Macri acorta distancia y Cristina pasa a ser la voz cantante del discurso opositor

En el kirchnerismo hay descontento con la campaña de Alberto Fernández, que debe dedicar tiempo a aclarar que no será manejado por la expresidenta

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16 de julio de 2019 a las 05:02

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Los últimos días de la campaña electoral argentina dejaron en claro cómo el macrismo recuperó posiciones, algo que no solamente se refleja en las encuestas –que ahora marcan un empate técnico entre las dos fuerzas mayoritarias– sino, sobre todo, en la reacción preocupada que tuvo el kirchnerismo.

Cuando Cristina Kirchner regresó de Cuba –a donde fue a visitar a su hija Florencia, que está bajo tratamiento médico al tiempo que es requerida por la justicia argentina–, lo primero que hizo fue reunirse con Alberto Fernández, que venía de pasar días de controversia con el periodismo.

El candidato presidencial sufre presiones en varios frentes. Ante los medios de prensa, debe justificar hechos y dichos de su pasado personal que a los periodistas les gusta remover, especialmente los que tienen que ver con desavenencias con Cristina. Algo a lo cual Fernández reacciona con un indisimulable malhumor.

En paralelo, debe trabajar en la red de apoyos políticos en el interior, para lo cual tiene que restaurar heridas de aquellos gobernadores provinciales que quedaron resentidos con el kirchnerismo. Es, por ejemplo, la situación de Córdoba.

Allí Macri ganó en 2015 por un apabullante 73% de los votos, como consecuencia del enojo con la expresidenta, que en el marco de su pelea con el gobernador de ese entonces decidió dejar sin apoyo de la gendarmería a la provincia durante una huelga policial. Y, además, llevó a una asfixia financiera que hizo que hubiera dificultades para el pago de las jubilaciones.

Alberto Fernández fue a Córdoba a reunirse con el gobernador Juan Schiaretti, pidió perdón por los maltratos del pasado y prometió que, si él gana, gobernará en equipo con los gobernadores. Aún así, apenas logró la foto de ocasión por parte de un gobernador que ha hecho guiños en el sentido de que votará a Macri.

Y, en paralelo, los problemas de Fernández se completan con las discusiones internas. Se le reprocha que pone demasiado énfasis en pedir disculpas por los errores cometidos durante el gobierno de Cristina y que debería virar su discurso hacia la promesa de una recuperación del empleo y del salario. “Hay que hablar menos para Wall Street y la City de Buenos Aires y más para la gente”, es el reproche que se escucha cada vez más alto.

Y en los últimos días quedó en evidencia que ese cambio de estrategia ya se está produciendo. Quien tomó a su cargo ese viraje fue la propia Cristina, que aunque mantiene su tesitura de mantenerse en un segundo plano, continúa su gira por las provincias con la excusa de la presentación de su libro autobiográfico. En su visita a la provincia de Santa Cruz, tuvo frases dirigidas a los desencantados de la gestión macristas. Por ejemplo, cuando calificó a su propio gobierno como “el más capitalista”.

“Yo soy mucho más capitalistas que ellos. Conmigo en Argentina había capitalismo y la gente se podía comprar lo que quería. Que no me jodan más con lo del capitalismo”, dijo textualmente la exmandataria, para el aplauso del auditorio.

Y puso como ejemplo que las publicidades de los bancos ahora ofrecen préstamos para aquellos cuyo sueldo no les alcanza hasta fin de mes para los gastos básicos del hogar, mientras que durante su gobierno las publicidades apuntaban a financiar el consumo de electrodomésticos y de viajes al exterior.

Las alusiones de Cristina son una respuesta indirecta a la campaña de Macri, que intenta ganarse la simpatía del peronista tradicional al poner foco en que hay candidatos del kirchnerismo que tienen una formación marxista, como Axel Kicillof, el exministro de economía de Cristina y ahora postulante a la gobernación de Buenos Aires.

Dólar calmo

En la vereda de enfrente, se respira un clima de optimismo. Abonado, para empezar, por noticias positivas en la economía: si bien las señales de reactivación son todavía muy incipientes, al menos sí luce firme la estabilización financiera. El dólar lleva casi dos meses sin moverse, y hasta perdiendo precio a nivel nominal, lo cual reinstaló el debate sobre si hay retraso cambiario.

