen la concentración del público.

Pero rápidamente bajan el volumen y se quedan mirando la danza.

"No te vayas que viene el malambo. Lo más vistoso", dice a un asistente uno de los organizadores.

Atrás del escenario, una asadera tapada con un repasador esconde un fainá de queso que funciona como tentempié para el presentador y alguno de los bailarines.

Un poncho doblado, que pasa por la entrepierna del hombre sujetado con un cinturón, constituye un chiripá. Lo usaban los gauchos antes de que existieran las bombachas. Tres bailarines lo lucen con orgullo y calor antes de salir al escenario. El atuendo se completa con cueros atados en los pies, conocidos como bota de potro.

Después de posar con la última luz que ofrece la tarde del Prado, la agrupación El Ombú sale a desplegar toda la fuerza de su espectáculo.

"¡Eso!", grita el que lidera la fila de bombos. Cruzan los palos, golpean el borde del instrumento, después el centro, los vuelven a cruzar haciéndolos sonar y vuelven a tocar el centro. La coordinación es perfecta porque si uno se atrasa una milésima de segundo, no solo queda mal, sino que un palo puede volar por los aires.

Se pasan los bombos de mano en mano para bajarlos del escenario. Luego suben todos y zapatean con expresión desafiante. Hombres y mujeres.

Con música electrónica y estridente, los bailarines revolean los ponchos por el aire, desplegados, generando un efecto visual que exige destreza. El poncho no debe tocar la cabeza. En este caso, los ponchos le ganaron a las boleadoras en espectacularidad. Pero siempre habrá quien lo discuta.

Llega el turno de Alma de Cardo, de la ciudad de La Paz, Canelones. Llegaron a Montevideo gracias al dinero que reunieron tras vender 100 números de $ 100. El premio era un huevo de pascua.

Desde el comienzo del show, a Alma de Cardo se les suman dos pequeñas bailarinas que, abajo del escenario, persiguen las luces y liberan sus brazos al ritmo de la música.

Fueron cuatro horas a pura danza. El festival sigue con nuevas propuestas el viernes 30 de la hora 12 a 18 en el mismo lugar, en el escenario que comunica y realza la tradición desde lo corporal y lo rítmico, con voces de ayer, de hoy y de mañana.

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