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La mayoría de los países de bajos ingresos está al borde de la cesación de pagos

Pese a la iniciativa lanzada por el G20 para elaborar un marco global que acelere los procesos de reestructuración, la solución no llega y el problema no para de crecer
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05 de julio de 2023 a las 05:02

La secretaria del Tesoro de los Estados Unidos, Janet Yellen; el titular del Banco Mundial (BM), Ajay Banga, y una larga lista de líderes mundiales observaron atentamente el momento en que Hakainde Hichilema, el presidente de Zambia, tomaba el micrófono. La ocasión fue durante la cumbre organizada por el presidente francés Emmanuel Macron en París para buscar soluciones a la crisis de deuda que afecta al mundo en desarrollo.

Fue un instante de respiro para Zambia, que en 2020 se había convertido en el primer país de África en dejar de pagar su deuda soberana luego de la pandemia. En la capital francesa, sus principales acreedores, incluidos China y las naciones occidentales, acordaron reestructurar bajo una iniciativa del G20 los US$ 6.300 millones de deuda externa del país.

Después de agradecer a Francia, China y Sudáfrica, que jugó un papel clave en las negociaciones, Hichilema destacó que su país necesitó más de dos años de negociaciones para acordar el plan. “Necesitamos agilizar los procesos. Básicamente estamos aumentando los costos y el daño se agrava. El problema de la deuda no hace más que crecer”, advirtió Hichilema.

En efecto: la mayoría de los países de bajos ingresos están sobre-endeudados. Ghana y Sri Lanka incumplieron el pago de sus deudas externas en 2022, dos años después de que lo hiciera Zambia. Pakistán y Egipto están al borde del incumplimiento, aunque el pasado 30 de junio, Pakistán alcanzó un acuerdo para refinanciar US$ 3.000 millones con el Fondo Monetario Internacional (FMI), un alivio potencial a corto plazo.

Los datos son contundentes. El endeudamiento global es altísimo. Pese al descenso que registró desde la pandemia, cuando superó el 100% del producto mundial, actualmente representa el 92% del Producto Bruto Interno (PBI) global.

¿Es la crisis de la deuda un contagio global? ¿Los países de bajos ingresos tienen un riesgo mucho mayor que los demás? ¿Se verían obligados a aceptar condiciones difíciles para ser rescatados?

Según los expertos, la creciente deuda de los países pobres es alarmante, pero no hay evidencia de un contagio que pueda desencadenar una crisis global. Al menos, no por ahora. Sin embargo, los economistas advierten que los países ricos deben actuar con rapidez para facilitar la reestructuración de las deudas y una recuperación económica más veloz si se quiere evitar que se repita la crisis de la deuda de la década de 1980, que afectó a decenas de países de menor desarrollo durante años.

La pandemia aplastó la actividad económica a nivel mundial, lo que provocó una severa escasez de ingresos y un aumento del gasto público de los gobiernos para proteger sus economías de los efectos adversos de la desaceleración. Como resultado, la deuda pública mundial se disparó a su nivel más alto en un año, del 84 % del PBI a fines de 2019 al 100 % un año después. Las naciones más pobres, que fueron las más afectadas, tuvieron que depender todavía más de los préstamos externos para sobrevivir.

Según los registros del FMI y el BM, alrededor del 60% de los países de bajos ingresos tienen un alto riesgo de caer en default, o están sobre-endeudados y tuvieron que comenzar (o están a punto de hacerlo) procesos de reestructuración. Un porcentaje superior al 40% de los países pobres que se registraba antes de la pandemia. La situación está agravada por la guerra en Ucrania, que disparó los precios mundiales de los productos básicos y de los alimentos.

“Ahora, con el resurgimiento de la inflación, los principales bancos centrales aumentaron las tasas de interés, lo que encarece el costo de los servicios de la deuda, y esto es un problema tanto para los países de ingresos bajos como para los de ingresos medios”, dice Ugo Panizza, profesor de Economía en la Universidad de Ginebra.

