La guerra golpea el legado arquitectónico de la antigua y bella Ciudad Vieja de Saná

Entre los siglos XII a.C y VI d.C, la zona fue dominada por sucesivas civilizaciones dedicadas al comercio de especies, entre ellas el famoso Reino de Saba, con su misteriosa reina y su relación amorosa con el rey judío Salomón, lo que dio origen al mito.

Mientras tanto, los pueblos del Mediterráneo, que veían llegar caravanas cargadas de incienso, mirra, casia, cinamomo y láudano, o riquezas como oro, ébano, marfil y seda, dedujeron que se trataba de una tierra de fábula. Mucho de eso se respira aún hoy en Ciudad Vieja de Saná.

El Islam llegó hacia el 630, cuando la región pasó a formar parte del Califato árabe, y así continuó hasta que en 1517 la mayor parte quedó integrada al Imperio Otomano. La leyenda de Arabia Felix habría de resurgir en el XVII. Fue cuando los comerciantes europeos oyeron hablar de una bebida, el "oro negro", el café que se exportaba desde el puerto de Moka.

Hoy, en la Saná vieja, la situación es muy diferente. Doaa al-Waseai recuerda que en la época en que trabaja de guía turística en la Ciudad Vieja pasaba los días caminando y mostrando a los visitantes los baños turcos, o “hammanes”, los mercados escondidos y algunos de los edificios más emblemáticos de los 6.500 que existen en el interior del perímetro delimitado por los antiguos muros de arcilla que se elevan hasta 14 metros.

“El turismo me abrió los ojos a mi propia cultura”, dice al-Waseai, de 40 años, reflexionando sobre cómo obtuvo una apreciación más profunda de su tradición cultural al explicar Yemen a los extranjeros que llegaban.

Sin embargo, la Ciudad Vieja, el hogar de la infancia de al-Waseai, se tambalea después de casi una década de guerra. Sus edificios de tierra apisonada, algunos de 1.000 años de antigüedad,  varios pisos, con elaborados frisos, marcos intrincadamente tallados y ventana con vitrales, se están desmoronando para la falta de mantenimiento.

Al-Waseai una vez habló inglés y alemán cómodamente. Hoy, la ausencia de turismo, hace que sus habilidades para los idiomas extranjeros se vayan desvaneciendo. “No hay palabras para expresar nuestra catástrofe en inglés, alemán o francés. Estamos perdiendo la vieja Saná”, se lamenta.

La Ciudad Vieja, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO hace casi 40 años, ha sido clasificada como "en peligro" desde 2015, poco después de que Arabia Saudita encabezara una intervención militar para apoyar al asediado gobierno de Yemen.

Habitadas durante más de 2.500 años, las icónicas mezquitas y torres de casas de ladrillo quemado de la zona se han enfrentado tanto a las amenazas directas que implican los ataques aéreos, como a la amenaza indirecta de la falta de mantenimiento.

Al-Waseai ha guardado registros del declive de la Ciudad Vieja. En hojas de cálculo enumera las casas derrumbadas y los hoteles maltrechos, mientras cursa una maestría en turismo en la Universidad de Saná con la esperanza de que algún día pueda ayudar a la recuperación de la Ciudad Vieja.

Al igual que otros yemeníes, Al-Waseai había escuchado historias de bombardeos durante una guerra civil anterior, en la década de 1960. Sin embargo, nunca pensó que algún día los presenciaría ella misma. "¿Por qué están atacando nuestra ciudad? Están destruyendo nuestra historia", recuerda haber pensado.

Las casas de la Ciudad Vieja, con sus distintivas molduras de yeso blanco, “son muy frágiles y requieren un mantenimiento constante”, explica Mohammed al-Jaberi, operario especializado que trabaja asociado a proyectos de la UNESCO.

“Tradicionalmente, los propietarios se encargaban del mantenimiento. En la actualidad, la gente debe tomar la difícil decisión de poner comida en la mesa o mantener el techo sobre sus cabezas. La guerra ha traído una severa crisis económica”, dice al-Jaberi.

Aunque los combates han disminuido considerablemente en gran parte de Yemen, la ausencia de un alto el fuego duradero sigue paralizando las actividades de muchas instituciones, incluido el organismo de preservación pública, que carece de fondos, como otros organismos oficiales.

Pese a todo, los residentes todavía tienen la esperanza de que sus glorias pasadas puedan revivir. Cerca de la histórica Puerta de Yemen, en una tienda donde vende aceites curativos tradicionales, Salah Aldeen exhibe una foto del entonces presidente de Francia François Mitterrand visitando la Ciudad Vieja en la década de 1990, cuando los extranjeros eran comunes.

Aldeen, que obtiene los aceites mediante una prensa tradicional accionada por un camello, confía en que los turistas volverán. “Tarde o temprano, se recuperará. La guerra es una enfermedad, pero nos recuperaremos”, dice el comerciante.

Localizada a 2.350 metros de altitud, en una meseta situada al pie de las montañas de Djebel Nogoum y Djebel Ayban, la ciudad de Saná en su conjunto supera los 500.000 habitantes. Aunque la región tiene un clima seco, hacia fines del verano suelen registrarse fuertes lluvias. Si bien esporádicas, algunas han provocado los derrumbes de una decena de edificios en los últimos años.

Algunos de los edificios de la Ciudad Vieja colapsaron luego de una fuerte tormenta que se registró el 12 de agosto de 2020. Cambio climático de por medio, los residentes temen que las tormentas se hagan más frecuentes, intensas e impredecibles. “La infraestructura de drenaje también ha sufrido la falta de mantenimiento, lo que hace que los edificios históricos sean vulnerables a colapsar durante las inundaciones repentinas”, explica al-Jaberi.

La antigua ciudad fortificada ha estado habitada durante más de 2.500 años y contiene muchas gemas arquitectónicas de la cultura árabe. Además de Patrimonio Histórico de la Humanidad, Saná fue declarada Capital Árabe de la Cultura en 2004.

Hoy, los esfuerzos de la Unesco se concentran en la preservación de algunos de los edificios más antiguos ubicados en el interior de muros de arcilla que dibujan los límites de la Ciudad Vieja. Uno de esos edificios es la Gran Mezquita de Saná, que según las escrituras islámicas se remonta al período de Mahoma. El edificio, construido con algunos materiales del período preislámico y techos de madera tallados, guarda en su interior una biblioteca donde se preservan antiguos manuscritos y documentos.

“Es imprescindible que la comunidad internacional tome nota y haga un esfuerzo para apoyar las tareas de preservación”, dice al-Jaberi, quien no deja de recordar el pasado de Saná, cuando en los siglos VII y VIII fue un importante centro de propagación de la religión y la cultura islámica.

Un legado esplendoroso del que dan testimonio sus 103 mezquitas, las 14 casas de baños públicos y las 6.500 viviendas construidas con anterioridad al siglo XI, las famosos “casas-torre” de múltiples pisos, edificadas con tierra apisonada y que contribuyen a realzar su belleza.

(Con información de agencias)