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La epidemia del shoplifting: un bochorno para las sociedades de EEUU y el Reino Unido

Cómo la inflación y el costo de vida han cambiado el tradicional apego a las normas de convivencia entre británicos y estadounidenses

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26 de agosto de 2022 a las 05:03

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Se decía que habían nacido para vivir en una sociedad basada en la confianza. De los ingleses y de sus sucesores los estadounidenses, en general de las sociedades anglosajonas, admirábamos no solo su prosperidad y su democracia sino, sobre todo, su urbanidad, su civismo, su apego a las normas de convivencia, desde el envoltorio de un caramelo que nadie se atrevía a tirar en la calle, hasta los diarios que a nadie se le ocurriría robarse de un rack. Eran todo lo opuesto a las cosas que acá veíamos bastante a menudo, y que, en la comparación, surgía implacable la autocrítica a nuestra mal llamada “viveza criolla”.

El tiempo ha demostrado que no era tan así, que todo podría reducirse más bien a un tema de poder adquisitivo, de desarrollo y entorno favorables, factores a los que la mentalidad del individuo está estrechamente ligada; incluso, más llanamente, podría reducirse a un tema de precios.

La inflación es uno de las cosas que más ansiedad genera en una sociedad. Tiene un efecto corrosivo en la psiquis del individuo el constatar en el supermercado que por lo que el mes pasado pagó 50 hoy tenga que pagar 60, o que llenar el tanque le cueste hoy el doble que el año pasado. Nosotros estamos acostumbrados; hace al menos veinte años que convivimos con una inflación anual arriba del 7%. ¿Pero ellos? Ellos no. Para los británicos y estadounidenses, y en general para los países desarrollados, la inflación era un problema resuelto hace más de cuarenta años.

Ahora impensablemente están en problemas: en julio la inflación anual de Estados Unidos se ubicó en el 8,5%, después de haber trepado al 9,1% el mes anterior, y en el Reino Unido ya se instaló cómodamente en los dos dígitos. Esto podría cambiar un poco aquella percepción que en los ochenta solíamos tener de esas sociedades.

Hace unos días María Laura Santillán, presentadora de noticias de un conocido canal argentino, hablaba en vivo con su corresponsal en Londres. El talante de la charla era distendido después de que el hombre diera el grueso de su informe; intercambiaban penurias sobre el alto costo de vida en ambos países, los precios que no paran de subir, etcétera; aunque Santillán cada tanto hacía la salvedad de que si bien en el Reino Unido la situación era penosa, la inflación allí era del 10% anual, no del 60% como en Argentina. “Dentro de todo, ellos están mucho mejor”, remarcó la conductora. Hasta que el corresponsal empezó a contar las cosas que veía a diario en Londres. Y cuando dijo al pasar, como lo más normal, que varios productos en el supermercado –como un bife envasado, por ejemplo– estaban precintados y con alarma porque si no se los robaban, Santillán quedó totalmente descolocada. Miraba a sus compañeros alrededor, por un instante no estaba segura si no sería un chiste. “¿En serio? ¿Precintar un pedazo de carne?”, preguntó incrédula… “Ah no, ¡tan mal no estamos!”.

Desde que se disparó la inflación, el tema de los shoplifters se ha salido de control en todo el Reino Unido y en varios estados de Estados Unidos, como se puede ver aquí (https://www.youtube.com/watch?v=wM4aDxAyyiU), aquí (https://www.theguardian.com/business/2022/may/23/people-are-under-pressure-the-shop-staff-paying-for-strangers-groceries-or-turning-a-blind-eye-to-theft) y aquí (https://nypost.com/2022/07/10/shoplifters-hit-supermarkets-with-increasingly-brazen-heists/). Productos perecederos precintados y con alarma se pueden ver en los supermercados desde Londres hasta Nueva York. Carne envasada, yogurts, helados… increíblemente todo precintado. Otros como detergentes para la ropa, dentífricos o chocolates, directamente en anaqueles bajo llave. Porque, aun ante las cámaras de seguridad, la gente se roba todo, en lo que los medios ya han dado en calificar de epidemia.

¡Qué paradoja! Tal parece que no era tanto un tema de civilidad, autocontrol y educación inherentes a esas sociedades, sino de costo-beneficio, ecuación en la que el precio de un producto tiene un valor principal. Y como el castigo a pagar en caso de ser descubierto no pasa de una ofensa menor (felony), o de un mal rato ante los agentes del orden teniendo que pagar por lo robado, la gente se la juega. Pero el shoplifting es una de las cosas más inciviles y vandálicas que uno pueda cometer. No solo se viola el principio de confianza en que se basa la sociedad liberal capitalista, sino que se entorpece la vida a todos los demás; en este caso, algo tan básico como la experiencia de ir a un supermercado e ir echando productos básicos directamente del estante al carro. Y en estos casos que se reportan en el Reino Unido y en EEUU, los shoplifters no son saqueadores ni ladrones profesionales, sino gente común de clase media que en la enorme mayoría de los casos podría perfectamente comprar lo que se está robando pero se niega a pagar el precio que le impone la inflación.

Si acá hubiéramos decidido hacer lo mismo todos estos años de inflación, hoy directamente no habría supermercados, ni prácticamente ningún otro local con mercadería expuesta al público. Por eso los pingos se ven en la cancha. Y tan mal no estamos.

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