JIM WATSON / AFP

Lo que nos dicen los nombramientos de Joe Biden

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27 de noviembre de 2020 a las 05:04

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Por los funcionarios que, según había transcendido, integraban el equipo de transición de Joe Biden para el Consejo de Seguridad Nacional, el Departamento de Estado, el Pentágono y las agencias de inteligencia, se podía adivinar más o menos cuál sería la línea de su política exterior: regreso al cambio de régimen y las intervenciones en Medio Oriente, restauración de la agenda sobre el cambio climático y reforzamiento de la Alianza Atlántica menguada por el gobierno de Donald Trump; retorno a la lógica de guerra fría con el Kremlin y mayor presencia de la OTAN en Europa del Este y en toda el área de influencia rusa, y restablecimiento del diálogo con China y vuelta al pacto no escrito de no agresión con el gigante asiático.

Casi todos los integrantes de esos equipos de transición —en total, cerca de un centenar de exfuncionarios de las administraciones Clinton y Obama con puerta giratoria hacia think tanks neoconservadores— son lo que en Washington se conoce como “halcones de política exterior”: neoconservadores, partidarios de las políticas del cambio de régimen y de una política exterior intervencionista dictada por las élites del Beltway, dura hacia la autocracia rusa y blanda con el régimen de Beijing.

Pero ahora ha quedado aun más claro con la formalización de esos equipos y el nombramiento de Tony Blinken al frente del Departamento de Estado, Avril Haines como directora de Inteligencia Nacional y Jake Sullivan como consejero de Seguridad Nacional. Y aunque el martes no formó parte del anuncio del presidente electo, se espera que al Pentágono vaya Michele Flournoy.

Jake Sulivan trabajó para Biden cuando este era vicepresidente y fue el principal asesor de Hillary Clinton cuando se desempeñaba como secretaria de Estado, y Estados Unidos se embarcó en intervenciones en Libia, Siria y redobló su presencia en Afganistán. Firme defensor de la política del cambio de régimen en Oriente Medio y Norte de África, uno de los primeros tuits que Sullivan envió tras su nombramiento del martes fue para expresar su “preocupación” por el conflicto en Etiopía y la necesidad de “abrir allí un canal humanitario”, que suele ser un eufemismo para algún tipo de intervención.

Sin embargo, cuando la conversación gira en el sentido de las coordenadas de Beijing, su dureza parece ablandarse como lo hace de abajo hacia arriba la musculatura de un ciclista. “Debemos alentar el ascenso de China” en lugar de combatirlo, esgrimió Sullivan en una conferencia para el Lowy Institute en 2017.

En cuanto a Haines, fue subdirectora de la CIA durante la administración Obama y contribuyó a desarrollar el programa de ataques con drones teledirigidos, ampliamente utilizados en varios países de Medio Oriente en esos años.

Blinken y Flournoy son dos veteranos halcones con estrechos vínculos con el complejo militar-industrial que han ocupado cargos en el Pentágono y en la Casa Blanca desde el gobierno de Bill Clinton hasta el de Obama. Como consejero de Seguridad Nacional para el entonces vicepresidente Biden, Blinken contribuyó en el diseño de las políticas hacia Siria y Afganistán y luego apoyó la intervención de Arabia Saudita en Yemen. Durante esos años, a menudo se lo veía en los sets de televisión de los programas políticos, yendo a defender aquellas polémicas guerras. El pasado 19 de noviembre, al igual que Sullivan, expresó en su cuenta de Twitter “honda preocupación” por el conflicto que vive Etiopía y el riesgo que entraña para la paz y seguridad regionales.

Flournoy es socia de Blinken y han trabajado juntos desde los años noventa. Durante el gobierno de Trump, ambos fundaron la consultora WestExec Advisors, que asesora a grandes corporaciones del sector militar-industrial. Y al igual que Blinken, siempre ha sido firme defensora en numerosos foros de Washington de lo que los críticos han dado en llamar “la guerra permanente”, intervenciones de baja intensidad con operaciones de fuerzas especiales, agentes de inteligencia y diversos aliados locales, como fue el caso de Siria desde 2011 hasta 2017.

Así pues, parece bastante claro que lo que se viene es un ablande con China y un endurecimiento en Medio Oriente y el Norte de África. Es probable que veamos una intervención en Etiopía, un regreso al conflicto en Siria y un mayor apuntalamiento de Ucrania, Georgia y otros vecinos de Rusia, con una OTAN más agresiva hacia el Kremlin.

Lo que es una verdadera incógnita es cómo será la relación del gobierno Biden con los “dictadores favoritos” de Trump: el carnicero saudí Mahamed Bin Salman; su mentor en la política internacional, el jeque que gobierna de facto los Emiratos Árabes, Mohamed Bin Zayed, y el dictador egipcio Abdel Fattah el Sisi; sobre todo este último, que no goza del favor de algunos en el equipo de Biden. En particular, de quien será nada menos que el secretario de Estado.

La otra gran incógnita se desprende del hecho de que la “guerra comercial” de Trump con China era también una guerra tecnológica, por el control de la megadata y la soberanía de la información. ¿Qué va a pasar con Huawei y la guerra por el 5G, en la que Trump había alineado tras de sí a varios países poderosos? Ambas interrogantes las intentaremos contestar en una próxima entrega.

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