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25 de abril de 2020 a las 05:00

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La amenaza múltiple de la enfermedad de covid-19 conlleva cambios tan profundos en la vida en sociedad que justifican la reflexión del presidente Luis Lacalle Pou de que estamos inmersos en una “nueva normalidad” por un período incierto. Un cambio colectivo que no solo debería referirse a la conducta de organizaciones e individuos sino también de la política.

“El mundo ya no va a ser el mismo”, dijo el jefe de Estado en una conferencia de prensa, el viernes 17, en referencia al impacto económico y social del confinamiento de “alto impacto”, desde la declaración de la emergencia sanitaria del 13 de marzo, y al distanciamiento social que desde la semana pasada se va ajustando en función de la evolución del coronavirus. 

Una pandemia que ya contabiliza más de 2,6 millones de casos en el mundo -hasta ayer de mañana- en 193 países o territorios, y que se transmite a través del contacto próximo entre personas, obliga al mundo entero a adaptarse a una “nueva normalidad” en los hábitos sociales a la que aludió el presidente. 

Hasta que los científicos no descubran una vacuna, habrá largos períodos de distanciamiento social que afectarán modos de vida y costumbres, que forman parte de la identidad y que alimentan los vínculos entre las personas.

El Secretario de la Presidencia, Álvaro Delgado, habló de una “generación coronavirus”, en una entrevista en El Observador el lunes 20, que estará marcada por el uso del tapaboca fuera del hogar, más hábitos de higiene que en algunos casos incluye hasta el uso de guantes en el trabajo o en espacios públicos. Como dijo el presidente, dejamos de saludarnos estrechando las manos y menos con un beso.  

La “generación coronavirus” también debería abarcar nuevos comportamientos en la política que ataque enfermedades del país por virus de una gestión gubernamental equivocada, y que deberían perdurar en el tiempo.

La ley de urgente consideración, enviada por el Poder Ejecutivo al Parlamento el jueves 23, va en la dirección correcta para que la política adquiera una nueva actitud en la gestión de la cosa pública. Pese a que su contenido fue pensado para otras circunstancias, hoy es más pertinente que nunca.

Diego Battiste

La crisis por el coronavirus dejó más a la intemperie al país por un déficit fiscal de 5%, una informalidad que abarca a unas 400 mil personas, un desempleo de 10,5% y un sistema educativo paupérrimo y mucho más injusto e ineficiente con educandos confinados en sus hogares, que una buena parte del articulado se propone mejorar.

Un país con fortaleza fiscal, buenos indicadores de competitividad y un sistema educativo de calidad, tendría hoy mejores armas en la guerra contra la covid-19.

El sistema político debería adquirir un “nuevo comportamiento” a la hora de gobernar, de rechazo al alto endeudamiento, que en la práctica solo ha sido útil para vivir por encima de las posibilidades reales y que se haga cargo de resolver los problemas estructurales con la vista puesta en el horizonte.

La fatídica amenaza del coronavirus es una oportunidad de oro para que el sistema político atrincherado ataque los males arraigados en la gestión pública y que la época del presente no sea recordada únicamente por el agobiante distanciamiento social y el uso del tapaboca en la vida en sociedad. 

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