Marcos Ludevid

Luis Ortega mueve los hilos de uno de los mayores asesinos de la historia argentina

El cineasta habló de El Ángel, su último largomentraje, en el que aborda la figura de Carlos Robledo Puch, "el ángel negro"

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06 de agosto de 2018 a las 05:05

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Luis Ortega (38) entendió la bella oscuridad de Carlos Robledo Puch mientras buceaba en las profundidades de un clan asesino e intentaba pagar deudas atrasadas. Fue una de sus hermanas, a comienzos de 2015, la que le alcanzó El Ángel Negro: la feroz vida de Carlos Robledo Puch, un libro del periodista Rodolfo Palacios sobre uno de los mayores asesinos seriales del país. Casualidades de la vida o no, Palacios estaba trabajando con el cineasta en Historia de un clan, serie que retrató la turbia historia de Arquímedes Puccio y su familia, y que fue un éxito de la televisión argentina. Y Ortega, como ya le había pasado en otras ocasiones, se obsesionó con Puch y su androginia compartida. "Durante el rodaje se me aparecía el fantasma de Carlitos. Yo estaba trabajando con Rodolfo y un día nos miramos y casi sin decirlo supimos que él era el proyecto siguiente".

Tres años después, El Ángel –que se estrena este jueves en Uruguay– es una de las películas argentinas del año. Además de acaparar elogios por el debut del protagonista Lorenzo Ferro, la película marca el salto de Ortega a las producciones de grandes presupuestos. En su séptima realización, el quinto hijo de Palito Ortega deja atrás las peripecias económicas y psicológicas, pero no abandona los mundos que le importa reflejar en su cinematografía. Esos mundos que hablan del hampa, de la calle, la delincuencia y la marginalidad. De clanes secuestradores y asesinos con cara de bebé. Personajes que, para él, representan la verdadera complejidad de la raza humana.

¿Cómo cambió su vida Historia de un clan?

Mucho. Con Historia de un clan arreglé mi casa, me compré un sillón y una cama nueva. Con El Ángel di un paso más y ahora puedo vivir de mi trabajo y no estar siempre metido en deudas y situaciones límites. Me dio una comodidad que no tenía, porque el cine se llevó todo lo que podía vender. Desde lo profesional, empezamos a filmar con cinco capítulos escritos y los otros seis los estructurábamos sobre el pucho. Yo armaba los diálogos en el momento y eso me dio mucho entrenamiento de escritura.

El angel Luis Ortega

Dice que el cine le sacó todo económicamente. ¿Qué le quitó y qué le dio en lo personal?

Más allá de las estructuras de cada película, yo no puedo trazar una línea donde empieza el cine y termina mi vida. Y viceversa. Es confuso. Es un trabajo que se lleva todo lo que vos tenés, y hay que aceptar que muchos elementos de lo que sería una vida normal no están. Es un problema cuando tenés que ir a comprar yerba después de estar dos años seguidos mirando una pantalla. Te sentís un extraterrestre en la vida cotidiana.

¿Cuándo se dio cuenta de que tenía que llevar El ángel negro al cine?

En realidad, el libro tiene un carácter tan propio y literario, y es tan completo, que no se presta a una adaptación al cine. Quizás sí para una serie. Leerlo me trajo al personaje, a la historia. Fue un trampolín. Me impregnó del personaje de Carlitos. A partir de allí, construimos algo que, vale la pena aclarar, seguramente no se condice con quién era Robledo Puch, pero mi intención nunca fue documentar. Es una excusa. La historia tiene elementos muy potentes, pero además la dotamos de un montón de características, virtudes y valores morales y románticos que el personaje real dudo que los haya tenido.

El Ángel es su salto al cine de estudios. ¿Qué cambios experimentó?

Vengo de tener que adaptar mi imaginación a la plata que tenía en el bolsillo, a convertir el material, a pedir plata prestada, a cruzar la vereda para que no me agarrara la persona a la que le debía... es muy desgastante. Y el dolor real es que nunca podés filmar lo que te imaginás. Ahora eso cambió, porque tengo quien respalde mis caprichos. Hay un productor que está para que la película no naufrague. Porque si fuera por mí, esto naufragaba. Me di cuenta de que necesito productores buenos, y que solo así podía seguir haciendo cine, porque de la otra manera podés cuando tenés veinte años. Después ya no.

¿Le pareció raro que nadie hubiese adaptado esta historia?

