Llegar a los 30: historia de una (primera) crisis existencial y cómo se hace para sobrellevarla

La llegada de las tres décadas trae aparejadas varias preguntas en torno al lugar que ocupamos en nuestra vida, las expectativas que depositamos en ella y lo que nos hubiese gustado lograr

Tiempo de lectura: -'

25 de noviembre de 2023 a las 05:01

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

Es raro cumplir 30. Tiene un gusto, un peso particular. Porque los 20 pasaron como el resto de los años, los 40 todavía están lejos, de los 10 ni me acuerdo. Pero ahora es diferente. La sensación es otra.

Antes de seguir, una advertencia: deberán disculpar la primera persona en las líneas que siguen. Y las anteriores. Es un atrevimiento necesario, no puedo escribir de esto sin escribir de mí, de lo que me pasa. No será un texto confesional porque supongo que eso a nadie le interesa, por ende me voy a correr cuando haya que hacerlo, pero por ahora acá estoy. A punto de cumplir 30. Y confío en que mi experiencia puede ser generalizable, extrapolarse teniendo en cuenta las coordenadas socioeconómicas. Y además tengo el aval de mis editores, así que las quejas van remitidas a ellos. En fin: nunca me importó demasiado mi cumpleaños, pero de repente se aparece este muro delante, esta valla que tengo que superar, que marca buena parte de mis pensamientos por estos meses. Voy para tres décadas en este planeta, sea lo que sea que eso signifique.

30 años no es nada y es un montón.

Me dicen que la llamada crisis de los 40 es peor. Puede ser. Me dicen que esta década que viene es la mejor. Se dicen un montón de cosas de los 30. Habrá que ver. Hay muchas personas que escriben sobre ella, estando inmersas en ella. ¿Es la década que más se retroalimenta de la nostalgia propia? Es la década de la gran transición. La década de la gran consolidación. 

Escucho canciones y pienso en los 30. Y en lo que queda detrás de ellos.

Canta Sharon Van Etten en Seventeen: I used to be free, I used to be seventeen

Canta Stevie Nicks en Landslide: But time makes you bolder, children get older, I'm getting older too

Canta Bo Burnham en 30: And now my stupid friends are having stupid children

Por el momento no tengo muy claro cómo hay que sentirse. O bien, cómo se puede definir este momento. Creo que no me equivoco al hablar de “crisis”. Esa palabra aparece con frecuencia en torno al cambio de década —a los cambios, en plural—, y con frecuencia arrastra un mar de fondo negativo. Entiendo que esta crisis oscila entre lo bueno y lo malo, entre lo deseable y esa idea de cómo puedo hacer para ponerle freno a esta vida que no para y va cada vez más rápido.

Imagino que esto puede leerse desde las generaciones que me preceden con cierta suficiencia. Imagino cejas levantadas y gestos de “esperá a cumplir 50”. Puede ser, pero cada cambio de década trae sus propias ansiedades, sus propias presiones y mandatos, y es probable que todos hayamos pasado por eso. Sé que en este caso se cruzan las siguientes sensaciones, que hasta ahora eran inéditas: la idea de una adultez casi definitiva e irreversible, la conciencia cabal del paso del tiempo, la constancia de que el mundo que nos vio nacer de a poco se empieza a morir frente a nosotros, la idea de que el éxito debe ser o empezar ahora o no será, la idea de que es cierto que la vida es mucho más corta y fugaz de lo que percibimos en aquellos veranos estirados que ya no existen, que todo se acelera y que todo se va. Expreso. Que vamos hacia adelante. Solo hacia adelante. Que mirar hacia atrás y pensar en “mi época” es el reservorio para una noción de felicidad que, tal vez, haya quedado encerrada en algo que ya no va a volver. 

Y hay que encontrar la forma de dejar eso atrás, pero teniéndolo presente.

Sobre esto, algo que dice el autor argentino Mauro Libertella en su fantástico libro Un futuro anterior:

«Tu época es el momento de la vida en el que salís a la calle de noche y todos tienen tu edad. Es el momento en el que recibís invitaciones a fiestas en departamentos y casas, en bares y clubes abandonados, y las ofertas son tantas que vas a dos o tres fiestas en una misma noche y volvés de día y dormís hasta la tarde. Tu época es el punto exacto en el que la generación siguiente todavía no gravita sobre la ciudad, sobre la cultura —son todavía niños— y la anterior no te importa, no te dice nada —son viejos—. Es un reino demasiado breve: seis o siete años donde se acumulan muchas de las experiencias que luego vas a recordar con dosis iguales de hastío y melancolía. Si lográs explotar tu época con inteligencia, con un mínimo grado de frenesí, con un cierto sentido de la entrega, luego será el paraíso perdido que siempre vas a poder evocar.»

