Leonardo Carreño

Naufragó La Alternativa

La pregunta sobre si hay que darle otra oportunidad requiere una respuesta inmediata

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03 de abril de 2019 a las 05:04

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En Uruguay, los nuevos proyectos políticos viven tiempos muy difíciles. La semana pasada se desarmó el Partido de la Gente: la lista 12000 liderada por Guillermo Facello  y Gustavo Zubía decidió abandonar el partido. Poco después, a muy pocos días de haber zarpado en medio de gran expectativa, naufragó “La Alternativa”, una coalición de centroizquierda conformada en torno al Partido Independiente. Así como la crisis del proyecto encabezado por Edgardo Novick es un testimonio de la potencia de los partidos políticos establecidos y de su capacidad para adaptarse a los desafíos del entorno (como argumenté hace siete días), la frustración de “La Alternativa” pone de manifiesto la potencia de la creciente polarización que signa estos tiempos, y la tiranía, discreta pero efectiva, de las reglas electorales. 

Como es sabido, el retiro del Partido Independiente de la coalición se debió a que, Selva Andreoli, que había sido proclamada candidata a la vicepresidencia, expresó públicamente que no estaba dispuesta a acompañar en un eventual balotaje a un candidato de los partidos tradicionales. De inmediato, imperativa, llegó la reacción del PI exigiendo la retractación. ¿Por qué es tan grave, desde el ángulo de los independientes, la ruptura del “pacto” de silencio por parte de Selva Andreoli? La respuesta es muy sencilla y no requiere ninguna apelación a teorías conspirativas: es un disparo al corazón de la línea política que el PI ha venido desplegando, en el acierto o en el error, desde hace muchos años. 

Esta estrategia siempre tuvo dos fases. La primera llega hasta la primera vuelta de la elección presidencial en octubre, y consiste en captar frenteamplistas desencantados que no estén dispuestos a votar a los partidos tradicionales. La segunda fase transcurre durante noviembre y se resume a pactar la participación del PI en el gobierno con uno de los dos grandes bloques en pugna. Según Esteban Valenti, la idea que prevalece en el PI es concretar una alianza con el Partido Nacional. Este testimonio es consistente con declaraciones del líder de los independientes en las que ha enfatizado la necesidad de favorecer la alternancia de partidos en el poder.

Desde mi punto de vista este proyecto fracasó porque enfrentó dos restricciones difíciles de remover, una coyuntural y otra estructural. La primera restricción, de carácter coyuntural, es que, también en Uruguay, se viven tiempos de creciente polarización. Los procesos verificados en otras partes (desde Brasil a EEUU, pasando por Francia y España) sugieren que se han venido intensificando las tendencias centrífugas.

Los proyectos políticos centristas, incluso cuando logran retener el poder, tienden a perder apoyo porque se vuelven poco creíbles. En concreto, los electores se preguntan: ¿por qué los independientes no toman partido?; ¿por qué no se pronuncian claramente a favor o en contra de la continuidad del FA? 

La polarización, que también se manifiesta en Uruguay, multiplica el impacto de la segunda restricción, de naturaleza estructural, de la estrategia “ni – ni” del PI. Durante décadas la pregunta central para los electores fue cuál de los dos partidos fundacionales debía obtener el cargo presidencial: ¿el Partido Colorado o el Partido Nacional? Desde la instalación del balotaje en la reforma constitucional aprobada a fines de 1996 la pregunta central ha pasado a ser otra: ¿debe gobernar el bloque de izquierda (el FA) o el de los partidos tradicionales? 

En su momento, la creación del Frente Amplio, fue una auténtica proeza política. Es cierto que los fundadores de la coalición se valieron de los resquicios de la legislación electoral para comparecer en la elección de 1971: todos votaron bajo el lema Partido Demócrata Cristiano).

Pero obtuvieron el 18 % de los votos remando exitosamente contra la poderosa corriente de los incentivos de la regla de la mayoría y su lógica de hierro: el voto útil. Los independientes intentaron por todos los medios recrear el milagro. No era fácil aunque, al menos en teoría, tampoco imposible. 

La coyuntura política actual, en menor escala, tiene puntos de contacto significativos con la de hace medio siglo: fatiga ciudadana, debilitamiento de la confianza en la política, denuncias de corrupción, espacio para outsiders y para proyectos políticos novedosos. Pero la capacidad de convocatoria del PI, a la hora de conformar la coalición de centroizquierda alternativa fue significativamente menor a la del viejo Partido Demócrata Cristiano a fines de los años 60’. Los independientes apenas lograron el apoyo de algunos ex frenteamplistas liderados por Esteban Valenti, de dos agrupaciones provenientes del PC lideradas por Fernando Amado y Luis Franzini Batlle, y de algunos dirigentes nacionalistas. 

La ruptura de “La Alternativa”, mirada desde este punto de vista, está lejos de ser un enojo pasajero entre actores sometidos al estrés de la campaña electoral. La combinación de razones coyunturales con estructurales determina que exista cada vez menos espacio en Uruguay para actores políticos que no estén dispuestos a tomar partido con claridad por uno de los dos grandes bloques que pugnan por la mayoría.

El PI procuró diferir ese momento. La apuesta no funcionó porque la pregunta central de esta elección (¿hay que darle o no una nueva oportunidad al FA?) exige respuestas inmediatas. Me pregunto qué harán los independientes ahora que se frustró la apuesta al “polo socialdemócrata” por la que trabajaron tan intensamente durante años. ¿Seguirán pensando en dilatar hasta noviembre la decisión de a cuál de los dos grandes bloques en pugna apoyar, o tomarán por el camino de explicitar, mucho antes, su preferencia en el balotaje? 

 

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