Se calcula que 52 países, que son el hogar de la mitad de la población mundial que vive en la pobreza extrema, enfrentan graves problemas de deuda. Como suele suceder en todas las crisis, el dólar se fortaleció en comparación con la mayoría de las monedas debido a que los inversores ven en la divisa estadounidense un activo seguro. Esto, a su vez, hizo todavía más costoso para los países de bajos y medianos ingresos cumplir con sus obligaciones.

“Gran parte de la liquidez para el refinanciamiento está en dólares y si su moneda se deteriora, como sucedió en el caso de Ghana, donde colapsó el cedi, la capacidad para cumplir con los pagos se ve seriamente afectada. Es un proceso enormemente perjudicial para los países de menores ingresos”, dice Judith Tyson, investigadora del Overseas Development Institute (ODI). “El escenario persistirá durante años, y eso es un problema importante”, agrega.

La moneda de Ghana perdió más del 50% de su valor entre enero y octubre de 2022, lo que provocó que la carga de los intereses de la deuda aumentara en US$ 6.000 millones. El país entró en una cesación de pagos parcial en diciembre de 2022 y ahora tiene como objetivo conseguir una quita del 50% sobre una deuda pública externa de US$ 20.000 millones, además de un crédito por US$ 3.000 millones del FMI como parte de la reestructuración.

“La década perdida”

Los shocks de los precios del petróleo de la década de 1970 provocaron períodos de fuerte inflación, lo que llevó a la economía mundial a una recesión en 1981 cuando los bancos centrales aumentaron las tasas de interés para controlar la disparada de los precios. Dieciséis países de América latina, encabezados por México, y otros 11 menos desarrollados, debieron reprogramar sus obligaciones, lo que provocó la primera crisis mundial de la deuda.

El período de la década de 1980 se conoce como la “década perdida”. Muchos de los países menos desarrollados se vieron obligados a recortar el gasto en infraestructura, salud y educación y casi todas las naciones involucradas en el proceso finalizaron esa década con niveles de ingresos inferiores. Las consecuencias del proceso se prolongaron durante años.

En 1996, eran más de 30 los países pobres que exhibían niveles de endeudamiento que se consideraban insostenibles, especialmente en el África subsahariana, lo que llevó a la creación de una medida conjunta de alivio por parte del FMI y el BM, conocida como “iniciativa para los países pobres muy endeudados”. ¿Nos dirigimos hacia una nueva crisis? ¿Hay similitudes entre la situación actual y lo sucedido en las décadas de 1980 y 1990?

“La mayoría de las crisis están precedidas por períodos de altos déficits fiscales, acumulación de obligaciones, y algunas son provocadas por las subas de las tasas de interés. Esos factores están presentes”, afirma Jeromin Zettelmeyer, director del grupo Brueguel, con sede en Bruselas. Zettelmeyer, sin embargo, señala que, a diferencia del pasado, en esta ocasión los precios de las materias primas son altos, lo que amortigua la carga de la deuda de muchos países pobres que son exportadores de commodities.

Según su lectura, por ahora, la crisis de la deuda no parece tener una escala global. En el peor de los casos, podría limitarse a los países en desarrollo. Zettelmeyer y un grupo de colegas concluyeron que las vulnerabilidades de los países de bajos ingresos son sustancialmente menos alarmantes que en la década de 1990, y que los fundamentos de los países más pobres parecen más fuertes que en los años 80 y 90.

En el caso de Sri Lanka y Zambia, según Zettelmeyer, los incumplimientos fueron el resultado de una mala gestión económica que la pandemia exacerbó. No obstante, en ambos casos, la búsqueda de soluciones a la crisis pasó del mundo de las finanzas globales al tablero de la geopolítica debido al surgimiento de un nuevo actor: China.

¿De quién es el dinero?

Tradicionalmente, los países más pobres tomaban prestado principalmente del FMI, del BM y del llamado Club de París. En el caso de los países africanos, también del Banco Africano de Desarrollo. Sin embargo, durante las últimas dos décadas, los fondos globales de inversión y China cobraron cada vez más relevancia como prestamistas.