Es probable que cumplir 30 sea el punto de quiebre que desencadena la primera de las crisis de ese tipo. Las que te hacen dar vueltas en torno a la pregunta de lo que sos, lo que estás siendo, lo que estás logrando. Qué lugar ocupás vos acá, en la existencia. Es una época en que la idea de dejar una suerte de legado empieza a pulsar. De a poco, pero aparece. Porque la muerte empieza a ser también mucho más real que antes.

Se mueren los abuelos que nos quedaban. Se mueren conocidos. Se mueren los ídolos. Se pueden morir nuestros padres, que era algo que antes ni siquiera podíamos llegar a dimensionar. O los vemos envejecer y pensamos irremediablemente en que eso sucederá.

A los 20 nadie se preocupa demasiado de lo anterior; de hecho, queremos cumplirlos de una vez para empezar a ser tenidos en cuenta y con seriedad por el mundo adulto, y diez años después eso es distinto. La vida empieza a asentarse. Los amigos se casan. Algunos —cada vez menos a esta altura de la vida— tienen hijos. Ya lo dice Bo Burnham en esa canción humorística titulada 30, presente en su especial de Netflix Inside, y que cité antes: Mis estúpidos amigos están teniendo estúpidos hijos

Burnham se queja de cumplir 30 y se burla de ello, pero entre el humor tonto y el corrosivo se le escapan algunas verdades. Hay una estrofa, por ejemplo, que pinta un poco el lugar en el que estamos los treintañeros occidentales de clase media alta en esta época del siglo XXI: Cuando tenía 27 años, mi abuelo peleó en Vietnam; Cuando yo tenía 27 años, construí una pajarera con mi mamá.

Bo Burnham en Inside

Mis padres no pelearon en ninguna guerra porque esto es Uruguay, pero las diferencias de las expectativas vitales entre su generación y la mía son casi tan abismales —o eso parecen—, y en el fondo es como si estuviéramos separados por una. Miembros ascendentes de la clase media uruguaya de la década de 1990, a los 30 ellos estaban casados, con varios hijos, con casa propia y dos vidas laborales que no vislumbraban cambios bruscos y sí mucha estabilidad.

De este lado, los treintañeros de hoy se enfrentan a cosas bastante distintas. Para empezar, la noción de tener un solo trabajo durante toda la vida casi que la enterramos. La movilidad laboral nos es deseable para mantener determinadas satisfacciones en alza, y una intención de búsqueda, propia de una generación que todavía está más pegada a los millennials que a los centennials, se prolonga en el tiempo como una característica inherente a lo que somos. Por otro lado, puede llegar a pasar que la llegada de los 30 se combine con una crisis vocacional que acarrea frustraciones laborales, y eso da paso a una suerte de punto de quiebre. ¿En este momento de la vida se puede dar un volantazo?

Para el psicólogo Diego Onega, la llegada de los 30 es un momento en que es inevitable pensar en hacerlo.

“Nuestra sociedad es muy compleja, más compleja que la de nuestros padres, y por supuesto que las anteriores. Es una sociedad que plantea oportunidades, pero también desafíos y la posibilidad de frustrarse más. Esta sociedad te deja más librado a que tomes más decisiones por tu propia cuenta, y al cruzar la década de los 20 y llegar a los 30 supone que deberías haber alcanzado algunas cosas. Eso depende de cada uno, pero si esa persona no las alcanzó, o las alcanzó y eso no colmó las expectativas, se va a producir algún tipo de crisis o pregunta”, dice a El Observador.

Renate Reinsve y Anders Danielsen Lie en La peor persona del mundo

“La generación de nuestros abuelos no se cuestionaba la posibilidad de divorciarse, por lo general. En la vida era ‘hasta que la muerte los separe’ en cuanto al matrimonio, y en el trabajo casi que también, porque en ese trabajo seguramente se iban a jubilar. Ya esta generación de treintañeros y la anterior, esos dos aspectos de la vida, dos aspectos muy importantes, quedaron librados a un montón de factores. Puede ser que vivas toda la vida con una pareja, pero no es seguro. Puede ser que entres a trabajar en un lugar y te jubiles ahí, pero eso no es seguro. A veces eso ni siquiera llega a ser una aspiración. Eso te da una gran cantidad de oportunidades que antes no existían, pero no necesariamente esas oportunidades las vas a lograr. Y ahí aparece la frustración y el malestar”.

