Marcella, una serie policial antológica

Es una de las joyas menos conocidas del laberinto de opciones de Netflix

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25 de abril de 2020 a las 05:00

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Uno de los días más alucinantes –fulgurantes, sería el adjetivo correcto– en el pleno sentido de la palabra que he vivido, fue a fines de noviembre de 1980, cuando visité la Biblioteca del Congreso en la capital estadounidense, edificio señorial con espacios que hacen un guiño al panoptismo. Fue una de esas primeras veces que jamás perderán su pole position en la memoria. 

Hice una visita guiada del reconfortante lugar y a la media hora o antes de empezado el periplo, sentí el maravilloso afán por conocer y estampar en palabras el deseo de vencer al tiempo mediante la escritura. Al instante, un estado de arrobamiento tomó posesión del momento en que intimidad e historia coincidieron, y yo estaba presente. Prácticamente (y el adverbio sobra), todo el conocimiento adquirido en la historia de la humanidad, la de muy antes y la más reciente, se encuentra archivado ahí, en volúmenes algunos de mayor antigüedad que los demás. La mencionada biblioteca, con un patrimonio de 16 millones de libros y en crecimiento constante, la de mayor tamaño del mundo por amplia diferencia, es un laberinto en el cual todo con ansias de sabiduría podría quedarse a vivir. Ahí, me han dicho, están casi todos mis libros. Es un hotel de cláusulas donde pasar la eternidad, aunque sea a solas. 

Apenas uno comienza a caminar –deambular seria el verbo propicio– entre los pasillos habitados por palabras escritas a lo largo de siglos, emerge poderosa la impotencia de saber que abandonaremos esta breve existencia sin conocer la totalidad ni siquiera un porcentaje superior, porque se necesitarían varias vidas para poder leer los volúmenes ahí contenidos, los cuales cubren todas las disciplinas del conocimiento. Ahí están disponibles cosas maravillosas e innovadoras que un semejante pensó o imaginó antes que los demás y que nunca llegaremos a conocer, por la sencilla razón de que el catálogo de ejemplares es casi infinito. Su acopio se remonta a la fundación de la biblioteca en 1800, cuando comenzó con una colección de 6.487 libros. En la actualidad, aparte de los 16 millones de libros, tiene 120 millones de artículos y colecciones, que van desde antiquísimas impresiones chinas en madera hasta discos compactos y libros inconseguibles de autores que aún permanecen fuera del radar del canon.

Pidiendo por anticipado disculpas por la brutal comparación que voy a hacer, pero algo parecido a lo que sentí al recorrer el catálogo de esa biblioteca inmensa ubicada en Washington comienza uno a sentir al visitar el menú de opciones de Netflix, el cual crece a ritmo tan veloz que parece incontrolable (desde la semana pasada está disponible una amplia cantidad de películas de François Truffaut y otros filmes de cinemateca clásica). Y resulta casi incontrolable digo, sobre todo para el visitante inexperto que anda buscando opciones de entretenimiento y no sabe por dónde empezar. Sorprende además, porque es grande el número de series que van ya por la tercera temporada y que seguramente la mayoría no tiene la menor idea de que existen, aunque quienes las han visto les otorgaron una muy buena calificación.

Quien sienta impotencia ante una cosa tan menor como es no saber qué serie elegir, ha de darse cuenta también de que el poder de adicción de la plataforma de streaming es enorme y se basa en parte en la diversidad de su oferta, con contenidos para todos los gustos y edades. No en vano, en cuanto a variedad y calidad de oferta, Netflix la ha sacado una ventaja gigante a sus competidores, viejos y nuevos, y será difícil que lo bajen de su podio que es también pedestal. Netflix asume riesgos de contenido y forma, y eso hay que destacarlo. Su principal contrincante, Disney +, que hizo su debut el pasado 12 de noviembre, difícilmente vaya a programar una serie como Marcella, una de las duras, sórdidas y directas que la industria televisiva ha producido hasta la fecha. Por los diferentes niveles de sincronicidad que presenta su elaborado libreto, lleno de vueltas de tuerca, es una de esas series ideales para ver de un tirón, pues, además, la primera y la segunda temporada se complementan y empalman sin que a la vista salte alguna impostura diseñada por la producción para hacerla durar más, aunque la historia esté agotada. Tanto la primera como la segunda temporada se caracterizan por el sutil fluir del relato y por la profundización en la psicología de los personajes. Estos no se dan como un hecho, sino que se van construyendo de acuerdo al desarrollo de la historia.

