La paradoja del progreso humano: por cada avance, el riesgo de una nueva enfermedad

Cuanto más desestabilicemos el planeta en nombre del avance, más patógenos surgirán

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04 de marzo de 2021 a las 14:51

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David Pilling

El virólogo australiano Sir Frank Macfarlane Burnet declaró en 1962 que una de las revoluciones sociales más importantes de la historia había sido la “práctica eliminación” de las enfermedades infecciosas. Burnet ganó el Premio Nobel de Medicina; él era un hombre brillante. Pero estaba equivocado.

El covid-19 es probablemente el tercer coronavirus que ha pasado de murciélagos a humanos desde 2002. El síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés) mató al menos a 774 personas después de emerger en la provincia china de Guangdong, probablemente originado en murciélagos de herradura antes de propagarse a los humanos a través del gato civeta. En 2012, el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), identificado por primera vez en Arabia Saudita, pasó a los humanos de los murciélagos a través de camellos.

Entre 1940 y 2004, surgieron no menos de 335 nuevas enfermedades infecciosas en humanos, con un 60 por ciento originados en animales en los llamados eventos de desbordamiento, según un análisis publicado en Nature. De los desbordamientos, el 72 por ciento provino de animales silvestres.

En 1962, era fácil creer que Burnet tenía razón. En el siglo XIX, factores como una mejor nutrición, las viviendas a prueba de ratas, el agua potable y los sistemas de alcantarillado habían drásticamente reducido las enfermedades infecciosas. En el momento del pronóstico de Burnet, los antibióticos y las vacunas habían producido todavía más milagros. En dos décadas, se eliminaría la viruela y la poliomielitis se erradicaría en la mayoría de las naciones avanzadas.

Burnet no había plenamente considerado lo que podríamos llamar la ‘paradoja del progreso’. Por cada avance humano, desde la velocidad de viaje hasta la intensidad de la agricultura, existen peligros ocultos.

Precisamente los mismos factores que nos permiten crear excedentes de alimentos y vacunas de ARN mensajero, o vacunas ARNm, nos exponen al riesgo de peores pandemias que la que estamos actualmente viviendo. Cuanto más desequilibren el mundo los seres humanos — a través de la deforestación, de la destrucción de la biodiversidad y del aumento de la temperatura atmosférica —, mayor amenaza representarán los patógenos para nosotros.

Consideremos la agricultura. La civilización humana, tal como la conocemos, no habría sido posible si los cazadores-recolectores no se hubieran establecido en las aldeas. Pero esas condiciones también eran ideales para que los patógenos pasaran de animales domesticados a humanos. La influenza puede haber evolucionado a partir de la gripe aviar, mientras que el sarampión proviene del virus de la peste bovina en el ganado. Actualmente, muchos de nosotros vivimos en densas megaciudades perfectas para el intercambio de conocimientos, pero también perfectas para la propagación de patógenos.

Unas mejores técnicas agrícolas les permitieron a los humanos aumentar el rendimiento de los cultivos y alimentar a una especie cada vez más incontrolada. Desafiando a Thomas Malthus, nuestras poblaciones se han disparado de 900 millones — cuando él postulaba los límites de la población humana a principios del siglo XIX — a 7.8 mil millones hoy en día. Actualmente, sólo unos pocos mamíferos, incluidos el ganado y los ratones, nos superan en número. Ese abrumador éxito de la capacidad de replicación tiene una desventaja. Desde el punto de vista del parásito, ¿qué mejor estrategia que infectar a los humanos? En palabras de Paul y Anne Ehrlich, quienes advirtieron acerca de la “explosión demográfica” hace más de 50 años, infiltrarse en el “homo sapiens” equivale a “sacarse la lotería”.

La ‘invasión’ humana es otro factor de riesgo. A medida que los asentamientos se acercan más a los bosques y a la vida silvestre dentro de ellos, es más probable que los patógenos pasen de una especie a otra. La enfermedad por virus de Marburgo (EVM) y el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), un virus que ha matado a unos 33 millones de personas, provienen de los primates. Las enfermedades zoonóticas no se limitan a los países tropicales. La expansión de las poblaciones urbanas de EEUU a los suburbios creó las condiciones en las que la enfermedad de Lyme — una enfermedad potencialmente debilitante — puede propagarse de las garrapatas a los humanos. El cambio climático está alterando el rango en el que los posibles vectores (animales que transmiten patógenos) de enfermedades pueden sobrevivir.

La velocidad también es algo que les encanta a los patógenos. La tercera pandemia de peste bubónica pudiera haberse limitado al sur de China si no hubiera alcanzado los puertos de Cantón y Hong Kong en 1894. La llegada de los barcos de vapor posibilitó transportar la enfermedad a los grandes puertos del mundo, matando a más de 10 millones de personas. Los aviones son aceleradores de patógenos. Hoy en día, una nueva enfermedad puede pasar de un animal a un ser humano en Latinoamérica, en África central o en el sudeste asiático y llegar a cualquier parte del mundo esa misma tarde.

Mucho de lo que los humanos necesitan hacer es obvio. Debemos dejar de comerciar especies exóticas, especialmente si terminan como alimento en la mesa. Debemos regular estrictamente los mercados donde se venden animales. Deberíamos dejar de criar visones y otros animales por sus pieles.

Debemos invertir en sistemas de alerta temprana para que los brotes de enfermedades en cualquier lugar puedan rápidamente detectarse y controlarse. Debemos invertir dinero en plataformas de vacunas y en la capacidad de producción de vacunas para que, si las enfermedades se propagan, puedan prontamente neutralizarse. Pero, sobre todo, debemos detener la destrucción de la naturaleza que está desencadenando fuerzas patógenas que no podemos controlar.

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