Lo que dice Onega se relaciona, además, con que, y de nuevo dentro de un espectro socioeconómico medio alto, la idea de los hijos se estira y patea para adelante. Pesan más la formación, la realización propia, y si eso es posible, luego sí entra la reproducción, la idea de familia, ya transitando el meridiano de la década. Y observamos con sorpresa a quienes deciden hacerlo —o no tienen más remedio—, antes de poner un 3 en la cifra de su edad.

Onega observa que, entre las consultas, la pregunta por la maternidad es una de las más frecuentes en las mujeres de esa edad.

“Cruzado los 30 empieza a aparecer en las mujeres de si quieren llegar a ser madres o no, y en caso de que sea favorable la respuesta, si llegarán a hacerlo o no. La pregunta también es si es que realmente lo desean o es producto de una presión social y cultural”, explica.

Las expectativas de otras épocas, entonces, hoy no pueden ser replicadas por nosotros, cambiaron, y pueden llegar a generar frustraciones. De hecho, podemos decir que si no somos una generación frustrada, pegamos en el palo. O somos, por ponerlo en términos más amables, una generación que no se conforma con nada y que navega entre la imposibilidad de afrontar la independencia sin entregar un hígado cada vez que toca pagar el alquiler y poder saltar de trabajo en trabajo, de relación en relación, y no pensar demasiado en estructuras más anquilosadas. 

Hasta que toca hacerlo.

Mal de las ciudades

Pienso en esta inconformidad general. La siento con frecuencia, a veces no, pero sí más de lo que me gustaría. Pienso en cómo se ha reflejado en algunas de las películas y series de los últimos años.

La peor persona del mundo, por ejemplo, del noruego Joachim Trier, encantadora, dolorosa y que pega directo en quienes estamos por llegar a esta edad. 

Frances Ha, de Noah Baumbach y con la presencia magnética de Greta Gerwig en esa Nueva York blanquinegra y con una aguda crisis de la vivienda.

El torrente emocional de Fleabag y su derrotero inconformista y ácido por la treintena londinense. Pienso también en Girls, Arturo a los 30, Si tuviera 30, Friends. Hay muchos ejemplos. La treintena es un tema para la música, el cine, las series, los libros.

En una nota de La Nación, Mario Molina, presidente de la Federación de Psicólogos de la República Argentina dice algo interesante: ancla todos estos pensamientos en torno a los 30 a un fenómeno propio de las grandes ciudades occidentales. 

Phoebe Waller-Bridge en Fleabag

"Hay algo mítico que hace que al llegar a cada década ocurra un replanteo de lo logrado o lo no logrado. Es un fenómeno que viene desde los noventa. Un cambio global, es un mal de época de las grandes ciudades, donde la exigencia o la vida cultural exige mucho más. La década de los 30 es la mitad de la vida, con lo cual puede apremiar el deseo de logros, sea una familia, la casa propia, un auto o cierto trabajo", dice él, y evoca parte de lo que mencionaba Onega antes.

En esa misma nota otra psicóloga, Beatriz Zelcer, argumenta que, antes que “crisis”, prefiere el término “replanteamiento existencial”. Parece ser más indicado. Más empático también.

Y ahora me cruzo con otra cuestión, esta vez de corte astrológica: que los 30 es una etapa extraña de replanteamientos existenciales —y la aclaración va de nuevo porque no está mal tenerla presente: para aquellos treintañeros de clase media, media alta y alta que tienen sus necesidades básicas satisfechas— por culpa de un planeta. Porque los 30 es el momento posterior al que, aparentemente, coincidimos con “el retorno de Saturno”, y esto es: cuando este cuerpo celeste está por primera vez en el mismo lugar que cuando nacimos.

“En el retorno de Saturno dejamos nuestra faceta de niños. Por eso, se vive como una crisis”, explica en una nota sobre el tema en Clarín la astróloga Lucía Gaitán. “No nos sentimos tan a gusto con la pareja, los amigos de toda la vida o hasta con la profesión, ahí es clave duelar la versión vieja de nosotros”.

Así, entre el imperativo de la felicidad y satisfacción que nos domina de forma sutil y en ocasiones cruel, y los movimientos astrales, sumado a nuestros vaivenes emocionales y de expectativas, cumplir 30 parece ser un parteaguas inamovible.

Lo es.

Tal vez no haya que decidir nada ahora, dejar que el río siga su curso y esperar que los zapallos se acomoden solos. Hay muchas preguntas, casi ninguna respuesta clara, y los treintañeros que surcamos la ola de la crisis, el replanteamiento existencial o como se quiera denominar lo que nos sucede, tenemos una sola certeza: que a los 40 nos va a volver a pasar. Así que mejor vayamos a vivir.

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.