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La despedida de un actor que no dice adiós

Tras cumplir 70 años, Jorge Bolani deja la Comedia Nacional, con la que se presenta hasta el 27 de julio. El actor concedió a El Observador una larga entrevista
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18 de julio de 2014 a las 19:41

Algo mágico sucedió esa noche de febrero en la Sala Verdi. Aquel día la Comedia Nacional repuso Variaciones Meyerhold, de Eduardo “Tato” Pavlovsky, obra sobre el director y actor Vsévolod Emílievich Meyerhold, creador revolucionario que terminó fusilado por el estalinismo. Como si se tratara de un acto de transmutación, esa noche el artista ruso volvió a la vida en la calle Soriano porque Jorge Bolani desaparecía en su personaje y se transformaba en el único Meyerhold posible.

Quien interpretara a Herman, el hermano exitoso en Whisky; al tío Vanya, en la obra de Antón Chéjov, o al veterano de guerra de El viento entre los álamos, solo por nombrar tres trabajos en sus más de cuatro décadas de carrera, se retira de la Comedia Nacional. Puede parecer absurdo, porque se trata de uno de los mejores actores con los que cuenta esta compañía, pero Bolani cumplió 70 años en mayo y la normativa indica que este es el tope de edad para los artistas de este elenco estable.

Todavía le quedan algunos días más sobre las tablas del Teatro Solís interpretando el papel de Elliot, el enamorado por conveniencia de La visita, con dirección de Sergio Renán, donde Bolani actúa, canta y hasta ensaya pasos de baile. Pero de acuerdo a lo que anunció esta semana a No toquen nada, de Océano FM, la directora de la Comedia Nacional, Margarita Musto, el 27 de julio no será la última ocasión de ver a Bolani con esta compañía, ya que se planea hacerle una despedida reponiendo Variaciones Meyerhold en el Circular. Musto indicó, además, que debe revisarse la normativa que obliga a jubilarse a los actores a los 70 años y que se pidió una prórroga en la Intendencia respecto a Bolani, como se hizo en otras administraciones con artistas de la talla de Estela Medina, pero la respuesta fue negativa.

“Espiritualmente es un momento un poquito agridulce porque 10 años es un lapso no solo importante en cantidad de años sino de trabajos. A veces voy caminando por los recovecos del Solís y me viene como un estadito que no lo puedo definir, como de percibir la separación. Pero no es demasiado grave, como decía un amigo mío, no es demasiado escandaloso”, comenta Bolani con ese tono tranquilo y afable que hace tan placentero escucharlo dentro o fuera del teatro.

No obstante, el intérprete se apresura a aclarar que está lejos de jubilarse. “Ya estoy manejando proyectos, porque en realidad vuelvo a mis raíces, el teatro independiente, fundamentalmente como actor. Yo me siento más actor que director, salvo que aparezca una obra que te pegue entre ceja y ceja y no te deje dormir”, comenta en el coqueto apartamento que comparte con su esposa desde 2010, la actriz del Circular Paola Venditto, a quien dirige en Hay barullo en el resorte. Este se encuentra situado en un edificio de la década de 1930 con espacios amplios y vitrales. Una foto grande de sus hijos Martín y Natalia, un diccionario de teatro, media docena de premios Florencio, un libro de Jerzy Grotowski, la cubierta de un álbum de George Harrison y una foto personificando a Meyerhold, ese personaje al que Bolani sintió como una “culminación a nivel actoral”, son algunas de las referencias a sus siete décadas de vida.

Una vida que se vinculó al escenario desde sus primeros años, ya que Bolani, hijo de un policía y una ama de casa, se fascinó con el teatro siendo un niño, cuando vivía en frente al viejo edificio de El Galpón, en Carlos Roxlo y Mercedes. “No recuerdo la primera vez que fui, yo tenía gran curiosidad porque veía a los actores que salían maquillados de una puerta y entraban por la otra”, comenta. “Llegué a aprenderme obras de memoria. Me convertí en una especie de mascota. Y todos esperaban que me inscribiera en la escuela de teatro del Galpón. Pero no, seguí con los estudios y llegué a la Facultad de Odontología, mi carrera frustrada. Continué siendo espectador de teatro, básicamente iba a ver a la Comedia y al Galpón. A la vez estudiaba inglés en el Anglo y cuando estaba por terminar un compañero me dijo ‘Acá hay una escuela de teatro, ¿no querés venir? Yo le dije que sí, porque me daba la oportunidad de practicar un idioma que me fascina, y de hacer teatro. Ese muchacho falleció trágicamente en una operación a los 26 años. Yo estoy en el teatro porque él fue el que me acercó”, recuerda.

Bolani no abandonó la carrera de odontología por falta de vocación sino por falta de dinero. “Me quedó una sensación de sinsabor. Mis amigos se ríen cuando yo les digo que me gusta ir al dentista. Tiene una cosa de precisión que es muy del teatro. El dentista es un artista y la precisión es una de las reglas de oro del teatro”, añade.

