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La redistribución de la minusvalía oriental

La ganancia de las empresas privadas son la clave del empleo y del bienestar. No son un botín del estado o los gremios

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28 de agosto de 2018 a las 05:00

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Sorprende la sorpresa ante la pérdida sistemática de empleo privado. (Único empleo real) Se trata de la previsible consecuencia de que tanto la educación como el sindicalismo hayan caído en manos del trotskismo, una maniobra de pinzas sobre la productividad y sobre el bienestar. Sin importar los argumentos que use en cada caso, una de las dos estrategias de base del neomarxismo zombie es deseducar. No debe olvidarse el odio que Stalin tenía a la educación clásica, a la que culpaba de que no se advirtieran y adoptasen las bondades del comunismo, lo que lo llevó a atrocidades y genocidios que son demasiado conocidos. El gramscismo fue más paciente y eligió el camino de deseducar, que en Uruguay se está llevando a cabo con gran eficacia. El método que se usa localmente es una combinación de elementos económicos (el reclamo continuo de presupuestos crecientes e inútiles) y sociológicos (la supuesta inclusión a costa de la excelencia o de un mínimo de conocimientos al menos).
 
Además de que ese sabotaje lastima las bases de la misma democracia, ya suficientemente melladas por el sistema de gobierno en montón que algunos llaman poliarquía, sepulta las posibilidades del crecimiento laboral y personal, lo que es particularmente peligroso en un escenario de constante innovación y de aumento continuado de la población mundial y la inmigración, combinado con una globalización que implica una universalización virtual del mercado laboral.
 
Esa sería la palanca intelectual de la pinza. La segunda palanca, la lucha de barricadas, está constituida por la destrucción de las empresas privadas vía el reclamo laboral desaforado, la inflexibilidad en las relaciones laborales y la complicidad del estado vía la fijación de pautas o parámetros cada vez más arcaicos y negativos. (Ayudados por el temor reverencial de las gremiales empresarias a denunciar a los gritos los incumplimientos sobre el derecho a trabajar y de propiedad privada que establecen la Constitución y la OIT, como deberían hacer).
 
Una notable aberración compartida son los correctivos por inflación. Resultan evidentes los efectos de esa práctica sobre el estado empleador bobo, que se limita a trasladar al contribuyente cautivo todos los efectos de esa regla que luce aparentemente justa. Sin embargo, al convalidar los efectos de la emisión excesiva, producto del gasto público deficitario, recicla hasta el infinito esa inflación, en una espiral dinámica fatal, la mayor injusticia contra quienes tienen los menores ingresos. Para peor, quita toda posibilidad a las empresas de adaptarse a las realidades del mercado interno y externo.
 
El estado frenteamplista no se conforma con su propio dispendio, sino que fija iguales pautas a las discusión salarial privada, lo que no sólo tiene el mismo efecto de reciclaje inflacionario, sino que encarece los costos de la producción, lo que daña mortalmente la competitividad, la exportación y el empleo, que no tiene otro camino que caer, ya que, como todo otro bien, ajusta por precio o por volumen. Como el criterio generalizado es el odio a la empresa privada, tampoco hay ningún esfuerzo adicional para aumentar o mejorar la producción, con lo que está asegurada la quiebra del sistema privado de producción.
 
Esto se nota claramente en los sectores lecheros y aún cárnicos, que están sufriendo el embate decisivo del sindicalismo y el estatismo para encarecer sus costos sin ningún correlato de aumento de rendimiento, lo que lleva a más inflación, menos producción, menos exportación y parálisis por inviabilidad, pese a que el estado utilice su otro disfraz de subsidiador, como en el caso de Pili, o de presión, como en el caso de Conaprole.
 
A la ineficiencia estatal que se soluciona con el facilismo del endeudamiento, la emisión, y el aumento de impuestos y déficit, se une la pulverización de la ganancia de las empresas privadas, aún de las cooperativas, hasta su desaparición. Con la inflación sistémica garantizada, la rigidez laboral asfixiante y el odio hacia la actividad privada, cualquier tamaño poblacional es insostenible. Se ensayan explicaciones o excusas alegando que los vecinos, Brasil y Argentina, han devaluado sus monedas, y eso hace más difícil exportar y mantener los niveles de producción. Eso, en el mejor de los casos, explicaría el corto plazo, no la tendencia. Y los vecinos han llegado a tal situación por hacer las mismas sandeces que Uruguay, de todos modos. Pero si se aceptara esa explicación, debería entonces bajarse todos los costos internos para que la economía pudiera enfrentar esos avatares negativos, incluido salarios. Sin embargo, tanto el Pit-Cnt como el propio gobierno, creen que no solamente se puede ignorar las reglas de competitividad, sino que se deben profundizar las diferencias, ajustando masivamente los salarios en función de la inflación y más. Eso no sólo producirá más inflación, sino que eliminará cualquier ganancia o plusvalía, y correlativamente, cualquier sueño de inversión.
 
Marx sostuvo que el trabajo generaba una plusvalía de la que se beneficiaba el capital y entonces tenía derecho a una parte de esa ganancia, y a partir de esa tesis revolucionó las relaciones entre empresarios y trabajadores. El capitalismo incorporó al sindicalismo como un factor central en la formación de costos y en la productividad. Quien mejor lo hizo fue Estados Unidos, donde las discusiones salariales se hacen por sectores pequeños, o por empresas, lo que permite que exista un correlato entre productividad y remuneración y su legislación laboral es casi inexistente.
 
Pero, ¿qué ocurre cuando se extingue la plusvalía? ¿La teoría marxista es reversible y los trabajadores deben devolver ingresos y conquistas, o son sólo socios en las buenas? Marx negó el principio de Adam Smith de que el salario es un precio que surge de la oferta y demanda, y lo reemplazó por una dialéctica ético-social. Pero si de ese accionar resultase que en vez de una plusvalía se termina generando una minusvalía, la teoría se desploma. Entonces el trotskismo muestra su otro rostro. Se enfrenta a la empresa con todo su odio, la desangra hasta quebrarla, y cuando la funde llama al estado en su ayuda para que la subsidie o le transfunda sangre para seguírsela chupando. Así surgen los ajustes masivos por inflación o por lo que fuera, con efectos devastadores sobre la microeconomía, que se vuelcan fatalmente sobre la macro en un sistema de agregados.
 
Las industrias emblemáticas uruguayas están al borde de la minusvalía. Toda la economía oriental lo está. Se ha llegado a una situación donde no hay nada para redistribuir. Salvo responsabilidad y seriedad. Ni el marxismo obsoleto, ni el trotskismo sindical residual de hoy están acostumbrados a esa situación de la que han sido los principales culpables. Ni tampoco están acostumbrados a trabajar. Se demuestra una vez más su incapacidad para generar una plusvalía de la que luego podría reclamar su derecho a mamar. Entonces recurren a su socio cautivo ideológico, el estado frenteamplista, para que lo ayude con sus leyes y sus subsidios a inventar una falsa plusvalía para repartir. Desde siempre, cuando al viejo marxismo le falla la teoría, recurre a la fuerza en cualquiera de sus múltiples formatos para corregir la realidad. Eso incluye el absolutismo del estado y el desprecio por las minorías. Tiene un nombre.
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