De alguna manera lo que más impactó en la gente es la imagen del bebé asesino, tan bello y tan acostumbradas las personas a creer que el asesino es feo y orejudo y morocho. Eso viene de un criminólogo que se llamaba Cesare Lombroso, que en los años 60 decía que el criminal nato era feo de nacimiento. Y eso en la época de esta historia estaba muy vigente y lo sigue estando. Imaginate el shock de ver a un niño bello, rubio, un niño que mataba gente mientras dormía... a mí me alucinó. Sé que hubo intentos de hacer películas, pero lo que pasó también es que Robledo es una figura inabordable. Por eso decidí crear un personaje casi de ficción. Existe Juan Moreira, Bonnie and Clyde, películas que alimentan una tradición a la que El Ángel se incorpora. Películas donde el criminal no es el malo de la película.

Imaginate el shock de ver a un niño bello, rubio, un niño que mataba gente mientras dormía... a mí me alucinó

El angel
Lorenzo Ferro es Carlos Robledo Puch

¿Se puso algún límite en la representación de Robledo Puch?

Me propuse no ajustarme a la realidad. Hay dos tipos de periodismo dentro del género, el policial y el delincuencial. En el primero los periodistas hablan con la policía. En el otro, la información viene de los delincuentes. Para mí es mucho más confiable preguntarle al ladrón que al policía. Y en el cine también es así. Contar esta historia es estar del lado de la aventura, como John Dillinger, o Badlands de Terrence Malick. Estás del lado del que tiene la pistola. Y ese tipo no necesariamente tiene que ser un hijo de puta. Son licencias que nos tomamos con un personaje que quizás sí era un hijo de puta. Pero creo que usar el tiempo y la plata para hablar solo del mal es un desperdicio.

En el pasado se involucró en pequeños delitos. ¿Agregó algunas de esas experiencias en la película?

Sí. Digamos que Carlitos tiene mucho que ver con mi recuerdo de la adolescencia y mis amigos y las aventuras que viví. Está nutrido de mis propias experiencias. Cuando vivía en Estados Unidos era amigo de un pibe que vivía con su madre, y ella tenía una relación muy sexual con nosotros. Dormíamos todos juntos; ella se había separado de un narco y tenía un palo verde (Ndr: un millón de dólares) abajo de la cama. Nos compraba todo y nos metíamos en casas de millonarios que se habían ido de viaje y nos afanábamos cosas, o nos llevaba a afanar a los shoppings. A ver, en ningún momento matamos a nadie, ni nada por el estilo (risas). Pero ella nos incitaba a esas aventuras y el personaje de Mercedes Morán está inspirado en esa mujer. Y el de Cecilia Roth representa la familia o el hogar que uno conoce, que es más tradicional.


¿A que se debe la fascinación del público por el mundo marginal?

Creo que es retratado muchas veces, pero quizás sin el aporte lírico y poético y con el lenguaje cinematográfico que lo hace digno de ver. Nadie quiere ver cómo le rompen la cabeza a otras personas. O quizás sí hay alguien que disfrute esto, no sé, pero el lenguaje poético es lo que transforma la realidad, lo que la dota de un carácter espiritual, y eso no siempre está logrado. Al abordarla de esa manera, puede ser que muchas personas digan "ah sí pero vos querés decirme que el mal es el bien", y no es así. Yo quiero que el relato esté atravesado por el asombro, no por lo que está bien o mal. Que se vea con ojos inocentes y de sorpresa, y que eso no quiera decir que vos avalás el comportamiento de tu personaje, porque cada uno de ellos tiene moral propia. Incluso nuestro Carlitos, que es quizás el único que tiene moral verdadera en la película. Es un asesino con buenas intenciones y eso no cabe en la realidad, pero sí en un poema, en una película o en una novela. Y nos permite navegar en su verdadera humanidad. Te permite alejarte del expediente o de los reportes policiales, porque ahí te quedás con algo que no es digno de una película. Es digno de decir "que hijo de puta" y chau. Volviendo al público, creo que de manera inconsciente, la gente puede apreciar cuando vos querés contar algo insoportable dotándolo de un lenguaje que permita que sea visto sin que genere rechazo. El público elige estos productos cuando reconoce que existe ese mecanismo de trasformación de lo retorcido y lo oscuro.

¿Cómo fue el descubrimiento de Lorenzo Ferro?

Yo estaba buscando una cara que no hubiese visto en televisión y cine; en lo posible alguien que no haya actuado nunca. Quería meter la cuchara y cocinar una personalidad que no iba a ser interpretación. Que cuando yo dijera "corten", Carlitos no desapareciera. Honestamente, todos en la producción pensábamos que iba a ser imposible encontrar a un debutante con las características que queríamos, que se pudiera convertir en un monstruo. Pero apareció. Lorenzo se destacó mucho porque fue más que una actuación, fue una manera de ser, casi un manifiesto. Ensayamos durante seis meses, todos los putos días, de lunes a lunes. Nos juntábamos en casa, bailábamos, el entraba a robarme cosas mientras lo filmaba, yo le hablaba encima. Construimos una manera de ser. Fue fascinante verlo moverse a él y al personaje; es muy misterioso, no cree en la muerte y piensa que todo es un teatro. Mata gente para demostrar que la muerte no existe. Obviamente, después vemos que sí existe. Pero él cree que el teatro de la humanidad y toda esa farsa que vemos todos los días y que nos da asco, se traduce a la naturaleza y que ella también miente.

