Pancho Perrier

La deriva de Talvi como parábola del Partido Colorado

El viejo partido de gobierno encalló otra vez, tras confirmar que en este país los líderes todavía no se improvisan

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30 de julio de 2020 a las 18:54

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Hubo un tiempo muy largo en Uruguay, de más de un siglo y medio, en que el Partido Colorado fue sinónimo de gobierno, salvo breves períodos que sirvieron, en cierto modo, como confirmación.

El caudillo blanco Wilson Ferreira Aldunate gustaba decir que partido político en Uruguay había un solo, el Partido Nacional; “Partido Colorado es el nombre que los orientales dan al gobierno”.

Ese paisaje político, antes tan habitual como la penillanura levemente ondulada, es ahora apenas un recuerdo brumoso para casi la mitad de la población uruguaya, que tiene menos de 30 años.

La deriva de Ernesto Talvi, el último líder colorado, quien tiró todo y se marchó a casa, expresa un drama personal, pero también el de su partido, como una alegoría de la improvisación y la desventura.

Ernesto Talvi (63) se desprendió del firmamento académico hace dos años para competir en las elecciones internas. Hijo de inmigrantes, doctor en economía por la Universidad de Chicago, él representa el mérito que venera un pequeño país mesocrático del fin del mundo.

Talvi refrescó un partido apocado, sin un líder predominante después de la renuncia de Pedro Bordaberry en abril de 2017, y con registros electorales tacaños.

El viejo Partido Colorado, el partido que ganaba siempre, pierde votos desde hace 35 años. Sufrió un desastre completo en 2004, después de la grave crisis regional, cuando el escribano Guillermo Stirling reunió apenas el 10,6% de los sufragios —y abrió la puerta al largo ciclo del Frente Amplio—.

El exministro del Interior Guillermo Stirling

Aún considerando ese pozo como una excepción, el Partido Colorado se despeñó del 41,2% de los votos nacionales de 1984, cuando la apertura democrática y el apogeo de Julio María Sanguinetti, al 12,3% de octubre pasado.

Talvi reivindicó un batllismo reformado, a imagen del “pequeño país modelo” que proponía don Pepe; el de “seremos un país pequeñito, pero con leyecitas avanzaditas”. Sin embargo esos fines sociales ya no deberían buscarse con más estatismo y empleo público, sino por medio de un liberalismo moderno y productivo, al modo de Nueva Zelanda.

Puso distancia ideológica explícita con Bordaberry, con el general Guido Manini Ríos, con Sanguinetti. Parecía una forma de marcar perfil socialdemócrata, con intenciones de captar votos de la izquierda moderada. El mismo Frente Amplio lo confirmó en ese espacio, al atacarlo con dureza.

Luego se vería que el conflicto, el exclusivismo y la dificultad de relacionamiento también eran aspectos de su personalidad.

En las elecciones internas o primarias del 30 de junio de 2019 derrotó a Julio Sanguinetti, viejo zorro y esencia del coloradismo, en proporción de tres a dos. Fue una hazaña para un recién llegado. Pero luego, hacia las parlamentarias de octubre, acosado por izquierda y derecha, se vio que el Partido Colorado no navegaba bien.

El nuevo presidente de la República, Luis Lacalle Pou, trató de poner en su gabinete a las cabezas de todos los sectores coaligados, como hiciera Tabaré Vázquez en 2005. Que nadie se sintiera fuera y libre para tirar piedras sobre la claraboya.

Talvi se llenó de dudas. Al fin, el temor de ser apenas uno más en el Parlamento, lo llevó a aceptar el cargo de ministro de Relaciones Exteriores.

Twitter Ernesto Talvi

Ganó simpatías rápidamente con la crisis del coronavirus, cuando los uruguayos regresaban a casa de cualquier modo, o con la peripecia surrealista del crucero Greg Mortimer.

Pero ese era un universo severamente acotado, como pescar en una palangana. Su nueva política exterior, que proponía abrir las fronteras comerciales para meter de cabeza a Uruguay en el mundo, se evaporó en cuanto los Estados amagaron a recluirse tras sus murallas, como durante la Gran Depresión de los años ‘30.

Ernesto Talvi ha sido un navegante solitario durante la mayor parte de su vida, y un investigador y conferencista brillante, para un público calificado y atencioso. Pero en la actividad política, donde a veces hay que descender al mínimo común denominador, pareció tormentoso, remiso y excluyente.

Para peor, impaciente por lo que debió ser y no fue, cortó uno a uno los lazos imprescindibles para el ejercicio de la política, hasta quedar casi sin puentes y sin amigos.

Carlos Pazos
Carolina Ache junto a Ernesto Talvi

Impulsó a Sanguinetti como secretario general del Partido Colorado, en señal de reconocimiento y unión, pero dejó de hablarle en febrero, después de tragarse la designación de su hijo, Julio Luis, en el directorio de UTE. Refunfuñó con su entorno en la Cancillería, incluso con la viceministra, Carolina Ache Batlle, y luego se empacó con el mismísimo presidente de la República.

Talvi no tiene diferencias ideológicas notables con Lacalle Pou, sino personales. A veces quiso actuar como un copresidente, un igual, cuando, en realidad, el presidente es primus inter pares por el argumento del artillero: lo eligió la mayoría de los ciudadanos.

Al cabo, Talvi renunció a la cancillería, al Senado, al liderazgo de su partido y a la política activa. Como nadie jugaba como él quería, se llevó la pelota para su casa. Más que una renuncia, fue una huida (con el atenuante de asuntos familiares que lo sacaron de Troya), en plena carrera hacia las elecciones municipales.

Dejó al Partido Colorado igual o peor que antes de su llegada: en trozos, sin liderazgo claro y encallado en el barrizal. Ahora, como nunca, lucha por su supervivencia.

No parece haber riesgo inminente para la coalición de gobierno. Aún no es tiempo de irse para nadie, salvo para los suicidas.

La deriva de Talvi tal vez contribuya a incrementar el escepticismo sobre la política. Pero, por otro lado, confirma que en este país todavía los líderes no se improvisan. Surgen por decantación, después de una larga marcha, y un áspero aprendizaje de derrota en derrota.

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