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Lo peor no pasó: la crisis argentina se muestra más persistente de lo esperado

Para sorpresa del gobierno y del propio FMI, los indicadores muestran una tendencia a empeorar. El consumo se desploma mientras Macri busca la forma de frenar la caída industrial

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10 de junio de 2019 a las 05:00

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Mientras Argentina entra en la fase definitoria de las candidaturas y se prepara para la etapa más caliente de la campaña electoral, el gobierno de Mauricio Macri no deja de recibir malas noticias de la economía, que está más fría que nunca.

Lo cual pone en duda el argumento central que el macrismo quiere instalar para pedir el voto del electorado: es decir, que “lo peor ya pasó”.

Lo cierto es que, aun cuando parecía que las cosas no podían empeorar y que -aunque más no fuera por un efecto estadístico- se tendría que llegar a un piso en la caída de los indicadores, otra vez la realidad demostró que siempre hay margen para más complicaciones.

Los números son de una contundencia que exime de comentarios.

  • La industria, con su caída de 8,8% en abril acumula ya 12 meses ininterrumpidos de retracción.
  • La construcción, que era uno de los sectores a los que el gobierno le ponía fichas para que liderara la reactivación, tiene una caída de 7,5% interanual.
  • La fabricación de autos se desplomó un 35% con respecto a mayo del año pasado, por el efecto combinado de retracción del mercado doméstico y exportaciones a Brasil más flojas de lo esperado.
  • El consumo de gas por parte de las industrias textiles cayó a niveles del año 1996.
  • Pero el costado más dramático de la crisis tal vez sea el del consumo de alimentos. El consumo de carne vacuna cayó a 48,3 kilos por persona, un registro peor que el mínimo que se había registrado en 2010.
  • Otros rubros de alimentos con caídas, según la última medición del Indec: postres, flanes y yogures (-17,2%), leches fluidas y chocolatadas (-14,9%), leches en polvo (-14,0%), quesos (-7,8%).
  • Y en cuanto a producción de alimentos, el sector más afectado fue el de gasesosas, cervezas, sodas y jugos para diluir, que se desplomaron un 16,7% anual.
Duro de bajar

A esta altura del año, ya con la mayoría de los gremios con sus negociaciones salariales cerradas –es decir, con el poder adquisitivo parcialmente recuperado- el equipo económico del gobierno preveía que se notaría un repunte en el consumo masivo y que eso impulsaría la actividad, al tiempo que mejoraría el humor social.

Pero no es lo que se está constatando. Las compras siguen retraídas en un contexto de inflación que no quiere bajar del piso de 3% mensual, lo cual ha llevado al gobierno a reflotar algunas viejas medidas del kirchnerismo que en su momento había denostado.

Por caso, mediante un sistema de subsidios, relanzó el programa “Ahora 12”, promocionada como de “tasa de interés cero” para tratar de levantar las ventas. Hasta ahora, con la política de elevadas tasas, la retracción en la disposición a tomar crédito es bien notoria, tanto en familias como en pequeñas empresas.

Y es en este contexto en que se instala el debate sobre si la recesión tiene piso o si lo peor todavía está por venir. El año pasado, apenas se logró estabilizar la corrida cambiaria, el gobierno planteó que la crisis tendría una forma de “V”, es decir que a una caída abrupta le sobrevendría una recuperación fuerte de la actividad.

Era un punto de vista relativamente optimista, que contrastaba con la opinión de la mayoría del gremio de los economistas. Entre ellos predominaba la visión de una “L”, es decir que tras una baja pronunciada de la actividad, seguiría una fase prolongada de estancamiento.

Y, a juzgar por los números, hasta ahora incluso ese pronóstico es visto como iluso. Las últimas encuestas entre bancos y consultoras dejan ver que los economistas están revisando a la baja sus proyecciones. Ahora, el consenso indica una caída de por lo menos 1,5% del PIB para el año 2019, luego de la caída de 2,5% del año pasado.

Uno de los argumentos más punzantes de la oposición en la campaña electoral es que la recesión es auto-inducida, porque con la obsesión de mantener controlado al dólar en la previa a los comicios, el gobierno mantiene un duro apretón monetario, con tasas de interés que se ubican en torno del 70% y hacen inviable el crédito productivo.

La restricción monetaria se enmarca en el compromiso de “crecimiento cero” de la emisión de dinero, como parte del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para bajar la inflación.

Pero aun así, las perspectivas no son muy alentadoras, como reconoció, en una inusual autocrítica, la directora del organismo, Christine Lagarde.

En declaraciones realizadas durante la cumbre de ministros de finanzas del G20 en Japón, madame Lagarde calificó la actualidad argentina como “una situación económica increíblemente complicada que creo que muchos jugadores, incluidos nosotros mismos, subestimamos un poco cuando empezamos a tratar de armar con las autoridades argentinas un programa para abordar lo que había sido crítico con la economía, que era la posición fiscal, la posición de cuenta corriente”.

