No es noticia que el mundo se vuelve cada vez más incierto. Los planes de mediano y largo plazo, ya sean a nivel país o empresas, son hoy un listado de intenciones más que de ideas que realmente se puedan a concretar en el futuro. Los cambios radicales en la política internacional se correlacionan cada vez más con la vulnerabilidad de la economía global. Hoy planificar es más bien un arte. El índice de incertidumbre mundial (WUI), que mide esta variable para 143 países desde 1996, muestra que los niveles de incertidumbre económica de la actualidad son superiores a los de la crisis financiera global del 2008. A los países y los líderes que los gobiernan, les debe suceder algo muy parecido.
La primera pregunta que surge es cómo lidiar con este “río revuelto” de incertidumbre. Segundo, y de ser posible, cómo sacarle provecho. De aquí que el viejo refrán popular “a río revuelto, ganancia de pescadores” bien nos puede ayudar como analogía para el análisis. Este es un refrán que define mucho la cultura latinoamericana y española, que es donde más se conoce. Explicarle a un gringo el significado social de “troubled waters, fisherman’s gain” llevaría mucho tiempo.
Todo esto viene a cuento de los resultados que ha tenido la reciente Cumbre del G20 en Buenos Aires. Como bien resaltara un titular del Washington Post hace unos días, “la cumbre fue opacada por otras noticias. Pero tampoco hubo mucho para ensombrecer de todos modos”. En otras palabras, los compromisos sumidos a nivel global del G20 fueron muy escasos.
Sucede que la incertidumbre en los países tiene un efecto directo en el bajo nivel de compromisos que hoy ejercen los gobiernos a nivel internacional. De hecho, si existe algún factor distintivo del gobierno de Donald Trump y su visión del poder que Estados Unidos ejerce en el mundo es justamente sobre este aspecto: cuanto menos se compromete un país a hacer, más libertad tendrá para imponer su propio modelo. Esta filosofía va hacia el lado opuesto de la teoría hegemónica de décadas pasadas que defendía la premisa de que un país puede expandir su propio modelo en la medida que tiene muchos socios en el mundo. Esta es ni más ni menos que la esencia de la “teoría de la estabilidad hegemónica” de la que tanto habla Robert Keohane durante los años 80, al argumentar que el sistema internacional es más estable y claro en la medida que la potencia predominante esté concentrada y no diluida en muchos poderes.
El mundo cambió. Aquel mundo bipolar y luego unipolar donde las hegemonías eran más fáciles de distinguir se ha transformado en un complejo entramado de poderes más conocido como “multipolarismo”, que hace cada vez más compleja la posibilidad de acuerdos a nivel global. El G20 que acaba de concluir en Buenos Aires fue una muestra clara de esto. Las actas finales de las reuniones multilaterales son cada vez más genéricas y hasta un tanto vacías de contenido. Algunas hasta se contradicen entre sí. Basta con ver el punto 20 del acta final del G20, relacionado al Acuerdo de París y el compromiso que los países signatarios subrayan para el cumplimiento de las normas que beneficien el cuidado del medioambiente. A renglón siguiente, un punto menciona que EEUU –la principal economía del mundo– dice que reafirma estar en desacuerdo con el punto anterior y con el acuerdo firmado para el cuidado del medioambiente.
Al leer con detenimiento este tipo de ejemplos vacíos y contrapuestos no debería sorprendernos el hecho de que este tipo de cumbres parecen carecer de sentido. Asimismo, se hacen y se seguirán haciendo. Y aunque hasta parezca ilógico, estas cumbres son hoy tan o más importantes que nunca. Porque lo relevante –como si fuera un espejo del mundo actual– ya no parece estar en lo que se firma, sino lo que se dice y hace. Y estas cumbres terminan siendo el escenario perfecto para decir y hacer.
Son cada vez menos las instancias en que un solo país –y más aún un país de escala económica mediana– puede captar la atención positiva del mundo. Las prioridades y las viejas lógicas de los aliados internacionales han cambiado. Muchos de los líderes mundiales tienen como principal objetivo hacer que al menos los ciudadanos de sus propios países confíen en su liderazgo. Pedir hoy que la comunidad internacional también lo haga ya es demasiado.
