“Padres organizados” en Argentina por la vuelta a clases

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18 de junio de 2021 a las 05:00

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Por Federica Cash

Hoy por hoy, no sé si somos conscientes de cómo nos está afectando la pandemia a nivel intrafamiliar. Seguramente, las consecuencias las veamos dentro de unos años, cuando los niños que hoy conviven muchas horas con adultos estresados, desesperados, con necesidades insatisfechas -económicas o de dispersión-, se tornen en mayores incapaces de dominar sus emociones y sean más reactivos que reflexivos.

El hecho de permanecer horas y horas encerrados con nuestras familias, deteriora las relaciones y nos desordena un montón. Como padres, ya no contamos con ese rato para hacer las cosas tranquilos y además se nos suman tareas como la de hacer de maestros en un contexto muy difícil. Nuestra función, que es la de criar con amor y respeto -desde las neurociencias ya no hay dos opiniones sobre la importancia del buen clima familiar-, se ve obstaculizada permanentemente por un contexto que se ha vuelto dificilísimo. 

En este escenario, miramos hacia nuestro vecino país que ha cancelado la presencialidad escolar en abril –y por ahora no muestra señales de regresar-, luego de un 2020 sin clases. Las familias, en general desesperadas, hacen malabares para transitar los desafíos cotidianos, y a raíz de este malestar surgió el año pasado una red de familias llamada “Padres organizados”, que busca visibilizar lo complicado que es vivir en esta realidad.

Para conocer más sobre cómo afecta esta realidad en los vínculos humanos y específicamente en la crianza de los más chicos, conversamos con Florencia Basaldúa, comunicadora, especialista en apego, parentalidad y desarrollo infantil, quien lleva adelante un consultorio de vínculos familiares. 

En Argentina, ¿qué están viviendo los niños hoy, con respecto a la educación formal?

Se hace difícil hacer una generalización en términos de “las familias”, pero creo que uno puede elaborar hipótesis de qué es lo que podría estar sucediendo puertas adentro de muchas de las familias en este país.

Creo que es importante entender que a medida que aumenta la vulnerabilidad socioeconómica, los riesgos también crecen y todo se vuelve más grave. Porque a las restricciones reales que ya tienen estas familias, se les suma el contexto de la pandemia. Lo digo en el sentido de que la escuela representa para un número enorme de familias, sobre todo las más vulnerables, un espacio de co-crianza. Es decir que la escuela es para muchísimos niños, niñas y adolescentes el lugar donde pueden desplegarse, desarrollarse, alimentarse -real y simbólicamente-.

Pero saliendo de lo puntual de estas familias que hoy se encuentran en absoluta emergencia desde todo punto de vista, hay un grueso enorme de personas -me animo a decir que todas las familias que hoy dejamos de contar con el espacio de la escuela presencial- que están tratando de navegar un mar que es tormentoso, porque muchos padres estamos trabajando dentro de nuestras casas, lo cual nos hace muy difícil asistir a nuestros hijos como querríamos, tanto en lo escolar como en lo no escolar.

Los tiempos de encuentro se han vuelto más difusos y nos hacemos la pregunta sobre cómo permanecer emocionalmente conectados cuando no existen momentos de separación normales como los que había antes en la rutina diaria. Los tiempos en las familias estaban mejor limitados, había espacio para estar juntos, otro para estar separados, y el momento en el que estábamos juntos tenía el potencial de volverse nutritivo porque no nos habíamos visto en el día, entonces era el momento de encontrarnos. Ahora hay una falta de límite entre todos los tiempos, los encuadres se han borrado mucho, encuadres que son muy protectores y necesarios para todos.

Hablamos aquí del aspecto socioemocional que es muy importante. En lo académico ni hablar. Sabemos perfectamente, porque ya ha sido muy bien documentado, que el aprendizaje académico cuando pretende trasladarse a la virtualidad, se empobrece drásticamente, y en algunos casos directamente no funciona. En Argentina estamos transitando un segundo año en donde el aprendizaje probablemente será sino nulo, cerca de nulo, con todas las consecuencias que eso va a implicar en el retraso de algunas etapas vitales que son traccionadas por la escuela y por la vida social que allí se vivencia.

