Piqsels

La desglobalización

"Por ese lado debemos avanzar, con el objetivo de no pagar ningún arancel por entrar con ninguno de nuestros productos en ningún mercado”

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12 de junio de 2020 a las 21:19

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Pasó la moda de la globalización, cuando todos (empresas, fondos de pensiones, etcétera) querían tener banderitas plantadas en muchas regiones del planeta, como inversiones o proveedores.

Se cayeron los sueños del just in time, o sea trabajar con cero stock porque el tornillo que voy a usar mañana me llega del fin del mundo justo hoy.

A eso se agrega la prédica ganadora de Donald Trump, que más o menos dice así: a ver, empresas americanas, con capitales americanos, con tecnología americana, arman una fábrica en Asia, para vender productos en el mercado americano, a ciudadanos americanos, con marcas americanas y financiamiento (tarjetas de crédito) americano… ¿qué falta en esa línea? ¡Los puestos de trabajo americanos! Y todavía con base en una competencia injusta porque las empresas en Estados Unidos deben cuidar el medio ambiente, dar protección social a sus obreros, devolver sus créditos a los bancos mientras sus competidoras no, ¿pero deben competir a puro precio?

Ahora que las fábricas y los vendedores se quedaron sin insumos ni productos para atender sus líneas de producción y sus mercados, ya no luce tan atractivo el ahorro de costos de la globalización. Todo vuelve a estar en tela de juicio y a eso se suma que los gobiernos quieren y necesitan inversiones para que crezca el producto, nazcan nuevos puestos de trabajo, se generen nuevos impuestos genuinos y de esa forma se consiga enfrentar los enormes niveles de deuda existentes.

Hay que pensar que a Estados Unidos, el mercado más grande del mundo, con el mejor mercado de capitales, la mejor tecnología y la más potente investigación del planeta, le llevó una década generar 22 millones de puestos de trabajo desde la debacle de 2008/2009, pero se perdieron 30 millones de puestos de trabajo en tres meses de pandemia (¡y todavía provocada por China!).

¿Y van a tolerar los americanos que las fábricas sigan allá cuando se precisan si o si los empleos acá? La verdad es que todo cambió y no importa si gana Trump o gana Joe Biden.

A esta muy tensa situación se agrega el desmoronamiento de la Organización Mundial de Comercio (OMC) –ya nadie quiere ni intentar acuerdos de todos contra todos– y la desilusión con los Tratado de Libre Comercio (TLC) –ya es tan complicado negociar no sólo aranceles sino también normas ambientales, laborales, de protección al consumidor, sanitarias, etcétera, etcétera, que a nadie le dan las fuerzas ni las ganas para empezar una nueva negociación–.

En este marco, Uruguay se debe preparar como en el judo para usar la fuerza del contrario a su favor.

La excelente (y reconocida por todos quienes no tengan un mal prejuicio ideológico) gestión de la pandemia por el gobierno del presidente Luis Lacalle Pou abre grandes oportunidades para el país.

Las personas, con trabajo o sin él, sanas o enfermas, mientras viven, comen, aunque no cambien de auto o se compren ropa.

Entonces la producción de alimentos, tan denostada en el pasado como marca de atraso y mediocridad de los países productores de commodities (razonamiento que jamás apoyé), se volverá una tarjeta de presentación que abrirá puertas en forma pacífica y simple.

Por ese lado debemos avanzar, con el objetivo de no pagar ningún arancel por entrar con ninguno de nuestros productos en ningún mercado. Se puede hacer y es el momento de hacerlo; confío mucho en la conducción del presidente Lacalle y del canciller Ernesto Talvi para hacernos avanzar por ese camino.

Gracias a Dios pasó la época de gestionar los intereses del país bajo el yugo de las relaciones de afinidad ideológica, que tanto perjuicio nos causaron.

¿De qué sirvió rendir pleitesía a Venezuela o Cuba que no tienen recursos ni para comprar lo básico para sus poblaciones, por el fracaso estrepitoso y predecible de esas funestas ideas socialistas?

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