Al leer con detenimiento este tipo de ejemplos vacíos y contrapuestos no debería sorprendernos el hecho de que este tipo de cumbres parecen carecer de sentido. Asimismo, se hacen y se seguirán haciendo.
Poniendo estas ideas en práctica, vale tomar nota para un país como Uruguay el redito que ha sacado Argentina de esta última cumbre. Y no necesariamente por lo que se firmó en el acta final del encuentro, sino porque justamente –quizá sin planearlo– tomó el riesgo de pescar en un río revuelto. En medio de una situación económica por demás debilitada y vulnerable, Argentina se dio el lujo de no solo transmitir confianza a la comunidad internacional, sino hasta de recibir halagos. Y no olvidemos que es un país en crisis que hace pocas semanas estaba nuevamente subiendo las escalinatas del Fondo Monetario en Washington. ¿Cómo es posible? Es posible por el simple argumento antes mencionado: el mundo cambió. La Argentina de los 90, ante la misma situación económica, muy posiblemente habría preferido suspender la reunión del G20 en su propio país. Ya sea por demostración de austeridad o carecer de sentido mostrarse ante el mundo en medio de una crisis, décadas atrás la situación habría sido otra muy distinta a la que vimos la semana pasada.
En los dos días que llevó esta cumbre, el gobierno argentino firmó más de 60 acuerdos bilaterales que, sin el encuentro, podrían haberle llevado años de negociación. Solo con China se firmaron 30 acuerdos que incluyen el avance en obras de infraestructura en trenes, minería y generación hidroeléctrica. Con EEUU se concretaron acuerdos –algunos de ellos de educación– con un potencial de US$ 25.000 millones de inversiones y cooperación en temas relacionados a la energía, en particular el yacimiento de Vaca Muerta.
Por todo esto es que vale seguir insistiendo –más allá de que muchos no lo compartan y critiquen– que Uruguay debería tocar todas las puertas posibles para ser parte de las conversaciones que hoy acontecen en el mundo. El complejo mundo multipolar obliga a que las economías medianas y pequeñas deban buscar todas las oportunidades posibles para participar en las mesas de conversación internacional. Sea el TISA o un acuerdo con Chile. Tenemos que estar presentes. Nuestra cancillería tiene un excelente capital humano para representarnos en estos espacios.
En los dos días que llevó esta cumbre, el gobierno argentino firmó más de 60 acuerdos bilaterales que, sin el encuentro, podrían haberle llevado años de negociación. Solo con China se firmaron 30 acuerdos que incluyen el avance en obras de infraestructura en trenes, minería y generación hidroeléctrica.
El contrargumento a este planteo de salir a buscar instancias de conversación global es que en realidad “a nadie le interesa negociar con Uruguay”, o que a “Uruguay no lo suelen invitar a estos ámbitos”. Más allá de que esta visión se debilita al ver que ni siquiera cuando nos invitan sabemos dar el paso (como muestra basta el TISA), quizá por este debate pase el primer paso que debemos dar para el diseño de una estrategia de inserción internacional inteligente que no se limite ante la premisa de que nadie nos va a pedir para negociar un acuerdo, sino que justamente piensa cómo vamos a hacer nosotros para ir a buscar y tocar la puerta de socios estratégicos. Esto no es un tema de borrar los caminos recorridos, sino de trabajar entre todos para avanzar desde los logros que ya se han alcanzado.
No basta con ser pescador para sacar provecho del río revuelto. Hay que tomar el riesgo de ir a pescar en medio de una tempestad para llevarse lo que el río pueda traer. Igual siento que mejor lo describe aquella frase de procedencia incierta pero que tantas veces repitiera el presidente Harry Truman, “Decisions are made by those who show up”. La diplomacia del río revuelto es la que entiende que las decisiones las toman los países que están presentes.