¿Qué consecuencias se ven en las familias a partir de estas medidas?

Te diría que una de las consecuencias tiene que ver con algo que se ha empezado a llamar “educación blue”, haciendo una comparación con el “dólar blue”, que significa lo “trucho”, lo que no va por el carril de lo legal; la metáfora es muy triste y real. En un acto de desesperación, muchas familias dejamos a nuestros hijos en espacios que no nos constan que sean lo que necesiten pero aparecen como alternativas posibles en un contexto que de verdad está siendo imposible.

¿Qué aire se respira en los vínculos humanos? ¿Qué emociones prevalecen?

Podemos perfectamente elaborar la hipótesis de que muchas personas adentro de las casas están padeciendo tensión vincular; todo lo que tiene que ver con la falta de escuela y falta de trabajo -que obviamente se vio exacerbada por la pandemia- trae aparejado una mayor presión en los vínculos más íntimos, entre padres e hijos, en la pareja, etc.

Cuando tenemos adultos estresados, tenemos que saber sí o sí que los niños corren más riesgo de ser maltratados. Cuando hablamos de maltrato nos referimos a todo tipo de maltrato: físico y falta de disponibilidad emocional (cuando los papás estamos pero no estamos –lo digo sin juicio a los padres que estamos haciendo lo que mejor que podemos-). Lo cierto es que cuando estamos estresados, cuando estamos al borde del colapso, los primeros que pagan los platos rotos son los chicos, porque ellos están ahí y necesitan todo de nosotros: regulación emocional, palabras de aliento, explicaciones de vida, acompañamiento en lo escolar, en su trayectoria de desarrollo, y cuando estamos muy estresados todo eso entra como “en baja”, no se lo podemos ofrecer con la calidad que necesitan.

A partir de todo esto surgió un movimiento social para reivindicar la vuelta a clases. ¿Qué rol jugaste en esa movida y qué repercusión ha tenido?

En setiembre del año pasado surgió en Argentina un grupo de padres y madres  autoconvocados, llamados “Padres organizados”, que sigue siendo un movimiento muy importante que visibiliza este atropello que significa para la sociedad argentina el hecho de que las clases presenciales sean lo primero que el Gobierno ha decidido cancelar por la situación epidemiológica.

Esta agrupación a la que yo no pertenezco pero apoyo, se ha encargado de hacer un trabajo importante porque al principio cuando cancelaron la presencialidad muchos fuimos los que pudimos salir a las calles a manifestarnos, así como en las redes sociales, pero claro, a medida que va pasando el tiempo las familias vamos quedando absorbidas por el trabajo que debemos hacer dentro de casa entonces, naturalmente, perdemos fuerza para seguir manifestándonos. Y “Padres organizados” ha logrado mantener esa llama de manifestación a favor de la vuelta a clases encendida, así como la necesidad de hacer valer los derechos de nuestros hijos. Ellos intentan darle entidad y visibilidad a esta realidad que afecta a tantas personas.

Hoy se sabe perfectamente que no es la escuela la que empeora la situación epidemiológica, es impresionante el nivel de evidencia que tenemos para decir esto, son otras cosas las que complican; la escuela debería ser siempre lo último en cerrarse. La evidencia cada día apoya más la idea contraria: las escuelas cerradas predisponen a las familias a muchísimos más encuadres e intercambios informales en los que no existen protocolos y esto sí aumenta la circulación del virus. Está comprobado que a mayor cantidad de meses sin escuela, aumenta la deserción escolar, la violencia doméstica, la depresión infantil y otras patologías que afectan a nuestros hijos que son graves, de las cuales nos va a llevar un montón de tiempo salir. Todas las organizaciones científicas del mundo aseguran que la única circunstancia en la que podría tener sentido cerrar la escuela es aquella en la que todo lo demás ya ha sido cerrado y cancelado. Entonces la ecuación costo / beneficio de cancelar la presencialidad no cierra por ningún costado. Solamente trae déficit, pérdida, patologías y aparte no mejora la situación epidemiológica por lo cual es un total sinsentido.

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