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En la película hay un tema de su padre. ¿Qué tan presente está su familia en su carrera?

No lo sé, calculo que de una manera omnipresente y, quizás, genética. Concretamente, escuché una versión de La casa del sol naciente que hizo, una versión en castellano con letra suya, y me pareció perfecta para la columna emocional de la película. Aparte de que no me cobraron muy caro (risas). Quizás hay algo en mi sangre y en los orígenes de mi viejo, en sus años en la calle y viviendo entre bandidos, que pudo haber influido. Él se vino a Buenos Aires desde Tucumán en tren con un amigo, que empezó a chorear y lo mató la policía. Quizás algo de eso me da curiosidad y me lleva a detenerme más en la gente que está viviendo en la calle que los que están de paso. Noto en ellos consistencia, solidez moral, cierta integridad que en el resto de las personas no. Es como lo que dice Jack Kerouac: "Solo me interesan los locos, los que quieren todo al mismo tiempo, los que están desesperados por Dios, por no Dios, por la poesía y la no poesía, por la vida y por la muerte". Nadie que esté por fuera de esa locura vale una película. Me preguntan porqué no hago películas de alguien normal, y es porque alguien así no sorprende. No sé qué sería lo normal, pero en principio alguien previsible no es rico desde la escritura. Lo lindo es cerrar los ojos y ver cómo un personaje actúa de una manera en tu cabeza y vos lo traducís. Y si ese personaje no tiene límites, mucho mejor.

A Robledo Puch lo llaman "monstruo". ¿Cree que lo es?

Se usan esos términos para resguardar al resto de la humanidad. Para poder decir que el ser humano no es eso, que no mata, no odia. Es una manera cobarde de dividir las aguas. Nos guste o no, somos todos de la misma familia. Cuando me dicen que quise humanizar a un monstruo, les digo que no, que ya es una persona. Es un error grande y simplista llamarlo "psicópata". Porque sí, lo era. ¿Pero qué quiere decir eso? No se justifica. Creo que una de las grandes virtudes de la película es que no intenta vulnerar el misterio, algo que sí haría una película de la familia del psicoanálisis o policial. El misterio es terreno del arte, la poesía e incluso de la religión. El Ángel no intenta explicar porqué suceden las cosas. No te decimos: "Carlitos mató porque el papá nunca lo abrazó". No sería sensato romper con ese misterio. Porque ahí es donde aparece el asombro.

La muerte tiene rostro de niño

El Ángel está basada muy ligeramente en la historia de Carlos Robledo Puch, que, a su vez, está retratada en el libro El ángel negro: la vida feroz de Carlos Robledo Puch, de Rodolfo Palacios a través de testimonios y material de investigación.

El periodista –famoso por sus perfiles de otros criminales legendarios de la vecina orilla– documentó con exhaustividad la historia de un joven que, a los 20 años, fue condenado a cadena perpetua por un extenso prontuario que incluía diez homicidios calificados, un homicidio simple, diecisiete robos, una violación, dos raptos y dos hurtos.

El caso conmocionó a la sociedad bonaerense por las propias características del acusado: un muchacho de barrio, proveniente de una familia trabajadora y con un rostro de niño bueno y andrógino que no dejaba entrever la verdadera oscuridad de su alma.

A pesar de pedir libertad condicional en reiteradas ocasiones, Robledo Puch sigue preso en la cárcel de Sierra Chica. Actualmente, lleva 46 de sus 66 años encerrado en una celda. Y sin miras de salir.
En El Ángel, el asesino está interpretado por Lorenzo Ferro. Entre los protagonistas se encuentran también el Chino Darín –en el papel un maleante que introduce a Puch al mundo delictivo–, Mercedes Morán, Cecilia Roth, Daniel Fanego y Peter Lanzani.

El angel
Además de Ferro, en la película están Chino Darín y Peter Lanzani

La película fue presentada en la última edición del Festival de Cannes, en la sección Una cierta mirada. Sobre ese pasaje, Ortega comentó: "Es un lugar donde el artificio cobra carácter real. Allí, la mentira se hace carne y tenés que, de alguna manera, formar parte del circo para hacer tu número cuando te llega el momento. No es la parte más grata de hacer películas, pero evidentemente es el mejor lugar para llevarla, para lanzarla".

El Ángel se estrena este jueves de manera simultánea en Uruguay y Argentina.
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