AFP

Objetivo Birmania

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19 de febrero de 2021 a las 05:04

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Al final resultó ser Myanmar la primera prueba de fuego del presidente Joe Biden en política exterior, y acaso su primera pulseada geopolítica con Xi Jinping. Ya veremos si el líder chino decide comprarse el pleito (por ahora, ha mantenido total cautela) y sobre todo, si tiene algún sentido para este enfrentarse a Washington en algo sobre lo que podrían estar de acuerdo.

El pasado 1 de febrero, la vieja Birmania, gobernada desde 2016 por la hasta hace no mucho ícono de la democracia en Occidente Aung San Suu Kyi en cohabitación con los militares del Tatmadaw, fue testigo de un golpe de Estado de manual. Los uniformados birmanos decidieron que ya era suficiente de andar guardando las formas y capturaron todo el poder, poniendo fin a la democracia tutelada y mandando a Suu Kyi tras las rejas.

La líder birmana, Nobel de la Paz en 1991, hacía tiempo ya que había dejado de ser la “darling” de Occidente, donde se la ha acusado de complicidad en el genocidio de la población musulmana Rohingya. Sin embargo, la también hija del prócer de la independencia birmana Aung San nunca perdió popularidad dentro su país (esto es, entre los grupos étnicos dominantes, desde luego); y hace tres semanas que no cesan las protestas en las calles contra el golpe y en favor de su excarcelación y restitución.

El nuevo giro en los acontecimientos casi que la ha devuelto al martirologio en Europa y Estados Unidos, donde cada vez más voces se pronuncian en su favor y condenan el golpe.

El golpe en Myanmar tomó al recién estrenado equipo de política exterior de Biden por sorpresa. Una crónica del portal Politico describe las primeras horas de decisión en Foggy Bottom en procura de articular una respuesta como un “estado de caos”. Sin embargo, pronto lograron reagruparse y aprovechar el momento: Washington condenó el golpe y tres días después estaba imponiendo sanciones a la cúpula golpista.

Curiosamente en esto podrían estar del mismo lado que Beijing. Cuando se trata de Birmania, nada es blanco o negro. Para el gobierno chino, Suu Kyi era una aliada clave. El corredor de Myanmar es uno de los más importantes en la Iniciativa Belt and Road, que además le daría a China salida al Océano Índico, solucionando así lo que los analistas chinos han dado en llamar su eterno “dilema de Malaca”. Pero como dije en mi Tribuna anterior, en la crisis birmana, Xi ha quedado un poco preso de su propio relato: no podía ir en contra de su machacona “no intervención”; tampoco podía enemistarse aun más con unos militares birmanos con los que nunca ha tenido química. Así que decidió aguardar el desenlace. Seguramente, en espera de que los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) hicieran lo propio.

Pero tras la firme reacción del gobierno Biden “en defensa de la democracia y los derechos humanos” en Myanmar, algunos de sus aliados en la región empezaron a repensar sus posturas. Sabemos que este relato de Washington siempre ha sido “pour la galerie”; que solo apoya la democracia donde le conviene, y que tiene aliados tan jeffersonianos como la monarquía que gobierna Arabia Saudita y otros autócratas del Golfo a los que suministra armamento de última generación para sus guerras non sanctas. Pero esos -parafraseando la famosa cita atribuida a Roosevelt sobre Somoza- serán unos hijos de puta, “pero son nuestros hijos de puta”. Con todo, la posición de Estados Unidos logró abrir una brecha –si bien, tímida- en la respuesta de los países de la ASEAN. Mientras Filipinas, Singapur, Indonesia y Malasia, los más cercanos a Washington, han expresado “honda preocupación” por los sucesos en Myanmar; Tailandia, Camboya, Laos y Vietnam se inclinan, como China, por el principio de no intervención.

Al mismo tiempo, los ideólogos de la estrategia de Biden han cuidado que las sanciones aprieten pero no ahorquen, de modo de evitar arrojar a los militares birmanos a los brazos de Beijing. Y según ha informado la prensa india, les han hecho saber sottovoce a los hombres del general Min Aung Hlaing, a través de la diplomacia india y japonesa, que tienen espacio para dar marcha atrás si así lo decidieran. Para sorpresa de algunos -yo incluido-, el equipo de Biden ha hecho hasta ahora un fino manejo geopolítico de la crisis birmana, dejando a Beijing un pelín en offside. Tan es así que el embajador chino en Myanmar tuvo que salir a aclarar que lo que está ocurriendo es “absolutamente todo lo que China no quiere ver”, según informó la agencia Reuters. Y en una entrevista con un medio local, desmintió tajantemente los rumores sobre una participación, o posible “luz verde”, de Beijing para el golpe del 1 de febrero. Eso es un “total absurdo”, dijo el embajador e insistió en que su gobierno “no fue informado de antemano”.

Para cerrar la pinza, Washington ha decidido apoyarse, además, en el Quad (Diálogo Cuadrilateral de Seguridad), un mecanismo reflotado por el gobierno de Donald Trump para plantarle cara a China en la región Asia-Pacífico, y que Washington integra junto a Australia, Japón y la India.

El secretario de Estado Antony Blinken se reunió el jueves con sus pares del Quad vía teleconferencia, en la que decidieron darle “centralidad” a la ASEAN para la resolución de la crisis birmana. 

Se ve difícil que logren aglutinar a todos los países del bloque tras la iniciativa de Washington. Y podría perfectamente salirles el tiro por la culata, terminando todo en una reafirmación de la influencia china en la región. Pero desde ya, la administración Biden está jugando en el tablero geopolítico bastante más fuerte de lo que muchos esperábamos.

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