A Marcella la encontré por casualidad, sin haber leído nada sobre su origen y contenido. Ese es otro elemento que entra en juego: un televidente sin demasiada información sobre el catálogo de Netflix necesitará de la ayuda de la suerte para dar con la opción correcta. Digamos pues, que por una cuestión de buena fortuna vine a dar con una de las mejores series que he visto desde que veo televisión. Por el nombre, en un principio pensé que se trataba de una serie italiana en la línea de Suburra, en la que triunfa una visualidad realista salida de un cuadro de Hopper en el que alguien está a punto de sentirse más solo de lo que ya estaba.

Si bien tiene algunos puntos en común con la serie de mafiosos que homenajea a la visualidad romana, Marcella va por otro lado muy diferente. Es una serie inglesa al estilo de Happy Valley y No hables con extraños, con las cuales tiene varios puntos en común, y no solo por el hecho de que, como en las mencionadas, el personaje protagónico es una mujer policía sola ante el mundo. Marcella, sin embargo, es un ejemplo aparte. Es antológica por muchas razones, entre otras, porque a partir de una premisa enseguida reconocible en el buen cine policial, altera el curso de las expectativas. Está claro que a la hora de filmarla no hubo limites, ni autocensura respecto a los temas e imágenes que serían marca registrada de su factoría. 

Por su contenido directo y gráfico, por referir, entre otros temas al abuso a menores, torturados y violados (la vuelta de tuerca da otra vuelta en los minutos finales de la segunda temporada), Marcella “puede herir susceptibilidades”, tal como suele advertirse al comienzo de las series o filmes con contenido gráfico explícito. A partir de una brutal honestidad ética y estética, deja claro desde el primer capítulo que la lucha entre el bien y el mal es el tema central de la propuesta, y que en esta infinita lucha el horror es un protagonista frecuente. Hago la aclaración, pues si bien la sordidez tiene presencia ubicua, en ningún momento es usada con fines efectistas, por el simple hecho de complacer al morbo. De lo que se trata en verdad, es de presentar los devastadores efectos del mal cuando entra en acción.

En Netflix están disponibles las dos temporadas de Marcella, cada una conteniendo ocho capítulos. La tercera se estrenará en 2020 (ya la filmaron, por lo tanto no será afectada como a muchas otras por el virus de moda). Cada capítulo dura aproximadamente 55 minutos. Lo extraordinario de la serie, y que destaca el rigor con que ha sido escrita, dirigida y producida, es el hecho que cada entrega puede ser vista como si fuera una película independiente. La intensidad del contenido dramático no depende de lo que sucedió en capítulos previos ni en lo que pueda venir en los restantes. Esta lógica de “película larga dividida en varias secciones” otorga a la serie una fluidez narrativa carente de altibajos. Utilizando la expresión futbolística, podría decirse que es una serie jugada a toda máquina desde el primero hasta el último minuto. 

En Netflix, la gran mayoría de las series comienza bien, algunas muy bien, y logran redondear una primera temporada, pasable, buena o muy buena. Sin embargo, apenas comienza la segunda comienzan a desinflarse y evidencian que están hechas de relleno más que de ideas nuevas. La sopa tiene demasiada agua. Con esta serie sucede a la inversa. La primera temporada es muy buena, y la segunda, excelente. Aunque no es antídoto contra el coronavirus, Marcella es una pócima ideal para animar las horas de estos días de interminable autoenclaustramiento. 

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