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La lucha contra el mal continúa con la segunda película de Sicario

En TV puede verse ahora uno de los mejores filmes del año
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03 de noviembre de 2018 a las 05:04

Sicario (2015, también conocida como Sicario: Tierra de nadie) es la mejor película realizada hasta la fecha sobre el tema del narcotráfico. Por lo tanto, la segunda de la saga, Sicario: Día del soldado, tenía un desafío suplementario: estar (por lo menos) a la altura de la precedente. Ese examen lo pasa con muy buena nota. Va a figurar en mi lista de las mejores películas del año. Confirma al texano Taylor Sheridan, quien dirigió a la notable Wind River, como uno de los talentos más innovadores del cine actual. Las dos entregas de Sicario están escritas por él. Para empezar conviene decir que, dadas las circunstancias, esto es, de lo que pasa ahora mismo en el ambiguo espacio que al mismo tiempo une y separa a dos países con idiosincrasias muy diferentes, México y Estados Unidos, Sicario: Día del soldado puede verse como una de las posibles versiones de la realidad actual. Como una entrada documental en esta. Incluso más, debería ser obligatoria para quien quiera conocer una de las versiones fidedignas de la realidad fronteriza, ya no solo amenazada por el contrabando de drogas, sino también por el de seres humanos. Los cárteles, para no bajar sus ganancias, ahora trafican gente.  

El espacio fronterizo en cuestión difícilmente vaya a dejar de ser conflictivo a corto plazo. A diario triunfa ahí la lógica del todo vale, de un lado y del otro de la frontera, capital mundial de lo peor en desarrollo. Gran parte de lo que sucede en Sicario: Día del soldado parece inverosímil, pero en verdad responde a una mirada atenta a la realidad. Para quien haya sido secuestrado o torturado, o padeció el asesinato de familiares, el filme le parecerá incluso “light”. Los horrores de la realidad son siempre mayores que los de la ficción. La frontera es tierra de fábulas sangrientas y grotescas, convertida por sus propias características en pronóstico de un deterioro en fase de agravamiento.

El comienzo de Sicario: Día del soldado es notable. Entrelaza historias en diferentes partes (Somalia, Kansas City y Washington) y escenas que ocurren en sucesión de secuencias en distintos momentos temporales, con flashbacks y flashforwards, con el antes y el después del relato. A diferencia de la primera, esta no es solamente sobre la lucha contra el narcotráfico, sino que incluye también el tráfico de gente, el cual subsiste desde los orígenes mismos de dicha frontera, aunque ahora se hace de manera organizada, es decir, está controlado por el crimen organizado. 
Así pues, en el mundo sórdido, oscuro, impenetrable, de la frontera méxico-estadounidense sucede casi toda la acción de la continuación de Sicario. Pero, a diferencia de la primera, donde la frontera era el lugar que debían cruzar, aquí la frontera es “el lugar”: el intersticio, el espacio liminal, donde la vida y la muerte intercambian roles. Es precisamente este pequeño gran detalle que redimensiona la capacidad de suspenso y de horror real que impone la película, pues cualquiera con conocimiento de causa sabe que ahí pasan cosas así, aunque no todos sepan cuál es el grado de brutalidad que en reiteradas ocasiones prevalece. Según Sicario: Día del soldado, eso ya es tierra de nadie y de cada menos ley.

