Diego Battiste

Los tres “año nuevo” que tiene el Uruguay

Hay una percepción equivocada sobre el clima crispado entre los partidos, porque no se contempla la estacionalidad del ciclo político

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06 de marzo de 2021 a las 05:04

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El Uruguay tiene tres marcas de “año nuevo” en la práctica ciudadana:

-el clásico de enero que está en medio de los brindis de despedidas con deseos de buenos augurios;

-el típico de marzo que se visualiza con anuncios de gobierno y críticas de la oposición, y

-el tradicional del lunes siguiente al feriado largo de Turismo, que opera como alarma de reloj, para avisar que hay que ponerse a hacer las cosas.

La vida política vive eso con un estado de ánimo propio de cada fecha, de cada “inicio de año”.

El comienzo del “año calendario” se da con cierta concordia, con acercamiento de partes, porque “las fiestas” exigen un clima de convivencia que potencia los afectos y olvida por un rato los antagonismos.

El inicio del “año político” (que coincide con el año escolar y viene después del carnaval) se da con tensión entre las partes, con la guardia en alto, con la intención de poner de manifiesto las diferencias y de amplificar las mismas, como para que se noten claramente. Aflora la necesidad de advertir: “ojo no confundan que no somos la misma cosa”.

El inicio del “año laboral”, por nombrarlo de algún modo, genera un sentimiento de que “hay que hacer lo que hay que hacer”; algo así como “uruguayos: a las cosas”.

Esta semana estamos justo en el “año nuevo” político, que despierta el instinto de confrontación partidaria y que puede confundir sobre el verdadero estado de relacionamiento político y debate público.

En los gobiernos del Frente Amplio, y también en los anteriores, pasaba más o menos lo mismo que ahora que gobierna una coalición liderada por el Partido Nacional: el presidente y su equipo destacan lo hecho el año anterior y anuncian lo que se proponen concretar este año. Y cuando repasan el listado, no se conforman con seleccionar lo más trascendente, sino que se empeñan en mostrar mucho, en enumerar cosas grandes, medianas y chicas: es la necesidad de que se reconozca todo (aunque el riesgo es que no se distinga lo efectivamente relevante).

Y luego de esos discursos o presentación escrita del presidente al Parlamento, la oposición critica: dice que se hizo poco, que se hizo mal, que queda mucho para hacer, que debería hacerse de otra manera.

Esa es la lógica de la democracia, donde no hay unanimidades, sino siempre “otra manera” de hacer las cosas.

El gobierno hace y defiende lo que hace; la oposición critica y dice cómo debería hacerse, y en ese ida y vuelta alguno levanta la voz y pone pimienta en el contenido.

No implica eso una confrontación más pesada, una relación más tensa, como tampoco significa que se pueda entrar en un ámbito en el que se comparta el gobierno. En 2019, los uruguayos votaron un presidente y un parlamento con una composición partidaria.  A los blancos y sus socios los puso en el lugar de hacer, y a los frenteamplistas en el lugar de criticar y ofrecer alternativa.

El Frente Amplio reprocha a Lacalle Pou porque no le da participación, porque no acepta sus propuestas, mientras que el presidente responde que mantiene diálogo permanente con la oposición y que escucha a todos. Ni tanto, ni tan poco.

La participación de la oposición no es un co-gobierno; puede reclamar ese rol si le interesa, pero no puede enfadarse por que no se lo otorguen, porque las urnas pone a cada uno en su lugar. El presidente elige interlocutores y no da un diálogo abierto o formal al FA; hace su juego. Pero es cierto que este gobierno es más abierto hacia la oposición que los anteriores.

Po lo tanto cada uno expresa su indignación, unos dicen que los ignoran y el presidente dice que los recibe siempre, lo que en código político es una sobreactuación. Es cierto que este período está marcado por la emergencia sanitaria y eso podría generar una relación diferente a la habitual.

El 1º de marzo de 1947, el presidente colorado Tomás Berreta decía en su discurso ante el Parlamento: “No se me oculta que los horizontes del mundo no están totalmente despechados; que perturbaciones de orden político, social y económico lo siguen agitando, y que es imposible prever los acontecimientos que nos esperan.

Si ellos son favorables, como lo deseamos fervientemente, el camino de nuestra obra será allanado; pero si fueran adversos, un deber ineludible habrá de imponerse a la conciencia de todos: el deber de hacer más estrecha y más firme la solidaridad en el resguardo de los bienes comunes”.

O sea que, 74 años atrás, también un 1º de marzo se ponía sobre la mesa la idea de unidad partidaria para enfrentar adversidades, potenciales. Pero cada partido, haría su juego: unos gobernando y los otros criticando.

Nada cambió esta semana como algunos suponen, con inquietud a una radicalización del debate o a una confrontación más áspera.

Es el ruido de cada 1º de marzo; es característico de la irritación del “segundo” comienzo de año. Ahora, si la opinión pública no debe marearse en ver deterioro de clima político donde no lo hay, el sistema partidario, y en especial el gobierno, deberá evitar distraerse en cruce de reproches improductivo, para acelerar planes de gestión que si no avanzan rápido no darán frutos a tiempo.

El presidente precisa adelantar el “tercer año nuevo” de 2021, y avanzar. Puede ser útil entonces, aquel formidable mensaje del filósofo español José Ortega y Gasset, que a fines de 1939 dio conferencias en La Plata, Buenos Aires, las que luego fueron editadas en el libro Meditación del pueblo joven: “¡Argentinos! ¡A las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”.

La Argentina hizo oídos sordos; y así le fue.

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