Pese a que trabajó en el Circular durante 29 años, la necesidad lo llevó a desempeñarse a la par durante tres décadas como administrativo en concesionarias de autos. “Era imposible sobrevivir. Ahora hay algunos mecanismos más esperanzadores, como los fondos concursables, pero estamos lejos. Y eso que en el Circular tuve éxitos económicos muy buenos”, recuerda. Esa solvencia sí fue posible a los 60 años, cuando lo llamaron de la Comedia Nacional.

De sus tiempos en el Circular, Bolani recuerda especialmente los años de la dictadura. “Fue una época durísima, pero a la vez muy placentera porque el teatro, como la danza, eran lugares de reunión, los únicos permitidos. Elegías las obras con contenidos subliminalmente muy importantes, tenías que aguzar el ingenio porque no podías regalarte”, señala y nombra obras que hizo en aquel tiempo como El herrero y la muerte, y Doña Ramona, en las que se habla del uso abusivo del poder. “Yo creo que (ellos) no tuvieron ni tiempo de darse cuenta, porque estaban mucho más ocupados con otras cosas. Pero la cultura fue un blanco, a El Galpón lo cerraron. De hecho había un censor de las obras”, añade.

“Como la dictadura era el enemigo visible sabíamos de qué podíamos hablar y cómo, pero cuando entramos en el proceso democrático nos quedamos sin el enemigo. Entonces fue un período en el que el teatro decayó mucho. Se estrenaba cualquier cosa, era la libertad total y hubo un afloje en eso de agudizar el ingenio”.

Pasado y futuro
Al ser consultado por futuros papeles que le gustaría interpretar, Bolani nombra a Antón Chéjov y a Samuel Beckett, con sus obras Esperando a Godot y Final de partida, la que es a todas luces una gran idea porque dan ganas verlo en el rol de Hamm. Otra posibilidad es reponer el exitoso espectáculo El viento entre los álamos, con Pepe Vázquez y Julio Calcagno, o volver a adaptar cuentos de Roberto Fontanarrosa al teatro con Eduardo Cervieri, junto con quien adaptó además los cuentos que se recrean en Hay barullo en el resorte. Se trata de un muy buen espectáculo, que conjuga la inocencia y el absurdo de los personajes de Juceca y que después de un año continúa en cartel y a sala llena.

Bolani recuerda como maestros a hombres como Héctor Manuel Vidal, Eduardo Schinca y Jorge Curi, y destaca haber aprendido mucho con Renán en La visita. En todos estos casos la concepción del teatro está lejos de la del actor-marioneta, como pretenden otros directores, comenta y cita a Meyerhold: “Cuando surge la estética del director y desaparece la del actor estamos muertos”.

Con vistas al futuro, el actor destaca de la llamada joven dramaturgia uruguaya el rescate de la palabra. “Me parece que están transitando algo que se había dejado de lado en el teatro uruguayo, que era la palabra. Hubo un momento en que se priorizaba la imagen, lo que importaba era mostrar un espectáculo casi a un nivel de un videoclip”.

“Otras experiencias no me convencen demasiado, algunas de dramaturgo que además dirige la obra que escribió me resultan un poquito al estilo, ‘llegué yo y empezó el teatro’”.
Respecto a la Comedia Nacional, Bolani destaca la apertura en los últimos tiempos a textos que antes eran impensables. “Cada vez estamos mas lejos de aquella Comedia Nacional que era tildada de anquilosa, declamada, empolvada”, añade. El intérprete destaca, además, que se hayan hecho en los últimos cuatro años dos concursos y la creación del ciclo Entre nosotros, donde se le da la oportunidad a gente del elenco que quiera probarse en la dirección de espectáculos y que dio como producto obras como Variaciones Meyerhold.

Como esta obra, otro de los hitos de la carrera de Bolani fue Whisky, la película de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, que este 6 de agosto cumple 10 años de su estreno y que el año pasado fue elegida la mejor película de América Latina de los últimos 20 años por los programadores de los festivales de cine más importantes de la región. “Me parecería muy justo que se le hiciera un homenaje. Es un mojón del cine uruguayo junto con 25 Watts”, comenta.

“Recuerdo todo, fue impresionante, el proceso de trabajo, el rodaje y la relación humana. La ensayamos mucho, casi como una obra de teatro. Cuando me llamaron para hacer el casting, a los varones nos pidieron hacer los dos personajes. Y me recopé con el personaje que finalmente no hice, me eligieron para el otro, el hermano más exitoso, que para mí era bastante chanta”.

La luz languidece afuera, pero la conversación continúa y se deriva a la “grisura” de los uruguayos que refleja Whisky, a su pasión por las comedias musicales de Hollywood o a lo irritante que es el doble discurso. Bolani habla, pregunta, escucha, y el tiempo pasa escurridizo como en el teatro, cuando el espectador tiene en frente a una obra inolvidable o en el escenario se yergue un gran actor.

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