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24 de marzo de 2020 a las 05:03

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La iniciativa de la ciudadanía de salir a aplaudir a las 10 de la noche a nuestro cuerpo de salud como forma de apoyo y agradecimiento por estar en la primera línea de la batalla contra la pandemia del covid-19 es algo digno de destacar.

Uruguay enfrenta la mayor crisis del siglo XXI con un elenco de políticos jóvenes que recién asumió el gobierno y que ya cayó en cuenta de que los sueños y los planes que tenían para el país quedaron en segundo plano. Es hora de actuar con firmeza y determinación para enfrentar la peor crisis sanitaria de la historia reciente. La unión de los uruguayos resulta fundamental para lograr salir lo menos mal posible de la situación impensada.

Es de una irresponsabilidad infantil la presión que se ejerce sobre el gobierno por parte de algunos sectores de la sociedad que exigen la aplicación inmediata de la cuarentena. Cualquier uruguayo con una mínima dosis de sentido común sabe que el país camina paulatinamente hacia esa decisión.

Exigirla de prepo mirando solo el ombligo de los intereses particulares o sectoriales es un error que suma ansiedad en gobernantes que vienen anticipándose a las exigencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y manejando otras variables que hay que tener en cuenta. Por ejemplo, garantizar la alimentación y el refugio a los más desprotegidos de la sociedad, que son quienes más padecerán la crisis.

En esa línea de razonamiento, las cacerolas que algunos vecinos que viven en la costa de Montevideo hicieron sonar el domingo de noche al mismo tiempo que los aplausos para el cuerpo médico del Uruguay es triste e incomprensible.

En horas de apoyar a las autoridades, los expertos y al Estado en sus decisiones, utilizar el golpeteo de las cacerolas para exigir inmediatamente la aplicación de una cuarentena es una acción miserable por lo que significan simbólicamente. Se usaron para derrotar a la dictadura militar.

El sonido de las cacerolas, fogueado por militantes miopes de la oposición, suenan no por el gobierno, ni por la ciudadanía en general. Suenan por el dolor de haber perdido el gobierno ante una propuesta diferente. Suenan para recordarle a la conciencia colectiva uruguaya que hay un sector pequeño pero ruidoso de Montevideo que se alinea con eso de que cuanto peor le vaya al país, mejor para ellos y sus pingües intereses sectoriales.

Cuando pase la pandemia y los uruguayos celebren –sin reparar en banderas políticas ni ideológicas– que lograron derrotar al virus, pese a las pérdidas, el dolor, el sufrimiento y los sacrificios, estos mezquinos seres humanos verán en las cacerolas machacadas el rostro de su propia miseria.

Son horas oscuras para la República. La democracia, el viejo Estado batllista, la uruguayidad en su esencia más profunda y sus mejores valores está siendo confrontada a su esencia más noble. Son tiempos de rescatar lo mejor de los orientales para poder sortear esta crisis sanitaria, económica y social.

La división, los intentos de llevar agua para su molino, la histeria colectiva y el pánico de los egoístas son malos consejeros en estos tiempos. El golpeteo de las cacerolas tiene que diluirse en una ola mucho mayor de solidaridad, altruismo y apoyo a las autoridades al mando sin tener por qué estar de acuerdo en todo. Nadie manejó una crisis semejante.

El resto es miseria.

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