El propio kirchnerismo hizo su reconocimiento tácito de que la paz cambiaria beneficia al gobierno en la intención de voto, y por eso lo acusó de estar provocando una “calma artificial” del dólar con un interés puramente electoral.

Pero el tema que mayor satisfacción le está dando a Macri es la entrada en juego de su candidato a vice, Miguel Pichetto. El hecho de que se trate de un peronista implica que puede enviar mensajes directos al ala del partido que no está a gusto con el avance del kirchnerismo en las listas de candidatos.

Es por eso que, en el reparto de funciones para la campaña, Macri prefiere concentrarse en el repaso de los logros de la gestión, mientras le deja a Pichetto la tarea de profundizar la fisura peronista.

Una de las temáticas preferidas de Pichetto es recordar que Axel Kicillof tiene una formación marxista.

Está claro que decir “Kicillof es comunista” no significa lo mismo si lo dice Macri o si quien habla es  Pichetto.

Recibir ese tipo de “acusación” de parte del presidente no haría más que reforzar la antinomia “popular versus neoliberal” que el kirchnerismo quiere esgrimir como eje central de su campaña. En cambio, si el que hace la crítica es Pichetto, la cosa cambia. Porque en ese caso la frase pasa a ser parte de un código entre peronistas. Y el contenido es claro: es un recordatorio de que eso que los peronistas de la provincia van a votar obligados no es peronismo de verdad, es otra cosa que no tiene nada que ver con la tradición ni la cultura del peronismo, es la introducción de una fuerza extraña que llegará para copar espacios que hoy son de los intendentes y sus aliados.

Talón de Aquiles

La estrategia viene dando buen resultado. Porque los candidatos opositores están haciendo exactamente lo que quería el “gurú” Jaime Durán Barba. Salieron a contestar.

De esta forma, se cumple el objetivo de que la agenda sea marcada por el oficialismo sin que la oposición pueda imponer temas de debate.
Fernández se vio obligado a defender a Kicillof y dijo que “si las cosas que piensa Axel son marxismo, entonces yo deberé ser marxista”. Una frase ampliamente festejada en filas macristas.

Antes, Fernández se había visto forzado a aclarar explícitamente que, en caso de ser electo presidente, no impondrá un “cepo” cambiario al estilo del que rigió entre 2011 y 2015, aunque no aclaró exactamente cuál sería el régimen cambiario de su preferencia, dado que también criticó el sistema actual y además dijo que se opone a una flotación limpia con su consecuente devaluación.

Pero, sobre todo, el flanco más débil de Fernández, el tema que más gusta explotar al macrismo, es la sospecha sobre que, en caso de ganar la elección, se trataría de un presidente débil, con su poder acotado por la presencia vigilante y censora de la propia Cristina.

Esa estrategia es visible cuando las principales figuras del macrismo evitan a propósito debatir con Fernández, al que prácticamente ignoran, y dirigen sus críticas a la exmandataria y a las figuras más resistidas del sindicalismo. Y si les preguntan específicamente por Fernández, responden que será manejado por Cristina. 

A pesar de que han pasado dos meses desde que la exmandataria anunciara la fórmula Fernández-Fernández, el candidato del Frente de Todos no puede evitar que le pregunten por ese tema en cada entrevista.

Pero claro, no es tan fácil estar en el lugar de Alberto Fernández. Las preguntas del periodismo suelen ir directo a las contradicciones entre su discurso y la realidad de los nombres que figuran en las listas del Frente de Todos. Por ejemplo, cuando habla sobre su rechazo al “cepo”, le preguntan sobre si Axel Kicillof comparte esa crítica o si sigue pensando que era el sistema adecuado.

Difícil imponer temas para quien debe dedicar la mayor parte de su tiempo a dar explicaciones. Por ahora, la estrategia oficialista parece dar resultado. Pero falta un mes para las elecciones primarias del 11 de agosto, y eso en Argentina es un plazo muy largo. Resta ver ahora si la reacción y el viraje discursivo comandado por Cristina dará el resultado esperado por la oposición.

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