Sicario: Día del soldado puede verse como la segunda entrega de una serie cuya premisa de fondo está lejos de quedar agotada. Ya queremos ver la tercera. Además, a la manera de un acierto en el bingo o en el blackjack, cuenta con dos carismáticos personajes Alejandro Gillick (Benicio del Toro) y Matt Graver (Josh Brolin), cuyas características psicológicas tienen todo para continuar siendo exploradas. La trama gira alrededor de ellos, y sin ellos no sería igual de convincente. La frontera no está en manos de la ley, sino de quienes están encargados de hacerla cumplir, y entre ellos, hay gente de todo tipo. El filme seduce además por la velocidad narrativa que le impone el director italiano Stefano Sollima, quien ya había demostrado su talento como creador de secuencias a desenfrenado ritmo de superposición. Tal cual había hecho en los siete capítulos que dirigió de Gomorra (la serie tenía 12) y en la película Suburra (2015), sobre los bajos fondos del crimen organizado, en Sicario: Día del soldado Sollima demuestra ser un maestro del dinamismo, que recurre al uso de escenas sin lapsos de moderación. La narración nunca baja la velocidad. Se impone una lógica estética sublimada por el constante aceleramiento, en la cual hay poco lugar para el diálogo. Mejor dicho, los diálogos están supeditados a la acción y a los saltos precipitados en la temporalidad. A todo vértigo se pasa de una escena a la siguiente, y de esta, a la que viene después. Es un cine que no acepta interrupciones.

El estilo neo gótico de filmación que el italiano le impone al filme privilegia un ritmo desmesurado. Todo lo que ocurre, ocurre al mismo tiempo, como si el tiempo faltara y la historia debiera quedar sintetizada, aunque el metraje sea extenso. El filme es como una maratón que se corre a la velocidad de una carrera de cien metros llanos. Y puesto que la sucesión de secuencias carece de descanso, hay una intencional falta de desvíos y de innecesarias fragmentaciones, tan comunes en el cine y en las series televisivas de estos días. Al final de Sicario: Día del soldado el espectador siente que participó en esa maratón como testigo involucrado, como espectador activo, y que el tiempo se le pasó volando, sin que se diera cuenta. Ese debe ser el gran objetivo a lograr por las películas de acción, y esta lo cumple con una eficacia subrayada por la gran envoltura estética. Cada toma es una mirada lúcida y arrebatadora al folclórico mundo de una de las fronteras más folclóricas del mundo. 

El filme está hilado a partir de momentos memorables, uno tras otro, cada uno con participación central en la acción, como si la propuesta de fondo no hubiera sido construir una historia lineal, sino una superposición de instantes temporales que glorifican una inesperada intensidad física. Esta, sin embargo, y a diferencia de lo que ocurre en la mayoría del cine de acción de estos tiempos, no depende en forma exclusiva de aportes tecnológicos ajenos al meollo de la historia, sino que está elaborada tanto a partir de la inteligencia de los personajes, como de la complejidad psicológica y metafísica de los mismos. En tiempos en que la corrupción reina en todos los niveles, desde la policía hasta la iglesia pasando por las altas esferas de la política, Gillick y Graver son dos patriotas que creen en la grandeza moral que puede alcanzar el ser humano, siendo por lo tanto incorruptibles. Se transforman en “soldados de la fortuna” que no le tienen temor a nada, aunque sienten horror por el grado de corrosión moral del mundo actual. Solos contra el mundo logran triunfar, aunque sea un triunfo efímero. No sirve para mejorar al mundo, pero ayuda a que más de uno pueda salvar su vida. El hecho de que se trata de dos idealistas luchando solos contra el mal que acecha por todos lados le otorga al filme su originalidad. Es como si Batman y Robin hubieran llegado al sórdido mundo real a luchar contra quien salga al paso, pues la realidad los tiene como últimos defensores de ideales difusos, aunque todavía vigentes. Para Gillick y Graver, los miembros de Isis, los cárteles, y los ciudadanos comunes que se dedican al narcomenudeo son lo mismo, y con el enemigo no puede haber piedad.

La manufactura del filme es extraordinaria. La banda sonora a cargo de la genial cellista islandesa Hildur Guðnadóttir, y la fotografía del siempre inspirado Dariusz Wolski son antológicas. En medio del tsunami audiovisual queda resonando el escéptico y demoledor mensaje de fondo de Sicario: Día del soldado. Tal como están de mal las cosas, resulta difícil que la humanidad vaya a salvarse, aunque todavía está lejos la hora en que el ser humano acepte la derrota y deje de luchar por la salvación. (Sicario: Día del soldado está disponible en TCC vivo, NS Now, Cablevisión Flow, y OnDirectv) 

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