Y agregó que le sorprendía lo “resiliente” que se mostraba la inflación. “Ahora está empezando a declinar, pero está demorando más de lo que anticipamos”, dijo la funcionaria que firmó los cheques por 58 mil millones de dólares para el acuerdo “stand by” con el gobierno de Macri.

Lo cierto es que la inflación anual sigue ubicada por encima del 50% anual y los pronósticos más optimistas creen que podría terminar el año en 40%.

¿Ahora viene lo peor?

Una de las cosas más inquietantes de estos días es que se están empezando a escuchar pronósticos en el sentido de que todavía no se vio lo peor. Porque en este momento se está viviendo la influencia positiva de uno de los pocos sectores que tuvieron un buen año: la cosecha agrícola.

Con una producción récord por las buenas condiciones climáticas, y además con buenos precios como consecuencia de que en otros grandes productores, como Estados Unidos y Brasil, hubo problemas, el campo está dando un alivio en forma de flujos de divisas.

Eso ha mantenido relativamente estable al mercado cambiario, a pesar de la clásica dolarización de carteras que se produce en cada campaña electoral en Argentina.

Pero hay quienes creen que ese efecto anestésico de las exportaciones agrícolas durará poco. Por ejemplo, Fausto Spotorno, director del Estudio Ferreres, sostiene que para cuando se produzcan las PASO –las elecciones primarias de agosto- el “efecto campo” ya se habrá desvanecido por completo.

“La única forma de que se sostenga cierta recuperación en el tercer trimestre como para llegar con cierta calma a las elecciones es que la inflación baje lo suficiente como para que los salarios comiencen a ganarle. Pero este camino está lleno de obstáculos”, argumenta.

Y el obstáculo principal, coinciden los economistas, es el derrumbe en la demanda de dinero. Todos se horrorizan con las estratosféricas tasas de interés, pero al mismo tiempo comparten la visión de que en un país como Argentina, una baja de las tasas no tendría gran efecto reactivador sino que más bien estimularía una corrida de los depósitos bancarios hacia el dólar.

Es difícil transmitir optimismo en este contexto, en el que aun a pesar de contar con el masivo apoyo del FMI y las potencias del mundo, el índice de riesgo país se dispara cerca de los 1.000 puntos, una señal clara de que el mundo duda sobre la sostenibilidad del actual camino.

Mientras entre los profesionales de las finanzas ya se habla sin tapujos de un posible default, el presidente Macri intenta transmitir un mensaje de que se va por la senda correcta y que empiezan a aparecer señales de recuperación.

En las últimas semanas, el gobierno tuvo algo de respiro gracias a una seguidilla de inauguraciones de grandes obras públicas, convenientemente programadas para que coincidieran con el calendario electoral.

“Hoy, más que nunca, digo que el camino es este, el de hacer las cosas bien. Siempre para adelante y nuca más hacia atrás”, dijo Macri en la reapertura de la Fábrica Argentina de Aviones, a la que calificó como “la síntesis perfecta de lo que está pasando en todo el país”, porque fue puesta a nuevo después de la decadencia de 10 años en los que “había pasado de ser una fábrica modelo a ser un depósito de chatarra”.

En cada reunión empresarial, los popes de la industria lo aplauden tibiamente y le transmiten su deseo de que sea reelecto, pero por lo bajo las críticas son demoledoras. Todos los días hay noticias de grandes empresas que entran en crisis financiera o que deben paralizar su producción.

El último caso que causó conmoción fue el de la planta automotriz de General Motors, que dio licencia a su personal y anunció un parate de un mes. De inmediato en el ámbito político se recordó el caso de la recesión de 2009, cuando la entonces presidente Cristina Kirchner le otorgó a GM  un crédito estatal de US$ 70 millones a tasa subsidiada, con dinero del sistema jubilatorio. La finalidad era evitar que la empresa pudiera financiar un proyecto de un nuevo modelo y evitar que hiciera despidos masivos.

El contraste deja mal parado al gobierno de Macri, que se siente en la obligación de actuar. Y eso llevó al gobierno a adoptar medidas de innegable “ADN peronista” de las que siempre renegó pero que ahora se ve obligado a considerar. Por ejemplo, para ayudar a la alicaída industria automotriz, lanzó un plan de descuentos de hasta 90 mil pesos argentinos (unos 65 pesos uruguayos) para comprar un cero kilómetro.

En total, implica un subsidio por unos US$ 22 millones, lo cual levantó una controversia  sobre si no había otros destinos mejores para canalizar los escasos recursos fiscales.

El debate viene aderezado con contundentes datos sobre el deterioro social. En el último reporte de la Universidad Católica sobre pobreza, se da cuenta de que entre los menores de edad, el índice de pobreza alcanza al 51,7%, el registro más alto en una década.

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