Leonardo Carreño

La sombra del péndulo

Por qué el nuevo giro a la izquierda en América Latina esta vez no será lo mismo que la primera ola de gobiernos progresistas en la región

Tiempo de lectura: -'

09 de septiembre de 2022 a las 05:02

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

El panorama electoral en América Latina aparece últimamente dominado por lo que los politólogos llaman las “minorías intensas”. Esto es, los extremos. Existe una gran radicalización del voto, y hacia allí se dirige la oferta electoral.

Vemos como el centro político va desapareciendo en varios países, con candidatos que ni siquiera se acercan a los dos dígitos en las preferencias, como le pasó a Sergio Fajardo en las recientes elecciones de Colombia y como ahora sucede con Ciro Gomes en la campaña para las presidenciales de Brasil.

Sin embargo, en esa refriega izquierda-derecha, en esa lucha de valetodo entre las opciones más radicales del arco político, existe hoy una tendencia inequívoca: prevalece la izquierda. La derecha habla bien de macroeconomía, estabilidad y disciplina fiscal, pero no enamora. Y de ganar Lula el 2 de octubre en Brasil, completará un giro a la izquierda como no se ha visto en la región desde la primera década del siglo.

¿Cuáles son sus diferencias y similitudes con aquel fenómeno regional de hace casi 20 años?

En primer lugar, han surgido ahora dos nuevos exponentes de lo que informalmente se conoce como la “izquierda vegetariana”, en aquel momento solo representada por el gobierno uruguayo del Frente Amplio y el Chile de la Concertación, aunque también se podría incluir allí al gobierno del PT en Brasil. Los demás eran casi todos gobiernos de una línea más dura, más o menos populista, con gran acumulación de poder y una relación de confrontación permanente con los medios de comunicación. Cuando no, directamente dedicados a la persecución de opositores.

En esta nueva camada, los progresistas más modernos son los flamantes presidentes de Chile, Gabriel Boric, y de Colombia, Gustavo Petro.

Boric es el que tiene la mejor proyección internacional y la prensa más amigable. La última edición de la revista Time lo saca en portada bajo el titular de “La nueva guardia”. Es culto, moderado y, no menos importante, a sus 36 años, es un millennial. Sin embargo, enfrenta un panorama muy complicado a nivel interno, y todavía no está muy clara su capacidad de gestión.

Acaba de perder por paliza el plebiscito para cambiar la Constitución, a lo que el joven presidente chileno se había jugado casi todo el patrimonio político. Los convencionales volvieron a caer en el maximalismo de la vieja izquierda chilena (anterior a la Concertación) y el “Rechazo” a la nueva carta magna arrasó en las urnas. Boric quedó tocado.

Ahora tiene algunas opciones, entre ellas, como pretende, convocar a una nueva convención para redactar otro texto constitucional, uno más; lo ya parece estirar un poco en chicle. Pero sin duda ha perdido poder y se ha degastado mucho en el proceso. Y en los últimos días, ha tenido que hacer una operación de cirugía mayor en su gabinete, sacrificando a su círculo íntimo y abriendo el juego al centroizquierda de la ex Concertación.

Petro, por su parte, va a enfrentar enormes dificultades a la hora de implementar algunas de sus políticas más dilectas: a saber, la transformación del modelo extractivo por uno productivo amigable con el medio ambiente y el fin de la guerra contra las drogas.

De hecho ya las está enfrentado. Sobre todo porque para lograr lo segundo tendría que hacer una despenalización importante de la producción, principalmente de marihuana y cocaína, que, al menos a primera vista, no parece factible. Estados Unidos nunca lo permitiría. Una de las cosas que más le cuesta al establishment político, militar e industrial de Washington es acabar con sus guerras, sea la guerra contra el terrorismo, las guerras de “cambio de régimen”, como las de Irak y Afganistán, o la propia guerra contra las drogas, en la que ya lleva 50 años, 1 billón de dólares gastados (1 trillón en inglés) y en la que Colombia ha sido su principal bastión y teatro de operaciones. Son muchos los intereses, el dinero y los presupuestos que están en juego, y se avizora cuando menos difícil que el nuevo mandatario colombiano pueda cortar de tajo ese nudo gordiano para liberar a su país de lo que tantas vidas le ha costado.

Ojalá yo esté equivocado, y el final de la fracasada guerra contra las drogas pueda ser un día realidad en Colombia. Nada me gustaría más. Pero mucho me temo que estamos lejos de eso.

Todo lo cual me lleva a una reflexión: aun si gana Lula el mes que viene en Brasil, el nuevo giro a la izquierda de la región será mucho menos pronunciado y considerablemente más moderado que el anterior.

Yamandú Orsi ha anunciado que planea una gira con Mujica por varios países de América Latina para “articular el nuevo ciclo progresista”. Mujica tiene aun mucho prestigio, no solo entre la izquierda latinoamericana, sino en el exterior en general. Y también es muy probable que estos nuevos gobiernos progresistas de la región logren imponer una agenda un poco menos apegada a la línea de Estados Unidos. Es posible que refloten la Unsaur y logren una mayor equidistancia entre Washington y Beijing.

Pero aun así, ya no va a ser lo mismo que en las décadas de 2000 y 2010. Sospecho que ni cerca van a estar del poder que un día amasaron y la aprobación de la que gozaron. Lula ya no es el mismo Lula. El regreso del kirchnerismo al gobierno en Argentina ha sido un rotundo fracaso. Y luego, el recuerdo de la corrupción de los gobiernos de izquierda en países como Brasil y Argentina los ha dejado muy desacreditados como para imponer una agenda tan diferenciada a nivel regional.

Pero por encima de todo, ya no estará la dupla Hugo Chávez-Néstor Kirchner que cerraban el tridente con el estrellato internacional de Lula y la batuta de Fidel Castro desde La Habana. Chávez tenía la petrobilletera para comprar voluntades, Castro el know-how geopolítico para trancar la influencia de Estados Unidos, Lula el prestigio internacional y la gran potencia regional detrás y Kirchner la ambición y el coraje. Con eso durante años le cerraron el paso a Washington en toda la región, donde la superpotencia perdió un terreno colosal que aún tiene problemas para recuperar.

Esa izquierda ya no volverá.

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.