La proporción de la deuda externa de los países de ingreso bajo y mediano con los acreedores del Club de París se redujo del 28% al 11% entre 2006 y 2020. Durante el mismo período, la proporción adeudada a China aumentó del 2% al 18%, mientras que la proporción de títulos públicos colocados bajo moneda y legislación extranjera pasó del 3% al 11%.

Hoy, China posee más de la mitad de la deuda externa de Zambia. Hay otros ejemplos. De hecho, para más de la mitad de los 73 países que forman parte de la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda del G-20, en virtud de la cual se suspendieron los pagos a los acreedores debido a la pandemia entre mayo de 2020 y diciembre de 2021, China es ahora el mayor acreedor bilateral.

Para integrar a acreedores en el proceso de alivio de la deuda multilateral, el G20 estableció un “marco común” en 2020. El objetivo era coordinar los tratamientos de la deuda de los países de bajos ingresos entre el Club de París y otros acreedores bilaterales importantes, como China y los fondos de inversión. No obstante, tres años después, ese “marco común” no demostró ser un gran éxito. Sólo Zambia, Chad, Etiopía y Ghana solicitaron su uso, convirtiéndose Zambia en el primer país en llegar a un acuerdo con el comité oficial de acreedores.

Error de diseño

Según no pocos expertos en procesos de reestructuración de deuda, el propio diseño del “marco común” limita sus posibilidades. El esquema sigue el paso a paso de los organismos multilaterales de crédito. El deudor inicia la reestructuración, al que sigue un programa de reforma apoyado por el FMI. Luego, los acreedores públicos y privados ofrecen una quita. Mientras tanto, los bancos multilaterales disfrutan del estatus de acreedores preferenciales, lo que significa que tienen prioridad sobre otros acreedores.

China reclama un cambio. Presiona para que los organismos multilaterales también concedan quitas durante el proceso de reestructuración, como lo pidió en los casos de Zambia y Sri Lanka. “El ‘marco común’ realmente no consideró cómo incluir a China completamente”, evalúa Thomas Laryea, experto en Derecho del estudio de abogados estadounidense Orrick, Herrington & Sutcliffe.

“El ‘marco común’ tenía la intención de hacerlo, pero una de las debilidades reside en que fue diseñado en torno a los procesos del antiguo Club de París y eso, creo, fue un error”, dice Laryea. Su lectura coincide con la de Zettelmeyer, quien afirmó: “Los recién llegados y, en particular, China, que ahora es el mayor prestamista, desconfían de seguir las reglas de juego de Occidente. Beijing, además, no quiere delegar en el FMI las decisiones sobre el alivio de la deuda”.

Laryea, además, critica el “marco común” por “relegar a los acreedores privados al acreedor residual”. Según el proceso actual, los prestamistas gubernamentales bilaterales negocian acuerdos con el país endeudado y se espera que los acreedores privados igualen los términos de esos acuerdos. “Es un error significativo porque los acreedores privados son para algunos países la principal fuente de financiamiento”, opina Laryea.

A menudo, los acreedores privados se niegan a igualar los términos ofrecidos por los acreedores bilaterales, lo que paraliza la reestructuración. Muchos en el sector financiero señalan que una forma de evitarlo sería involucrando a los privados en el proceso.

Por lo pronto, parece haber un reconocimiento creciente de la necesidad de un cambio. A principios de este año, el FMI, el BM y el G20 establecieron lo que se conoce como Mesa Redonda Global de Deuda Soberana (GSDR). La idea es fijar un “nuevo marco común” y acelerar las reestructuraciones, que ya enfrentan retrasos. En última instancia, dice Laryea, nadie gana si la deuda de un país crece y se torna imposible de pagar. “Si la deuda es insostenible, cuanto más rápido se reestructure, mejor para todos, incluidos los acreedores de los países ricos”, afirma.

(Con información de agencias)

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